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La sesión psicoanalítica final:

El lunes 18 de noviembre de 1996 Adriano tocó el timbre del consultorio de Allen por última vez. Mallory ya estaba sentada en su lugar habitual y Allen lo invitó a sentarse en —ahora Adriano ya lo sabía— el sillón de los visitantes. Hubo un silencio no muy breve y Allen asintió con la cabeza para nadie en particular.

Adriano comenzó a hablar:

—Desde el momento en que recibí el mensaje de Mallory diciendo que debía venir aquí hoy, he pasado por varios estados de ánimo y varios humores. Inclusive he cambiado de idea un par de veces con respecto al sentido y objetivo de mi presencia en este lugar. Al principio pensé que, porque le dije a Mallory las cosas que le dije —todo eso que me imagino que ya debés saber por tus conversaciones con Mallory, Allen—, yo debía llegar ahora a este consultorio como mi abogado defensor. Me pareció que debía venir y explicarles a Mallory y a vos por qué me comporté de la manera como lo hice, justificarme. Esa sería mi defensa. Lo más importante sería dejar bien claro por qué alcancé el extremo de sentenciar que lo nuestro estaba terminado. Pensé que debía hablar del in crescendo de mi estado emocional durante todo este tiempo reciente de mi reencuentro con Mallory, con respecto a todo lo que nos había sucedido y habíamos vivido juntos antes, que —con el lapsus intermedio de separación que hubo— podemos llamarlo “el pasado de nuestra historia.

— O sea, debía empezar por recordarles a ustedes dos aquella primera época nuestra, cuando vos Mallory [se vuelve hacia Mallory] todavía vivías con Lucian pero venías a mi departamento exclusivamente para acostarte conmigo. Me pareció que debía empezar por ahí; hablar de cómo y como te ibas después de satisfecha … Es decir, hablar del modo, la forma como te ibas; y del hecho concreto y repetido de irte después de cada… de cada… satisfacción orgásmica. Así funcionaba. Esa fue nuestra primera relación. ¿No es verdad? Vos Mallory, yo y Lucian. Pero sabés bien que esos encuentros eran una paradoja —porque vos venías a buscar satisfacción sexual y tal vez hasta creyeses obtenerla—, pero cada separación posterior a cada orgasmo nos generaba un sentimiento amargo de insatisfacción. Eso también lo sabés muy bien. Aunque no hablamos jamás hasta el fin de esa etapa, y aún así, de forma muy, muy… muy… ehhh…. codificada…  —no sé bien cómo decir esto de otra manera—, pero ambos lo sentíamos y lo sabíamos. Sin embargo, Mallory, de todos modos te ibas, continuabas yéndote. Lucian te esperaba en tu casa y vos te ibas.

— Debía enfrentarte hoy con esta verdad, aquí, frente a Allen, Mallory; aquí como lo hago ahora. Y decirte además, Mallory, si pensaste por acaso en las tantas veces en que me rechazaste, las muchas oportunidades en que negaste en público lo que vivíamos en privado. “Hola Tyler; este es Adriano, un amigo”. ¡Así me presentaste a Tyler, cuando hacía menos de media hora que habíamos acabado de coger, Mallory! ¡Ah!, y de las varias ocasiones en que terminaste conmigo, terminaste nuestra relación con la firmeza de lo definitivo, antes de que yo —tan equivocado, tan mal— lo hiciera la otra noche. Me decías que el fin era “para siempre”, —como lo colocaste hace pocas noches por teléfono, cuando te llamé para disculparme por la pelea de Elvis y Beatles. Por suerte es gracias a que pasó eso que estamos aquí ahora, ¿no?

—Pero continúo; pensé que como mi propio abogado defensor debía justificar mi rabia, mi frustración y mi vergüenza pasadas, toda esa humillación y dolor —algo sobre lo que ambos implícitamente colocamos un velo de pudor, cosa de nunca hablarlo, te habrás dado cuenta— … Quiero decir, la humillación y el dolor de entrar a tu departamento, Mallory, y encontrar sobre el sofá la guitarra y la maleta de Martial. Entonces me preguntaría —te preguntaría a vos, Mallory, de modo retórico ya que no espero ninguna respuesta ahora—; les preguntaría a ustedes dos, Allen [Adriano gira un poquito en su sillón, cosa de incluir a Allen como audiencia]: ¿Cómo es que yo no iba a perder el control algún día? ¿Cómo no iba en algún momento dejar aflorar toda la rabia reprimida de la forma agresiva en que lo hice? Fue la explosión de… de… de… de mi ‘grito contenido’ —como lo llama la canción de Chico Buarque[1]— , ese que tenía atragantado hacía tanto tanto tiempo. Era inevitable, creo yo. Tendría que recordarles a ustedes dos que, en nuestra segunda etapa, llamémosle, tuve que ser testigo involuntario de la forma “natural” con la que otro hombre se instaló en tu departamento, Mallory, mientras que vos, Mallory, a mí hasta me habías prohibido llamar a tu puerta, a no ser que antes te anunciase por teléfono mi intención de ir a verte, Mallory, Mallory, Mallory.

