En un nuevo capítulo de su controvertida gestión, el presidente Javier Milei apunta sus cañones hacia las políticas de igualdad de género. Manuel Adorni, una de las figuras centrales de su equipo, anunció que se eliminarán los cupos de género en el ingreso al empleo público. Además, se filtran rumores de un próximo embate en el Congreso para extender esta medida a otros ámbitos de la administración estatal.

La medida, presentada bajo la excusa de la «eficiencia» y el «mérito», revela una peligrosa ignorancia o, peor aún, un desdén deliberado hacia la desigualdad histórica que enfrentan las mujeres. El cupo de género no es un «privilegio» ni una concesión arbitraria; es una herramienta que busca reparar siglos de exclusión y asegurar la participación equitativa en los espacios de decisión.

Meritocracia mal entendida

El argumento meritocrático que sostiene la eliminación del cupo de género es falaz. En un sistema profundamente desigual, no existe un terreno parejo para competir. Las mujeres enfrentan barreras estructurales: desde la discriminación en los procesos de selección hasta la carga desproporcionada de tareas de cuidado que limita sus oportunidades laborales. ¿Qué «mérito» puede evaluarse si el punto de partida es tan dispar?

El cupo no es un fin, sino un medio para construir un futuro donde no sea necesario. Pero eliminarlo ahora equivale a desmantelar los cimientos de una sociedad más justa.

Más allá del empleo público

El peligro no se limita a la administración estatal. Si el Congreso avanza con esta agenda, el impacto será devastador en áreas como la política y los espacios de liderazgo, donde las mujeres todavía luchan por ser escuchadas. La eliminación del cupo de género podría retrotraernos a un pasado donde el poder era exclusivamente masculino y donde las mujeres quedaban relegadas a roles secundarios.

Un retroceso anunciado

Esta decisión no es un hecho aislado; forma parte de un patrón que subestima o ataca las políticas de género. Desde los discursos en campaña, Milei mostró una visión reduccionista de la igualdad, centrada en el individuo y despreciando las acciones colectivas que buscan transformar la realidad. Su propuesta de «libertad» parece ser, en realidad, una carta blanca para perpetuar las inequidades.

Resistir el retroceso

Las mujeres no han llegado hasta aquí para retroceder. Esta medida despierta una alarma que debe movilizar a todos los sectores comprometidos con la igualdad. Es necesario visibilizar las consecuencias de estas políticas y sostener la lucha por los derechos conquistados.

El cupo de género no es un capricho; es un recordatorio de que la igualdad real aún está lejos de alcanzarse. Defenderlo no es solo una cuestión de justicia, sino de construir una sociedad donde el mérito no dependa del género, sino de las capacidades y oportunidades reales de cada persona. Milei debería entender que borrar de un plumazo el cupo de género no elimina las desigualdades; las profundiza.

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