En la costa del Río Paraná, sobre las orillas entrerrianas, hace muchos años, un hombre llegado del exterior luego de muchos años de trabajo se hizo hacendado, apoderándose de muchas tierras a la vera del Paraná.
Ya con una importante fortuna y peones en gran cantidad, solo le faltaba una esposa para sentirse satisfecho de lo que había logrado en este lugar tan lejano de su país de origen.
Para lograr su último y postergado objetivo de casarse, invitó a todas las familias y peonadas de la zona, a un festejo, solo con el deseo de conseguir una esposa.
Llegó el día del encuentro y fueron cientos de personas a disfrutar de ese momento, atraídos por la curiosidad ya que el inmigrante no acostumbraba a realizar este tipo de festejos y no era muy querido por la vecindad.
Después del suculento almuerzo, como era costumbre, el anfitrión se dirigió a la muchedumbre y dijo sentirse orgulloso de que lo visiten, mientras pasaba la vista por todas las mujeres que se habían acercado sin importarle ni la edad o estado civil.
Después de las palabras de gratitud y cuando comenzó el baile, el inmigrante se acercó a una joven pareja de peones, acostumbrados a la miseria, que disfrutaban de esta fiesta donde no faltaba nada con gran placer.
Embriagados por tanto lujo y abundancia, la peonada se olvido en ese momento del mal trato que a diario sufría por parte del inmigrante que hizo su fortuna explotando a los lugareños como si fueran esclavos.
Su acercamiento a la joven pareja solo respondía al interés que le había despertado la bella mujer que bailaba con una destreza especial y una sonrisa que dejó encantado al dueño de casa.
Siguiendo con su plan de conseguir una esposa les ofreció trabajo y buen sueldo al matrimonio, pero desconfiando de tan generoso gesto del dueño de casa, el joven esposo lo rechazó.
Enojado ante el desplante dio por terminada la fiesta aduciendo que no se sentía bien y les ordenó que se retiren de su propiedad.
Pocos días después el joven al cual le había ofrecido trabajo desapareció, quedando su esposa sola y desamparada en el rancho, el hacendado con total frialdad se acercó a la humilde vivienda y la despidió argumentando que necesitaba el lugar para un nuevo puestero que pudiera hacer los trabajos de campo.
La joven hermosa de cabellos rubios y ojos azules, rogó entonces para no perder lo poco que tenia y el con actitud soberbia le ofreció un lugar en su casa para que se haga cargo de la limpieza, aunque en el fondo su objetivo era otro.
La peonada a escondidas murmuraba, sospechaba, como podía ser que un hombre tan odiado podría haber enamorado a tan bella mujer, con la cual se casó y esperaba un heredero.
Llegó el día en que la joven dió a luz una hermosa niña de ojos negros y pelo castaño.
Fueron pasando los años y la niña fue creciendo hasta convertirse en mujer, al cumplir sus 15 años, fue homenajeada con una de las fiestas mas grandes que recuerda Puerto Constanza.
Todos estaban invitados sin importar la condición social, ella era muy querida en el campo y el pueblo por su generosidad.
Cerca de la costa del Paraná, mientras repartía las invitaciones a su fiesta de cumpleaños, imprevistamente se encontró con un joven pescador, del cual se enamoró instantáneamente y decidió invitarlo, además de proponerle que deseaba bailar con él, el pescador sorprendido aceptó.
El día de la fiesta, cuando apareció con su vestido blanco, esbelta figura y esa sonrisa que llevaba como dibujada en su cara, todos quedaron en silencio ante tanta belleza y el murmullo no se hizo esperar, la frase “es un ángel” se escuchaba a cada paso que daba.
La joven recorría el casco de la estancia con los ojos bien abiertos buscando a ese amor que encontró cerca del río y del que no sabia ni siquiera el nombre.
Al verlo corrió a su encuentro pero en el camino la detuvo su padre y prohibiéndole que bailará con el joven se interpuso entre los dos, ella no hizo caso, grito “es mí fiesta” y zafando de los brazos de su progenitor siguió su camino sintiendo que el corazón se aceleraba a cada paso.
El hacendado, se enfureció ante la mirada burlona de los presentes por semejante desplante, una situación que en su vida jamás había vivido, enceguecido desenvainó un cuchillo de su cintura y apuñaló a la joven y al pescador.
Ella murió de 14 puñaladas y el pescador con el corazón partido por una certera puñalada en el centro del baile.
Tomó a su hija y sin ninguna expresión, ni sentimiento la enterró.
La maldad del hacendado y el odio hacia la peonada fue demostrado al no enterrarlos juntos, al cuerpo del joven lo hizo llevar por dos desconocidos bien lejos y enterrar en un monte. Nadie supo el lugar.
Hoy en Puerto Constanza, la leyenda de la monjita es una de las más relatadas de generación en generación.
Dicen que se la ve volar en forma de ave, se la llama “la monjita blanca”, recorriendo la costa entrerriana en busca de su amado que se transformo en “monjita negra”.
Creen los parroquianos que se buscan en lagunas y arroyos, nunca andan juntos, el destino es buscarse hasta que Dios les permita encontrarse.
-La Monjita negra y la blanca son pájaros autóctonos de la costa entrerriana, la blanca es la hembra y la negra es el macho, nadie los ha visto juntos.
-Los nombres de los protagonistas han sido obviados por pedido de los habitantes de Puerto Constanza, ya que aun hay descendientes en la zona.
Escrito para BTI por Néstor Perez
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