—Pero entonces continué… reflexionando, ¿no? Y reflexionando cambié mi visión de la situación en la que nos encontramos. En busca de ser sincero conmigo mismo llegué a la conclusión de que la actitud real, la actitud honesta no era venir a defenderme, ya que yo fui el que dio el portazo y anunció el final. Entonces vi que esa responsabilidad demanda que yo reconozca eso. No me queda otra alternativa que asumir la responsabilidad de todo lo que pasó. Al final, voy a repetirlo una vez más, la explosión de furia fue mía. Puedo justificarla con todas las experiencias anteriores nuestras que enumeré, pero fui yo el que le dio un “basta” a nuestra relación, y lo que deseo para los dos es exactamente lo opuesto de eso. No quiero que terminemos. Lo que debo hacer, entonces es lo que estoy haciendo: una confesión completa, expresar un mea culpa, y pedirles a ambos que me perdonen. No tiene ningún otro objetivo… esta sesión. Como parte de este esfuerzo para salvar lo nuestro, cumplo entonces, de verdad!, mi obligación de declararme culpable por esta crisis. Fue un acto de insensibilidad total, de falta de empatía. Tengo que hacerme cargo de todo eso. Cualquier cosa que haya sucedido y sucedió la otra noche fue por mi culpa, y asumo toda la responsabilidad por eso.

—Creo que estás empezando a repetirte, Adriano—, dice Allen con suavidad.

—Tengo que reconocer, Mallory [sigue hablando Adriano sin oírlo], que el haberte dicho que todo estaba terminado entre nosotros fue una forma de traición. Había ese voto de amor que hicimos aquí mismo, un compromiso amoroso con Allen de testigo. Lo hicimos en nombre de nuestro amor, de nuestra salud mental y de nuestra felicidad futura. En la esperanza de una vida mejor, de los dos unidos bien ¿entendés? Yo debería haber respetado todo eso. Yo no debí actuar de esa manera con vos, Mallory, bajo ninguna circunstancia. Perdón.

—Pero quiero concluir, Allen [ahora Adriano se dirige exclusivamente al psicoanalista], resumiendo todo: Llegué aquí con la conciencia absoluta de que debía venir a este lugar para asumir toda responsabilidad y pedir perdón. Los defraudé al defraudar nuestros votos, Mallory [ahora hacia Mallory]. Lo siento de verdad, Mallory. Allen [hacia Allen otra vez], hice algo terrible. Nunca debí haber actuado de esa forma. Fue la explosión de un violento; y yo no soy así, Mallory [incluyéndola]. Vos lo sabés. De ahora en adelante seré mucho más reflexivo, te lo prometo, se los prometo. Renuevo mis votos, de verdad. Mallory [con el cuerpo inclinado hacia adelante, al borde del sillón, casi arrodillándose], te prometo amarte, respetarte y honrarte y a los hijos que podamos tener en el futuro … … …

