Primer jueves de febrero de 1965. Largamente excedido el horario de comienzo del Festival, con un público que colmaba las tribunas y el sector central de sillas de la plaza Colón. Repuesto ya de la sorpresa que le había ofrecido el sitio, con un armado de estructuras tubulares y gradas de madera que mostraban un perfil imponente, el gentío, tras un coro de murmullos crecientes, cedía lugar a la impaciencia. El gran propulsor del encuentro, Juan Szajnowicz, estaba ausente, en una cafetería del centro, atendiendo tal vez con desmedida prioridad, a un enviado especial del diario “La Nación”, el periodista Osvaldo Rossler. Le reprocharíamos, después, que tal visita lo había sacado de juicio; y él se defendería diciendo, en buena medida con razón, que sin el apoyo de la gran prensa de Buenos Aires, el festival no alcanzaría ninguna trascendencia.
Pero, mientras tanto, la iniciación se dilataba, y quienes estábamos, indecisos, al pie de los murmullos, no sabíamos que hacer. Tampoco estaba Julio Marbiz, quien, según nuestro plan, debía ser el encargado de abrir el acto, gritando, para la plaza, una previsible imitación de Cosquín, que era nuestro modelo. “Aquí, Baradero, Ciudad del Encuentro…” Como primer artista, siempre de acuerdo con el programa escrito, teníamos a un cantor y guitarrista pampeano, de apellido Santamaría, ausente también de nuestra vista. Así que de pronto, nos habíamos quedado sin libreto, es decir, sin el director, sin el vocero y sin el artista. Fue entonces que González Rivero, el popular “Riverito” de los anuncios de lotería, quien habría de actuar como animador alternativo, se acercó y me dijo: -Mirá Menéndez, son más de las diez, esto hay que empezarlo, de cualquier manera-. Era cierto. Miré hacia los costados, y justo lo vi a Jaime Torres, que no era por supuesto, el charanguista mundial y famoso que sería más tarde. Sin embargo, en ese momento, nos pareció Gardel. De modo que les dije: -Suba usted, Jaime, y vos, Roberto, anuncia el comienzo y decí lo que se te ocurra-. Así pasó. Y enseguida, con los primeros acordes del charango de Torres, estalló la ovación, que el público se dio a sí mismo, y que a nosotros, los pequeños loquitos, nos pareció un canto de los ángeles.
José Luis Menéndez
(Gentileza La Autentica Opinión)
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