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Hay un Lalo desconocido que pinta y crea instalaciones artísticas. ¿Cuál es el tema recurrente de tu obra?

La basura. En realidad los desechos. Recolecto lo que encuentro en la calle, en containers. Pero tengo que ser cuidadoso, porque no quiero que la gente me encuentre cartoneando.

“Soy cartonero” es un gran título…

Lo soy, soy casi cartonero, tengo el Mal de Diógenes (acumular desperdicios), un trastorno. Junto, por ejemplo, alambre oxidado. En la playa, en las últimas vacaciones, me dediqué a juntar plásticos de colores, la resaca. Muchas veces me fijo si el objeto es desguazable. Ahora, por ejemplo, estoy usando partes de computadoras, las desarmo y uso las placas. Y tengo en mente un proyecto que es la cabeza de un robot hecho con un pie de un ventilador.

¿Pensás exponer?

A veces lo pienso y los amigos me dan ánimo, pero no hay nada concreto. También tengo una “Colección de culos”. Culos grandes, pequeños. Todo empezó a fines de los 80. Yo ya estaba con el tema de la basura, y el culo se volvió el gran aviso publicitario, Patricia Sarán, te detenías en la autopista y el cartel era recurrente. Ese concepto me generó la idea de que la Argentina es un culo. No es lo mismo el norteño, el porteño o el del Litoral. Dibujé, tengo bocetos en lápiz, otros en pequeño formato sobre acrílico.

También atesorás voces, tenés un banco de voces en tu casa. Y tu objeto de trabajo es la voz. ¿Qué voces extrañás más?

La voz es mi materia de trabajo y ni lo pienso. Es llamativo, no me acuerdo de la voz de mi padre. Murió cuando yo tenía 19. Los otros días hacía ese trabajo de recordarla, tengo sus gestos, su cara bien presente. Pero su voz se me borró. No tenía un grabador antes de que mi padre muriera. Mi madre murió hace unos años y no sé si tendré alguna grabación.

Héctor Larrea anunció que hará un año más de radio y después verá cómo seguir la vida. ¿Pensás en cómo será ese momento en que uno empieza a “irse”?

Yo hago como el maestro Larrea, firmo por un año, éste sí, el que viene no se sabe. Los últimos años me manejé así. Si no hiciera radio me dedicaría a pintar, viajaría más, estaría más en la Isla, en el río.

¿Pero tu vida funcionaría igualmente feliz sin radio?

Me tomé tres años sabáticos, separados, nunca juntos, hace mucho. Fue antes de que nacieran mis tres hijas. Fui muy feliz teniendo una vida donde el libre albedrío me marcaba el rumbo.

Sabemos que amás profundamente la radio, pero no  qué detestás de la radio o de la rutina radiofónica. Debe haber algún  tipo de oyente, algo  que te haga estar incómodo…

De la radio no odio nada. Me odio a mí, y tal vez pueda transferir mi malhumor (se ríe). Me puede provocar desazón hacer publicidades de lo que uno no está convencido.

¿Qué creés que perdiste por ser Lalo Mir y no Enrique Eduardo Mir, el pibe de San Pedro?

Anonimato. Pero tengo una vida bastante normal, voy a San Pedro, hago fila para pagar los impuestos, me quedo charlando con los vecinos…

¿Estás más ermitaño? ¿Menos ruidoso?

¿Más ermitaño? Sólo salgo menos. Me parece que tiene que ver con la edad, y con el cansancio también. Soy un tipo inquieto y curioso y bastante movedizo y llega un momento en que uno tiene la percepción de que lo que ve o pasa ya lo vió y ya pasó. Entonces también se vuelve aburrido. Así que empecé a enfocar en otras cosas, más pequeñas tal vez. Y volví a la lectura. Y menos ruidoso sí, aunque sigo hablando fuerte y todos saben que estoy llegando antes de pisar el umbral de la puerta. Pero tiene que ver con la idea anterior. Hay tanto payaso en todos lados, tiendo a tratar de pasar desapercibido.

¿De ese tipo que quería llevarse el mundo por delante qué queda?

El tipo que quería llevarse el mundo por delante sólo  aparece de vez en cuando. Pero pasa que cuando te das contra el mundo, duele, un poco, pero duele. Entonces hay que hacer un alto y recuperarse. No es cuestión de andar por la vida mostrando moretones. El mundo y yo estamos más grandes. Eso hace que la pelea se vuelva despareja.

¿Qué podría describir tu epitafio? ¿”Aquí yace un verdadero animal de radio”?

No. En un momento podría haber sido, pero ahora no sé. Me cuesta pensar en un epitafio, nunca estaría conforme con uno. Uno piensa más en la muerte de joven. De viejo se empieza a olvidar, será porque la tiene más cerca.

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Marina Zucchi

Clarín.com

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