—Pero tengo que agregar algo muy importante, Allen [nuevamente concentrado en el terapeuta]. Hace algunas horas, mientras me preparaba para salir, para venir para venir hacia acá, de pronto me invadió una especie de claridad, como dicen en las reuniones de Alcohólicos anónimos. Tuve una … … … epifanía. Entendí por fin que la única justificación, la única verdad es que esto no lo podemos hacer solos, Mallory y yo. El objeto de mi presencia aquí tiene que ser además de un acto de contrición, uno de humildad. Porque te necesitamos, Allen. Este momento y esta situación nos han involucrado a los tres. Tenemos que resolverlo los tres juntos o no hay solución. Salvarlo los tres juntos. Porque esta es mi última oportunidad de corregir el error, la realidad del acto hiriente y beligerante que protagonicé la otra noche. Tengo que aceptar y poner toda mi voluntad y sensibilidad para obedecer esas promesas hechas aquí que nos unieron otra vez. Pero preciso de ayuda, Allen. Me inspira tu enorme seriedad y humildad cuando me citaste a nuestra sesión anterior para pedirme que volviéramos a intentarlo, Mallory [hacia ella, con respeto y amor]… Quiero que recibamos ayuda y tengamos un guía, un guía Allen [otra vez concentrado en el psicoterapeuta], para evitar caer de nuevo en nuestros comportamientos destructivos. Sé que estamos otra vez muy mal, que nuestra relación se cae a pedazos, pero también sé que te amo Mallory [hacia ella, en lágrimas] y te amo con locura; y ella ha dicho [ahora le habla a Allen] aquí que también me ama a mí. Nunca te dije claramente cuánto te amo, Mallory [sus ojos en los de la ex-modelo]. Me di cuenta hace pocos días, al decírselo por teléfono a tu contestadora telefónica.  La última vez que estuvimos aquí, Mallory, me pediste que viniera para decirme que me amabas. Entonces, perdón y gracias, amor. Allen [con la mayor solemnidad], quiero que nos asistas, nos aconsejes y nos guíes para que podamos de una vez por todas vivir ese amor, hacer lo que hemos estado tratando de hacer por tantos años sin conseguirlo. Quiero vivir con Mallory y ser el padre de sus hijos. Por favor Allen, ayudanos a seguir juntos. Por favor.

Adriano tomó un pañuelo de papel de la caja que había en la mesita central y se secó las lágrimas. Había dicho lo que tenía que decir. Las lágrimas de Mallory también corrían por sus mejillas, le caían en el  pecho formando lagunas empapadas en su blusa de algodón gris.

Allen permaneció serio e inmóvil. Sus manos, también inmóviles, formaban cálices invertidos que calzaban perfectamente en sus rodillas. Y allí permanecían, petrificadas. Allen esta vez no se hamacaba ni se balanceaba en el sillón. Se quitó los anteojos Lennon y los limpió cuidadosamente con un pañuelo. Volvió a ponérselos, y los empujó hasta el entrecejo con el dedo índice. Carraspeó, acarició su larga barba con las manos, como si tratase de obligarla a descansar en el esternón. Dibujó el esbozo de un gesto imperceptible, como para volverse hacia Adriano, pero en realidad no se movió.

—Mirá Adriano, hasta ahora jamás te ha sido posible ver a Mallory. Notar cómo se ha ido deteriorando a lo largo de los últimos meses. No solamente sos incapaz de verla sino que tampoco parecés entender que en este momento Mallory no puede continuar en esta relación; su condición le impide estar en cualquier relación… en ninguna en absoluto.

—¡Un momento! Allen, ¿por qué decís que Mallory está deteriorada? ¡Yo no la veo tan mal! Es verdad que tenemos problemas. Ambos tenemos problemas serios, Allen, pero no creo que esa sea una razón suficiente para que terminemos. El hecho de que hayamos discutido… es decir, el hecho de que discutamos a menudo… el hecho de que nos hayamos peleado… de que peleemos frecuentemente, no es razón suficiente para decir que lo nuestro no puede ser… que no tiene esperanza! Estoy aquí para decirte que… demostrarte que… estoy listo y deseoso de reparar esta relación, con toda mi voluntad y esfuerzo… y con tu asistencia. Quiero que nos aceptes como tus… pacientes… hacer con vos terapia de pareja o como se llame eso que tenemos que hacer. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario y te estoy pidiendo ayuda. ¡Allen, por favor, ayudanos!

Allen, tan serio e inmóvil como antes, se demoró en su silencio. Observó la pared por varios segundos, como si ese muro encerrara algún jeroglífico críptico cuyo significado solamente los psicoanalistas podían descifrar. Mientras tanto, Adriano dirigía una y otra vez su mirada hacia Allen [que continuaba asimilando el mensaje de la pared oracular] y entonces hacia Mallory [que parecía haber descubierto una fascinación irresistible por el dorso de sus manos]. Allen repitió el gesto que sugería un movimiento pero no acababa por concretarse, esta vez en dirección a Mallory.

