En momentos de grandes desafíos económicos y sociales, nuestra mirada como comunidad cristiana debe dirigirse hacia la construcción de un bien común fundamentado en la empatía, la justicia y la responsabilidad. Hoy, en Baradero, vivimos una situación que nos invita a reflexionar sobre los valores que guían a quienes tienen responsabilidades públicas y a quienes confían en su labor.
Baradero cuenta con una planta municipal que supera los 1.000 empleados, convirtiendo al Estado local en el principal empleador de la ciudad. Sin embargo, este panorama está marcado por una injusticia estructural: mientras los salarios de los trabajadores son insuficientes para sostener a sus familias, los sueldos de algunos directores, secretarios y asistentes superan los mil dólares. Este contraste no solo es una herida para la equidad social, sino también una oportunidad perdida de dar testimonio de solidaridad y austeridad en tiempos difíciles.
Nuestra fe nos llama a cuidar de los más vulnerables, a poner a los últimos en primer lugar. ¿Cómo podemos construir un Baradero más justo si quienes lideran no dan ejemplo de servicio humilde y transparente? Como dijo el Papa Francisco: «El poder es servicio. Si no se vive así, el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominio, en autoritarismo y fuente de corrupción.»
Además, la comunidad observa con creciente preocupación la falta de formación adecuada de algunos funcionarios para gestionar lo público. Esta carencia, sumada a conductas personales que muchas veces contradicen los valores esperados, genera una distancia insalvable entre los vecinos y sus autoridades. No es solo una cuestión técnica; es una cuestión moral, de actuar con honestidad y coherencia, tanto en la vida pública como en la privada.
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