
Se habla poco y bajito de la etapa que comienza después de parir, y por eso la mayoría de las personas que lo atraviesan sienten que nadie les avisó. Pero, ¿qué es?

Por Aldana Contrera
30 de agosto de 2024
La palabra puerperio proviene del latín y es una combinación del sustantivo puer (niño) y el verbo parere (parir). Es una palabra difícil de pronunciar, lo cual le hace honor al momento al que refiere: el tiempo que comienza una vez que nace un niño o una niña. Concretamente, una vez que la placenta es expulsada en el parto, sea vaginal o por cesárea. En ese momento es que el cuerpo comprende que el embarazo se terminó y da inicio a una verdadera revolución psíquica, física y hormonal con su imponente correlato en lo emocional.
Es un tsunami que arrasa con todo lo que más o menos se había establecido en el embarazo, que suele estar cargado de expectativas, fantasías por el futuro cercano y proyección de escenarios posibles.
Para ese momento, el útero se estiró al máximo para contener al bebé, la placenta y el líquido amniótico; y comienza a reducir su tamaño con contracciones leves que vienen con sangrado. En simultáneo, los órganos se desplazan para ubicarse nuevamente en sus lugares previos al embarazo. Tras el parto, las hormonas que durante esos meses habían subido en sus concentraciones para mantener la gestación (gonadotropina corial, lactógeno placentario, estrógenos y progesterona, entre otras) descienden abruptamente para permitir que asciendan otras que estaban latentes esperando la órden. Entre estas últimas se encuentra la prolactina, que es la hormona encargada de la producción de leche dentro de la glándula mamaria.
La lactancia se da en este marco y es por eso que en algunas situaciones se puede volver todo un desafío. Porque cualquier complicación que surja en torno a la alimentación del bebé se vive con una intensidad muy elevada y tiene su impacto en lo emocional. Es por esto que la puérpera puede transitar un estado de ambivalencia que la lleve de la alegría máxima hasta la ansiedad y la angustia en un instante. De un momento a otro, los pensamientos giran en torno al bienestar de un ser que depende casi exclusivamente de quien acaba de parir, y en esa dependencia se encuentra en juego lo más vital que se pueda pensar: su supervivencia.
Durante mucho tiempo, 24 horas al día, el foco está en el alimento, el sostén, el abrigo y el cuidado amoroso para que el bebé pueda crecer y desarrollarse. Es lógico, entonces, que haya preocupación por situaciones que hasta hacía poco no existían en la lista de desafíos: si hizo o no hizo caca, de qué color es su pis o si la prendida a la teta está siendo correcta y se está alimentando bien.
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En este período también puede experimentarse amor y felicidad, claro. Pero sobre todo predomina un estado de desborde emocional y de extrañeza frente a la propia identidad.
También se vuelve difícil el vínculo con el cuerpo propio, porque la imposición de la delgadez no se ausenta, sino que al contrario, se hace foco en “cómo quedó” después del embarazo y se celebra si hay pocas huellas de aquel cambio inmenso. Esto también es una carga extra para toda mujer que es víctima de las exigencias imposibles de colmar de un supuesto cuerpo ideal que se vuelve cada vez más inalcanzable: delgado, fit, magro y con músculos.
Y a nivel psíquico, quien acaba de parir entra en un estado de conexión profunda con las señales de su bebé (que pueden pasar inadvertidas para la mayoría de las personas), porque esto le permite decodificar qué le está pasando a ese ser que se expresa a través de pequeños gritos, quejidos y llantos. Y esto, lejos de tener que ver con el ya desmitificado “instinto materno” que se creía que toda mujer guardaba en su interior, sino que se trata de un mecanismo de adaptación del cerebro que está sostenido por nuevos escenarios neuro-hormonales.