Alternando sollozos y palabras, ella dijo:

—Vos no entendés, Adriano… no sabés cómo es ser yo. Cómo es trabajar, y trabajar y trabajar, para regresar a casa y mirar el vacío… y sentir que me estoy muriendo… minuto a minuto, a cada segundo… Tal vez tenías razón cuando hace varios años dijiste… ¿Te acordás?… ¿La primera vez?…Cuando dijiste en el mostrador de La Parfumerie… que yo no existía… Es verdad, Adriano, yo no existo. Adriano… No existo y no puedo estar con vos… porque aquí no hay nadie que pueda estar con vos… Adriano. No podés verme como soy ni entender como siento… porque aquí no hay nada… aquí no hay nadie para ver. Allen tiene razón, no me ves, Eso es verdad, pero no me ves porque es imposible que me veas, que nadie me vea. ¡Oh, Dios! ¡No lo soporto más! ¡Es algo que no aguanto más!

Adriano visualizó por un nanosegundo una lágrima cayendo en el aire, pero borró rápidamente esa imagen mental.

—¡Esperá un minuto! ¡Esperá un minuto!—, la interrumpió, al mismo tiempo irritado y agónico. —¿De dónde salió todo esto?. ¡Hemos estado juntos a lo largo de todos estos meses; hemos hablado de todo y jamás salió de tu boca… nunca dijiste algo así, ni siquiera una vez! … ¿Por qué hablás así?… Decime, Allen… [hacia el profesional de la mente] ¿Te parece que lo que dice tiene sentido?… ¡No, no, esperá, esperá! ¡No quise decir eso…quiero decir… quiero decir… quise decir… no quise decir que lo que ella dice no tiene sentido; lo que quise decir es que Mallory no es un caso perdido. ¡No somos un caso perdido! ¡Sólo precisamos de ayuda, ayuda profesional, Allen! ¡Oíme, Mallory [con total desesperación], podemos resolverlo! ¡Podemos lograrlo, creeme! Sólo tenemos que continuar adelante —ahora conscientes de que esto que sucedió entre nosotros la otra noche no puede volver a suceder, y va a estar todo bien. Nos queremos y aprendimos la lección, ¿no es verdad? Trabajaremos con Allen. ¡Aún podemos tener a Blake!—, le imploró Adriano.

Entonces dirigió sus ojos a Allen, una vez más:

—Escuchá, Allen, ¿cómo decís ahora que no podemos estar juntos? Me aseguraste que si yo le diera una oportunidad a Mallory las cosas entre nosotros funcionarían… que teníamos que…

Esta vez Allen respondió de inmediato, interrumpiendo la tirada de Adriano con su voz calma de psicoanalista. Casi inaudible:

—Lo siento. Cometí un error. Mallory no puede continuar en esta relación amorosa.

—¿Cómo?, ¿decís que lo sentís?, ¿que lo sentís?, ¿que cometiste un error?, ¿que lo sentís porque cometiste un error? Entonces… ¿Qué querés que haga yo ahora? ¿Que me vaya del consultorio de nuevo, como cuando Mallory estaba con Martial…, que salga de aquí como aquella vez, para ir a  arrastrarme por la nieve de Central Park… solo… nuevamente?

—Hace unos pocos meses me citaste…, ustedes dos me citaron, Mallory [dirigiéndose a ambos, ahora] para que oyera tu propuesta aquí, en este mismo lugar, Mallory. Y vos, Allen, la avalaste con tu presencia y tus palabras. Aún recuerdo la satisfacción…; se notaba… el orgullo que sentías por la excelente salud psíquica de Mallory…, lo bien que estaba, y ahora… ante el primer problema serio que nos hace volver a tu consultorio, ¿vos querés cerrar la puerta? ¡De ninguna manera! ¿O acaso ahora me vas a tener que decir que yo estaba acertado? ¿Es eso lo que me estás diciendo?, porque… ¿no te acordás de lo que te dije en aquella oportunidad? [Hacia Allen, con furia] Te lo digo otra vez; te dije que era imposible conocer a nadie. ¡Y ahora me venís a decir que cometiste un error! Allen, ¿no ves?; si decís que cometiste un error en aquella sesión, cuando estabas tan seguro de que era posible conocer a alguien, ¿no es posible también que tuvieras razón en aquella oportunidad, pero que estés equivocado ahora? Tal vez tu error es haberle dicho a Mallory que en este momento no puede estar en ninguna relación, decirme a mí que ella no puede estar en ninguna relación. Mallory está en una relación Allen, y estamos tratando de sobrevivir en esa relación y de hacerla sobrevivir. Es por eso que estamos acá. Por favor, seguí trabajando con Mallory en su terapia individual y aceptanos para que hagamos también terapia de pareja. Por favor, te lo imploro.

