Un comentario que se escribe para El Diario bien puede comenzar con unas líneas que el vecino Osvaldo Garagiola escribió en su cuenta de facebook: «Cruzo Laprida, viniendo por Gazcón muy pero muy despacio, algo asi como en segunda regulando, velocidad mucho más baja que lo habitual.
Sinceramente no sé porqué andaba tan despacio.
Al cruzar veo una moto circulando a alta velocidad.
Toco el freno, arrastro las cubiertas y me pasa rozando el paragolpes delantero.
Hasta ahora sigo pensando qué cerca estuve de que alguien se mate contra mi camioneta.
Sinceramente no sé porqué cruce tan despacio la esquina.
El tipo siguió como si nada, en tanto el conductor de un auto que venía en esa misma dirección tuvo que parar por el shock que le produjo la escena.
Sobre la Plaza Colón vi transeúntes que quedaron como paralizados…
La principal causa de muerte e incapacidad de los jóvenes en nuestra ciudad son los accidentes de tránsito…
Es necesario actuar con firmeza, el exceso de velocidad, es falta grave, el cruce sin respetar el derecho de paso es falta, el no uso de casco es falta…»
El texto precedente se enlaza con lo que, muy cerca de la acción relatada por el vecino, ocurrió también ayer. Era media mañana cuando un automóvil Peugeot 504 avanzaba por calle Anchorena cuando, al llegar al cruce con Gallo, encontró en su camino a una motocicleta sobre la que iban dos muchachos jóvenes.
Puede que los conductores de ambos rodados entendieran que se cedían el paso mutuamente por lo cual ambos siguieran casi a la misma velocidad. El encontronazo resultó visualmente impresionante, los dos jóvenes volaron por el aire y la moto quedó bajo el paragolpes del auto terminando los motociclistas de bruces sobre el pavimento. De inmediato se acercaron varias personas que fueron testigos visuales del choque, mientras, los motociclistas intentaban recuperarse de los golpes. El que iba en la parte trasera del asiento se paró, quitó el polvo de sus ropas y como si nada, el otro, un tanto raspada su cara y con la negra campera que vestía mostrando las huellas del revolcón, insistía ante todos quienes lo rodeaban con que no tenía nada, que se sentía bien y, a decir verdad, estaba más preocupado por algunos daños que había sufrido su moto que por los suyos propios. Cuando se le dijo que estaba en marcha la ambulancia de emergencias dijo: «No puedo ir al hospital, tengo que ir a trabajar». La ambulancia llegó de inmediato, a tiempo para corroborar que, en efecto ninguno de los dos muchahos tenía lesiones más allá de alguna escoriación leve.
Al parecer Dios estaba presente y atento en los alrededores de la Plaza Colón y evitó así, no se explica de otra manera, los daños que pudieran haberse registrado. Pero no siempre tendrá tiempo para ello y habrá que tomar las medidas necesarias para no confiar solamente en «la buena de Dios» y seguir acrecentando la triste estadística que nos aflige.
El Diario de Baradero
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