Pablo Romero se ha caracterizado por dedicarse a tareas muy particulares. Lo recordamos con sus tallas en tiza y también, en un alarde de aptitud técnica y excelente vista, tallar objetos en mina de lápiz. En esa permanente búsqueda de su destino, lo supimos encontrar en medio de la Patagonia cuando con su familia se instaló en la lejana y pequeña población chubutense de Las Plumas a enseñar computación.
Hace un tiempo que Pablo, al fin, ha encontrado su verdadero lugar en las artesanías. Conocedor del mercado de la cerámica, que es muy amplio en el mundo, supo que para dar brillo a las piezas, el arte del bruñido, se utilizaban piedras de pulir de mucha dureza, ágata en este caso, que se usaban pasándolas sobre el objeto terminado hasta obtener el brillo deseado. Este método, antiquísimo se encontraba con un problema: cuando la pieza era hueca, un jarrón por ejemplo, la mano de la persona no entraba y, si lo hacía, la calidad del trabajo con la piedra, debido a la escasez de espacio para mover la mano, no resultaba ni parecido al que se obtenía en la superficie exterior, aunque en ciertos casos también afuera se presentaba similar problema cuando, por ejemplo, se trataba de alguna pieza dotada de asa en la que el espacio debajo de ella quedaba siempre con una terminación de inferior calidad a la del resto.
Pablo se dedicó a pensar en cómo resolver ese problema para lo que inventó y fabricó los bruñidores de gemas de la Patagonia, cuya marca comercial es «Choique», y que son piezas únicas en todo el mundo. En el ámbito del arte cerámico la invención de Pablo Romero es una verdadera explosión y ya recibe pedidos de países de todo el orbe.
Romero adquiere las piedras de ágata y luego las corta con disco de diamante, son sometidas después a un curioso proceso que consiste en introducirlas dentro de recipientes cilíndricos, del tipo de lo que conocemos como una lata y dicho recipiente es puesto a girar de manera constante a lo largo de unos 20 días. Junto con las gemas se coloca un polvo abrasivo que las irá puliendo constante y lentamente durante el lapso indicado y al cabo del cual terminarán relucientes. El diseño de cada una está hecho de manera que puedan ser encabadas y ajustadas con una virola de alpaca.
Contaba Romero que, de todos los materiales conocidos para bruñir la cerámica, la gema de ágata es insuperable y, por lo tanto, esa es la razón del éxito obtenido que se prolonga más allá de la venta diaria a todas partes sino que lo lleva a presentarse en distintos lugares tanto de nuestro país como en otros, por caso el Brasil, donde estuvo en agosto último durante tres días con señalado éxito.
Nunca pensó Pablo en que la vida le cambiaría de tal forma, baste decir que ya está preparando sus cosas para viajar a Europa, tal vez en julio del año próximo, donde tiene un mercado amplísimo y a su entera disposición. Su última preocupación consiste en buscar la manera de producir la cantidad de bruñidores necesarios como para satisfacer la creciente demanda que afronta. En buena hora.
Para el final un comentario: atraído por la publicidad que hace el Banco Provincia en cuanto a la ayuda a emprendedores, Pablo Romero acudió a la entidad crediticia, presentó todos los papeles que la burocracia exigía pero finalmente el préstamo le fue negado, ¿motivo?… «propuesta inviable». Es evidente que, al menos en este caso, inviables fueron los que tomaron la decisión. «En definitiva fue una suerte -dice Pablo- tardé quizás un poco más de tiempo, pero llegué a lo mismo y sin endeudarme con nadie».
G.M. (El Diario)
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