Allen ahora estaba más quieto que el Dalai Lama, más quieto que un Buda de piedra. Sin mirar a nadie, dijo:

—No, no lo creo.

—¿No creés?, ¿no creés qué?…, ¿no creés que tenés razón ahora, o no creés que no tenés razón ahora?… ¿o antes?… … ¿o no creés que puedas trabajar con nosotros dos como pareja? ¿Qué carajo querés decir con eso de “no lo creo”? Por favor, sé claro, Allen. Este es un momento muy serio. O estás seguro de lo que decís o entonces te callás la boca! Decir “creo” o “no creo” no es preciso ni inteligible cuando estás tratando de destruir nuestras posibilidades y nuestro futuro

—Calmate, Adriano. Estoy seguro de que no estoy equivocado. Mallory no tiene condiciones de estar en ninguna relación amorosa, en ninguna situación romántica en este momento.

—¿Estás seguro? ¡Ah, ahora estás seguro! Entonces, ¿cómo no sabías que estabas equivocado la vez anterior que estuve aquí y ahora estás tan seguro de haberlo estado? ¿Quién te crees que sos, después de todo, el Papa? ¿Estás por acaso dotado de infalibilidad papal? ¡Qué embuste!

—Creo que debemos detener esto ahora mismo. Este no es ningún análisis valido ni terapia de ninguna especie. Estás fuera de control; no estás dejando espacio para nada más; estás demasiado exaltado. Esto no sirve de ayuda para nadie. En este momento, aquí no hay nada que sirva de terapia o análisis, ni que abra el camino hacia alguna otra opción. Creo que debemos cerrar ahora esta sesión. Todo lo que tenía que decirse fue dicho, y también todo lo innecesario y de cierto modo, pernicioso… …   Esto es… no hay nada más que decir. Lo lamento.

—¿Esto “no sirve de ayuda”? ¿Ayuda?, ¿ayuda? ¡Te pedí ayuda y nos cerrás la puerta en la cara!  ¡Claro que esto no es terapia! ¡Esto… esto…. esto es la vida real! ¡Le pedí a una mujer que fuera mi esposa! ¡Una mujer me pidió que fuera su marido y ahora vos, en lugar de colaborar con ese proyecto… … …  vos te sentás ahí para interferir en nuestras dificultades, no para ayudarnos a resolverlas, como acabé de implorarte que lo hicieras! ¡Dirigís esta sesión para poder terminarlo todo! Vos no tenés el menor sentido de la realidad… Vos, Allen… … … ¿Sabés?, existe vida fuera de este consultorio, ¿sabés? ¡Decile, Mallory [a ella, casi a gritos llorosos], por favor! ¡Ayudame en esto; decile a Allen que todavía nos queda una chance! ¡O entonces vení conmigo, ahora! ¡Vámonos de este lugar, Mallory, por favor!… ¡Sigamos de la forma que sea!

Mallory continuó sollozando, apretando contra sus labios el pañuelo de papel arrugado, como si estuviera tratando de impedir que su boca pronunciase las palabras mágicas que podrían salvar o destruirlo todo.

Adriano se había levantado del sillón bastante antes, muchas palabras antes. Se dio cuenta de que había estado agitando los brazos como un pájaro que tratase de levantar vuelo sin conseguirlo. Entonces permaneció inmóvil, en silencio —como si esperase algo que podría suceder en cualquier momento: otra epifanía, un milagro.

Allen también estaba ya de pie, junto a la puerta. Entonces, el film se trabó en algún punto del carretel, toda la imagen se congeló; continuó sólo la banda sonora: el llanto compulsivo de Mallory. Lentamente, la película recomenzó a rodar: La mano de Allen tomó el picaporte y abrió la puerta, invitándolo a salir… Entonces la luz más intensa y la música de la sala de espera invadieron el consultorio. Absurdo: era la novena sinfonía de Beethoven; el Himno a la alegría.

Se fue.

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*Mañana, el corto epílogo

*Ilustración: El ominoso crepusculo sobre Central Park, Manhattan, que simboliza el advenimiento del episodio más tormentoso de la pareja.

[1]  Esse grito contido: «Ese grito contenido», frase en portugués que expresa una imagen emocional, de la que Adriano se apropia para expresar su angustia interna. Pertenece a la canción de Chico Buarque de Hollanda “Apesar de Você” [A pesar de vos].

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