Cuando San Martín llega a Guayaquil acompañado de tres navíos de transporte en los que debían volver a Perú las tropas prestadas, con las que el venezolano habia conseguido el triunfo en Riobamba (los cuales debieron volver vacíos, ya que Bolívar no las llevó a Guayaquil a pesar de haberlo asegurado), encuentra que éste había llegado 15 dias antes con 2.000 hombres y tomado por la fuerza esa ciudad, con lo que la provincia de Guayaquil quedaba anexada a la Gran Colombia y ahora compartía fronteras con el Perú, otra cosa que había asegurado que no haría. También había intervenido en la elección que el Congreso guayaquileño se prestaba a efectuar para que el pueblo eligiera entre tres opciones de gobierno futuro: Incorporarse al Perú, unirse a Colombia o permanecer independientes. Bolivar sabía que no era bienvenido en ese lugar y se adelantó para no permitir que el pueblo se expresara, cuestión en la que también había asegurado no intervendría.
Aún embarcado, San Martín recibe a los miembros del depuesto gobierno de Guayaquil que habían tomado asilo en una de las naves de transporte peruanas que llegara unos días antes, y se entera de las funestas novedades. Asombrado y confundido, SE NIEGA A BAJAR A TIERRA, y permanece todo un dia a bordo de la goleta «Macedonia», en donde recibe a los edecanes que le manda Bolívar para invitarlo a desembarcar, a lo que se niega. Visiblemente molesto decide volver a Lima sin pisar tierra, cuando Simón Bolivar llega a invitarlo en persona. San Martín decide no romper las relaciones (cosa que hubiera tenido las consecuencias que deseaba frenar) y, para no desairar al Libertador de Colombia, acepta desembarcar.
Grande sería su disgusto cuando Bolívar lo recibe en el puerto horas después, muy afable y verborrágico, agradeciendole pisar «suelo colombiano».
Consumada la traición, llegaba el tiempo de la hipocresía.
(«El destino de San Martín. La traición de Guayaquil», de Ariel Gustavo Pérez)
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