En medio de una crisis, la desesperación por obtener dinero rápido y fácil adquiere diversas formas, desde la venta de datos personales hasta las apuestas online. Cenital publica un Especial que bucea en este fenómeno impulsado por la necesidad y la astucia.

Hace algunos meses, mientras acompañaba a una pareja de jubilados a escanearse el iris en un boliche de San Martín a plena luz del día, un puntero de Worldcoin me respondió un conjuro a la pregunta obvia sobre por qué tantas personas venden así sus datos: plata fácil, plata fácil, plata fácil.

No es novedoso que en Argentina se necesite plata, ni que la plata de los ingresos comunes no alcance. El puntero se llamaba Brian y tenía 29 años. Trabajaba como barrendero para el municipio por la tarde y pasaba la mañana desfilando adultos mayores por la entrada de Chankanab, un boliche famoso en el barrio, pero no por buenos motivos. Las personas se escaneaban el iris a cambio de la criptomoneda de la empresa de Sam Altman, él les pagaba en pesos argentinos a sus cuentas de Mercado Pago –a un valor menor del que tenían– y se quedaba con los tokens para timbearlos después.

En pocos minutos Brian hizo casi 50 mil pesos atrayendo vecinos. «Esto en un futuro le va a traer problemas a la gente», dijo. «Pero hoy es una cuestión de astucia», completó.

En este mundo –y en esta crisis– hace falta solo levantar la mirada para ver cómo las ganas de sumar guita están en todos lados: en las publicidades en el subte, en las apps, en los chats con amigos, en las billeteras virtuales, en la tele. Hasta los SMS ahora traen promesas de hacer dinero fácil con comisiones altísimas, en teoría, para revender productos y servicios.

Pero la idea de emprendedurismo, de riqueza DIY (do it yourself o hágalo usted mismo), tampoco es nueva. En Argentina se hizo muy potente a partir de 2015, cuando el macrismo la resaltó como una versión mejorada de la subjetividad del trabajador que ya conocíamos, donde el self made man u hombre hecho a sí mismo –Marcos Galperín, por ejemplo– parte del despojo para construir un imperio sin necesidad de la presencia de un Estado, ni de derechos laborales, ni de ninguna de esas viejas utopías sobre las que discutíamos por entonces.

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Pero ahora pasa otra cosa: todos quieren –queremos– guita fácil y rápido. Ya no es una cuestión de invención del mérito o de construcción de un relato personal. Los sueldos, con pocas excepciones, dejaron de alcanzar hace muchos meses. Vemos alrededor a gurúes que profesan que trabajar es para tontos, afirman que ganar miles de dólares es una cuestión de voluntad y prometen que es tan fácil como caminar hasta el boliche de tu barrio y salirte con 50, 100, 200 mil pesos. ¿Por qué nos resistiríamos? ¿Por qué tendríamos el gesto conservador de negarnos al dinero, si está ahí, si nos lo están mostrando, si los demás lo tienen? Hola, normal, despertate. Anotate al curso. Actuá como rico.

Perseguir su brillo tiene distintos caminos según de dónde se venga. En este dossier intentamos alejarnos de la pregunta sobre por qué hay una desesperación por la plata y perseguir cómo se vehiculiza esa desesperación. Qué cosas nuevas trae a nuestra economía y la forma en la que nos relacionamos. El negocio enorme de las apuestas online, el del trading de cartas, el de las changas digitales con OnlyFans. O los pibes desde Dubai que humillan a quienes los miran desde su conexión 3G a kilómetros de una ciudad o los músicos que hacen de la guita una marca personal, casi artística. Son muchos, cada día son más. Los testimonios de éxito circulan, se renuevan, pasan boca a boca como el conjuro de Brian: se puede, la guita fácil está ahí. Pero parece que no para todos. No es astucia. Tampoco es voluntad. Pero, por ahora, vienen ganando.

 

Lucía Cholakian Herrera

Periodista. Trabaja como corresponsal para medios extranjeros como The New York Times, Rest of World, The Dial y NACLA. Cubre, sobre todo, política y derechos humanos. Fue redactora en el Buenos Aires Herald.

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