Desde hace unos días en La puerta del Sol madrileña, y en otros sitios emblemáticos de España, se juntaron miles de personas, jóvenes en su mayor parte, en señal de protesta porque la crisis no los respeta. De repente, la España que surgía pujante, la que se había transformado en una especie de imán para muchos de nuestros jóvenes, que hacían cola frente al consulado hispano buscando la “carta de ciudadanía” que les permitiera afincarse en la tierra de Cervantes, se encontraba empobrecida, con miles de “parados” viviendo del seguro público y con una incertidumbre mayúscula en cuanto a su futuro.
La crisis económica se había presentado y mostraba su cara más desagradable. Los EE.UU. de América, viviendo a un costo imposible de solventar, por una serie de razones que hasta hoy los favorecen, lograron que sus problemas económicos se trasladen a terceros países, que las consecuencias de sus créditos hipotecarios incobrables las sufran otros. Portugal, Grecia, España e Italia, los que tienen economías más débiles, son los primeros en sentir los remezones del terremoto financiero del imperio. Para colmo, ante los primeros síntomas de malestar financiero, no han tenido mejor idea que recurrir al auxilio del FMI que, como ha hecho siempre, receta purga para atenuar la diarrea y la ingesta de sal para aplacar la sed del enfermo.
Con tal de preservar el poder y la buena salud de las finanzas hubo despidos en masa, baja de salarios y pensiones, privatizaciones, flexibilización laboral. Todas palabras archiconocidas por nosotros los argentinos cuando, alumnos aplicados y modelo internacional del FMI, hicimos todo lo que se nos pedía y terminamos con la recordada y trágica crisis de finales de 2001 con protestas callejeras, represión, muertos, estado de sitio y una salida volando, literalmente hablando, de De la Rúa de la Casa Rosada.
Tanto han cambiado las cosas en el mundo en los últimos años que esas recetas del FMI a las que recién hicimos referencia, son aplicadas por un gobierno que ocupa el poder en nombre de una agrupación política llamada Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Cabe preguntarse que, si así son los socialistas y obreros, cómo han de ser los conservadores españoles.
El socialismo llamado científico se inaugura en el siglo XIX bajo la impronta genial de Karl Marx, quien auspiciaba y auguraba la toma del poder por parte de la clase obrera expropiando a los capitalistas. A poco andar surgieron los socialistas moderados, como Bernstein, quienes propusieron un pacto de convivencia con el capital (logrado a expensas de la explotación de otros países). Tal cosa, entre varias otras, llevaron a Marx a decir: “He sembrado dragones y coseché sólo pulgas”. El socialismo de Zapatero, el de Miterrand o el tan afamado de los suecos, nada menos que conviviente con una monarquía, no son más que hipocresías políticas ya que admiten la bonanza de sus pueblos aunque se logre mediante la miseria de otros y el socialismo es precisamente la negación de todo tipo de explotación.
El escenario que se presenta en España en particular pero también en varios países europeos, abre una interesante instancia para la economía mundial. Se verá en los días por venir qué actitud tomarán los pueblos, cansados ya de que todas las desventuras sean para ellos y que tanto acá como allá, los únicos privilegiados siempre sean los bancos.
G. Moretti
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