“Si la hubiesen atendido como hubiese correspondido, en este momento no estaríamos hablando de que mi mujer está en terapia y está corriendo riesgo de vida”. Así se expresa Miguel Amado, compañero de Karina Mangin, quien hace poco en un accidente de trabajo se quemó parte de su cuerpo.
En esta misma página ya escribimos algo acerca del caso: “la salud es una joda”, decía. Y Ahora refutamos, para que se entienda bien nuestra postura: LA SALUD NO ES UNA JODA.
A dónde está el chiste que no lo encuentro. Donde está la respuesta para este hombre, que hoy es él, Miguel Amado, pero que podría ser cualquiera de nosotros.
El estado de la baraderense es grave. Grave quiere decir: está en terapia intensiva, con respiración artificial, infección en los pulmones, neumonía; todos males arrastrados y causados en el hospital local. ¿Por qué? Porque Karina en vez de haber sido cuidada fue tratada como un animal o peor aún. La supuesta cura de su quemadura era darle baño y rifocina, cinco veces por día, cosa que no era cierta ni eficiente; pero además de eso, cuando la estaban “curando” también la iban enfermando de otra cosa, al trasladarla de la habitación al lugar de los baños sin reparo alguno, sin abrigo y sin calefacción para cuidar su salud.
¿Pobre la gente que depende del Estado para cuidar su salud? No, no me quedo en el lamento. No. No me alcanza ni me llena ni me lleva a ningún lado el lamento. No. El Estado es en quien más debería confiar. Conozco lugares donde las cosas son distintas. Lugares públicos donde los médicos tienen esa vocación casi de superhéroe e intentan hasta las últimas consecuencias salvar la vida de una persona. En Baradero, parece que “humano” es quien cava trincheras y rompe higueras, es quien mata un ave al volar.
VM
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