Sabiendo esto, lejos queda la idea de que puerperio es sinónimo de “cuarentena” (antes de la pandemia este término hacía referencia al tiempo que tardaba el cuerpo de quien pasó por un embarazo en volver al estado anterior). Hoy sabemos que eso no sólo es engañoso (el cuerpo no vuelve a ningún estado anterior, está en un constante devenir y cambio), sino que además solía estar directamente relacionado con la recomendación de esperar cuarenta días para retomar la actividad sexual.
La medicina tradicional (la que podríamos llamar medicina hegemónica y por ende patriarcal en sus raíces) dice entonces que el puerperio dura cuarenta días. ¡Qué tan alejado de la realidad es ese número! Pareciera que al día 41 se acaba el encantamiento y aquí no ha pasado nada. Pero no. Por suerte la psicología es más benévola y nos dice que el puerperio puede extenderse hasta dos años post parto, teniendo en cuenta que lo más intenso se vive en los primeros meses, pero que el desajuste que hace tambalear toda la estructura va a durar un tiempo más prolongado.
El puerperio es crudo, intenso y bastante gore, porque está lleno de fluidos orgánicos tanto de quien gestó como de su bebé (lágrimas, sangre, leche, pis, caca…), dolor e incomodidad física y un profundo desconocimiento por este rol nuevo a habitar. El puerperio no perdona a quien reincide: va a estar presente después de cada nacimiento, sin importar el número de hijos que tenga.
Se habla poco y bajito sobre esta etapa (casualmente como de todo lo que pasa en los cuerpos con capacidad de gestar), es por esto que la mayoría de las personas que la atraviesan sienten que nadie les avisó. Quizá sea porque está mal visto que en medio de lo que se supone debiera ser uno de los momentos más plenos y felices, existan escenas llenas de llantos y vaivén emocional. Hay un velo de culpa que cubre a quien experimenta estos períodos de angustia que en inglés también tienen nombre y es baby blues –algo así como “tristeza puerperal”– porque se tiene la sensación de que a nadie más le pasa, o que si se menciona algo del orden de la angustia en el postparto se está hablando de depresión posparto.
Pero esto no tiene que ser necesariamente así: los momentos de tristeza son eso, momentos. Tienen un principio y un final. No se instalan durante días de forma ininterrumpida y sobre todo, no impiden seguir haciendo las tareas diarias de cuidado, higiene, alimentación y construcción del lazo afectivo con el bebé, algo que sí ocurre en cuadros de depresión. De sospechar que lo que se está viviendo es una depresión post parto, lo mejor es hacer una consulta con un profesional de salud mental que tenga formación en psicología perinatal. La depresión post parto es un trastorno psíquico mucho menos frecuente que la tristeza puerperal, pero puede darse y tiene tanto tratamiento como buen pronóstico.
Por esto es importante que de los cambios emocionales y psíquicos que traerá este tiempo post parto se informen –al menos– desde el embarazo. Que así como se pone el foco en el parto, las contracciones y cuándo ir al hospital, como si ese momento fuera el gran final del recorrido, se ilumine también a esto que le sucede a la mayoría de las personas luego de gestar y que hoy podemos sintetizar en una palabra: puerperio.
El embarazo empieza con el positivo y termina en el nacimiento, sí. Pero ahí arranca una película nueva en la que sus protagonistas parecieran tener que atravesar todos los desafíos que se les presentan día a día en una abrumadora soledad y con poco o nulo acompañamiento profesional.
Por último, el puerperio va a tener su implicancia también en lo vincular: amistades y personas cercanas a la puérpera pueden no entender lo que le está sucediendo y esto genera en muchas ocasiones un cortocircuito en el lazo. La flamante madre por un tiempo deja de ser “la que era”, porque está construyendo una nueva identidad; se está rearmando a sí misma a la par que su útero se achica contracción tras contracción. Muchas veces el entorno presiona –a veces sin darse cuenta– para generar encuentros. Necesitará de una red que la sostenga amable y amorosamente mientras transita los cambios.
El puerperio existe y es tan real como el parto o la lactancia. Saquémoslo del closet y hablemos de él, así le perdemos el miedo y conocemos todos sus colores.
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