El capitán encarrila la angustiosa victoria albiceleste tras un duelo muy crudo y áspero contra una selección mexicana muy limitada en ataque

A falta de fútbol, Messi. Messi el liberador, Messi al rescate. Junto al gran gol terminal de Enzo Fernández, Messi fue la única gracia de un partido crudo, muy crudo. Un encuentro de juego guerrillero, sin miramientos con la pelota, que bien pudo sufrir más de un esguince por el maltrato, ni con las piernas rivales. Argentina resopló con estruendo. México quedó remitida a un papel de resistente hasta que Messi abrió la lata para la albiceleste. Luego, el equipo del Tata Martino no dijo ni mu. Ahora, todos en ascuas. Argentinos, polacos, mexicanos y saudíes llegarán a la última jornada con opciones de alcanzar los octavos de final. Taquicardias a la vista.

Entre argentinos y mexicanos fútbol no hubo. El partido no se dirimió en Qatar, sino en OK Corral. Tiros, muchos, pero no de los que van a puerta. Argentinos y mexicanos se retaron a un duelo marcial, con mucho palo y sobrado de mojigatería. No faltaron los guantazos, tampoco las repentinas muertes transitorias, con algún que otro farsante. El duelo, intemperante desde el inicio, iba de cornada en cornada. Alguna espantosa, como la de Néstor Araujo a Acuña. O la venganza de Acuña sobre Álvarez. Elija usted, lector, la leña que quiera. Catálogo no le faltará. Había piquetes por todos los lados.

Mucha zurra y poco juego, fútbol de garrafón. Más bien la nada oscura. Maciza México, convaleciente Argentina, a las dos selecciones le parecieron las porterías un borroso espejismo durante 70 minutos. Todo era de safari, caza a caza con arsénico en las botas.

Sin camisas de fuerza, todos iban desatados, salvo uno. Entre tanta gravedad, solo Messi intentaba poner una gota de cordura, poner el combate entre paréntesis y dar paso al fútbol. En esa faceta no hubo gregario que le secundara y el partido discurrió de trinchera en trinchera.

Intervino Lionel Scaloni con cinco cambios en la alineación, con hasta tres mudanzas en la retaguardia —entraron Montiel, Lisandro y Acuña—, un relevo en el gabinete de medio campo —Guido por Paredes, aún tuvo carrete el errático De Paul— y otro en el costado izquierdo —Mac Allister por Papu Gómez—. Sin remedio, la misma albiceleste desteñida que se fue a la cuneta ante Arabia. El Tata Martino a lo suyo con México, con tres centrales firmes en el tendal, poca cháchara a la pelota y sin otro afán que alguna casualidad en ataque. Por no haber, no hubo ni casualidades. No se le dio a Vega, que a un parpadeo del descanso ejecutó una falta directa que atrapó en vuelo Dibu Martínez. Ni otra reseña ofensiva del arisco primer acto.

Poco a poco reculó México, cada vez más atornillada cerca del Memo Ochoa. Cada vez a más cuadras del Dibu Martínez, con Hirving Lozano abandonado a su suerte. A Argentina procuraba tutelarla Messi. El diez catalizaba lo que podía en medio de tanta tralla, sumido en su papel de coordinador del juego como volante, cada vez más forastero en el área rival.

Pero Messi engaña. No debió confiarse el conjunto azteca. Ya no pisa tanto el rancho ajeno, pero una huella de Messi aún es mucho. Así fue. Héctor Herrera le dio una tregua en el balcón del área y el rosarino armó el zurdazo. El balón salió con mala leche de su bota izquierda, raso y sin descanso hasta dar con la red de Ochoa. Hasta Qatar llegó la bocanada de alivio de toda Argentina.

Ante el 1-0, México se quedó sin respuesta. Tan escueto en ataque como antes. Es una selección madura —30 años de media su equipo titular— que aún tiene nervio, pero le falta talento. Máxime cuando se siente apurada por la sacudida del marcador. Seca toda la noche ante el Dibu Martínez, la selección mexicana no tuvo chistera. Va muy justa.

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