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Maldita clase media

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Maldita clase media

02/10/2012

Categoría: Opinion, xHoy1

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POR ERNESTO TENEMBAUM  26.09.2012

Las mujeres de las que usted se enamoró, los hombres que deseó en silencio, esa a la que usted nunca se le animó y todavía se pregunta qué hubiera ocurrido si…, el hombre de su vida, su primera novia, el señor que la hizo reír más que ningún otro pero al final la abandonó. Todas esas personas. Y el editor que lee esta nota –que se sentirá sorprendido, en este mismo instante, por la alusión–. El corrector, el quiosquero que se la tiró debajo de la puerta, sus vecinos, la mayor parte de sus líderes –ya sea del 54 o del 46 por ciento–, los deportistas que festeja, los músicos que disfruta, los intelectuales que lee. Sus hijos, sus padres. Los actores y directores de cine que lo conmovieron, los escritores que le hacen volar la imaginación, su librero de confianza y el florista de la esquina. Su maestra de la escuela primaria, sus abuelos, el almacenero que le fiaba cuando era chico y que ya no está porque se murió o se fundió, la mayoría de los dirigentes de los organismos de derechos humanos.

Piense en todos ellos.

Tengo una noticia que darle. No sé si es mala o buena.

Es lo que es. Existe un noventa y cinco por ciento de posibilidades de que usted, sí, usted, el que tiene esta revista en sus manos, pertenezca a la clase media. Y, mire lo que le digo: no sólo usted, también yo.

Y todos los que mencioné al principio.

Es difícil entender por qué algunos sectores de la clase media odian a la clase media. Es un fenómeno, realmente, extraño. Pero uno lo percibe, cíclicamente, periódicamente.

Parece que los sectores medios son gorilas –salvo aquellos que se dan cuenta de cómo son las cosas–. O son egoístas. O apoyaron a la dictadura militar. O no se dan cuenta de que hay personas que necesitan más que ellos y por lo tanto no valoran a los gobiernos que están a favor de la justicia social y la inclusión.

Esta no es una columna sociológica. Pero creo que, dadas las generalizaciones que están tan de moda últimamente en círculos oficiales, quizá convenga recordar algunas cosas.

En principio, la clase media fue un hueso muy duro de roer para el menemismo. Cualquiera que recuerde con honestidad la manera en que se votaba cuando Carlos Menem ganaba elección tras elección, podrá contar la perplejidad de los analistas porque su ventaja era arrolladora tanto en los barrios privilegiados como en los humildes. Menem, en cambio, perdía, una y otra vez, aun en el apogeo de su liderazgo, en la Capital Federal y en casi todos los centros urbanos del país.

Por alguna razón, la clase media, que se benefició al menos en el primer mandato de Menem, le dio la espalda casi siempre. Menem perdía en la capital de Catamarca, y en la de Santiago del Estero, y en la de Tucumán. Y así. Una y otra vez, esa clase media fue buscando caminos, los que se presentaban, para terminar con esa etapa.

La resistencia periodística a ese proceso político se apoyaba en Página 12 que, créanme, se vendía más en Palermo o Caballito que en La Boca o Mataderos. Y Menem era arrasado ahí donde se vendía Página, pero ganaba o alcanzaba resultados más dignos en Recoleta o la Villa 31.

Si uno se va mucho más atrás en el tiempo, hay una elección muy demostrativa de algunos comportamientos de la clase media. Ocurrió en 1973, cuando fue el momento de mayor consenso de Juan Domingo Perón en toda su vida. Perón ganó ese año con el 62 por ciento de los votos en el país. Sin embargo perdió la elección para senador en Capital Federal, porque la clase media prefirió votar masivamente en contra de un candidato fascistón, llamado Sánchez Sorondo, y eligió en cambio a un ignoto abogado cordobés llamado Fernando de la Rúa.

La clase media también compra dólares, si puede, si le alcanza, si la dejan, y sueña con viajar al exterior y vota a veces a Macri y otras veces exige seguridad al límite de la violación a los derechos humanos. Eso es cierto. Pero también lo contrario.

Hubo, al respecto, dos o tres episodios muy significativos en la década del ochenta.

Uno fue el surgimiento del alfonsinismo, que fue algo así como una explosión de primavera política que resistía al mismo tiempo dos expresiones de la derecha más recalcitrante: la impunidad de los crímenes de la dictadura militar y el regreso al poder de sectores muy violentos del peronismo, asociados también al régimen que se retiraba. Y a ese movimiento lo nutrió la clase media.

Otro recuerdo es el de la Semana Santa de 1987, cuando se llenó la Plaza de Mayo durante cuatro días para resistir lo que se percibía como un intento de golpe militar. El domingo de ese fin de semana atravesé el conurbano para llegar a Plaza de Mayo. Era un día hermoso. Y cientos de miles de personas lo disfrutaban como si no pasara nada. En la Plaza estaba –mayoritariamente– la clase media.

Y el tercero es el del surgimiento del movimiento de derechos humanos. Éramos jóvenes universitarios.

Seamos francos: así era. La inmensa mayoría de clase media.

Desde ciertos sectores de la así llamada izquierda nacional, siempre hubo una especie de incorregible auto-odio. Son todos de clase media, pero la desprecian. Las chicanas son tan previsibles: les molesta que no haya té de Ceilán, dicen, citando al célebre Mordisquito. Puede ser que algo de eso ocurra. La clase media muchas veces es frívola, o no pasa las necesidades de otros sectores sociales, y por lo tanto no valora en su entera dimensión la satisfacción de esas carencias. Pero otras veces es una reserva contra muchos atropellos, justamente por eso: porque no depende del Estado, porque su relativo bienestar económico le permite tener parámetros más exigentes, porque sus valores históricos le hacen reaccionar –al menos a algunos de sus sectores, al menos a veces– frente a la falta de libertad o a violaciones a los derechos humanos.

Por unas y otras razones, gente muy distinta salió a manifestar hace dos semanas. Personas de clase media las despreciaron con el argumento de que… ¡pertenecen a la clase media!

No sé cómo calificarlo. Pero es raro. Es, francamente, muy raro.

Porque Eladia Blázquez y León Gieco, Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir, Fangio y el Beto Alonso, Quino, Caloi y Rep, Fito Páez, Cacho Castaña y Sandra Mihanovich, Adolfo Castelo, Jorge Lanata y Adrián Paenza, Felipe Pigna y María Sáenz Quesada, Estela de Carlotto y Adolfo Pérez Esquivel, CFK, Amado Boudou y Pino Solanas, entre tantos otros, son miembros de la clase media.

Algunos, gracias a lo que erróneamente la Presidenta llamó esta semana “american way of life”, ya son de clase recontra alta.

O se dan sus lujos: como el intendente de Florencio Varela o tantos otros habitantes de Puerto Madero.

Pero eran de clase media.

Aunque se hayan olvidado.

Con disculpas por la ofensa.

 

POR ERNESTO TENEMBAUM  26.09.2012      

Columna publicada por: http://veintitres.infonews.com

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