En la Antigua Roma se acuñó la frase “pan y circo” para describir cómo se distraía al pueblo con comida y espectáculos mientras los problemas de fondo quedaban sin resolver. Hoy, esa expresión mutó irónicamente a “si no hay pan, que haya circo”. En Baradero, podríamos adoptar una versión local: pozos y circo.
La ciudad está en emergencia vial, más allá de si se la declara oficialmente o no. Transitar por Baradero se ha vuelto una aventura peligrosa, donde esquivar pozos ya no es una maniobra excepcional sino una rutina.
No se trata de estar en contra del arte, la cultura o el entretenimiento. Todo eso es necesario y bienvenido. Pero mientras se celebran espectáculos que muchas veces vienen de afuera, los problemas más urgentes siguen sin resolverse. Y entre ellos, el estado calamitoso de las calles debería ser una prioridad. La falta de respuesta concreta convierte a lo cotidiano en un riesgo y a la queja vecinal en una constante.
El reclamo no es nuevo, pero sí cada vez más profundo: Baradero necesita calles transitables, planificación y voluntad de gestión. El circo puede ser fiesta, pero los pozos siguen siendo un síntoma de abandono.
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