Érase una vez un pequeño árbol que crecía en un vivero. Lo habían preparado para mudarse a las veredas de la ciudad donde alguien, consciente de la importancia de arbolar los centros urbanos, lo requiriera para ser plantado. Donde lo amaran, lo cuidaran , pudiera crecer sano y cumplir su objetivo de vida. Dar sombra , albergar pájaros, oxigenar el aire y, con sus flores rosadas llenar los ojos de los transeúntes al inicio de la primavera anunciando tiempo de aromas y colores.

Tan mágicos son los de su especie que dan primero las flores y luego surgen las hojas.

Muchos de sus hermanos se le adelantaron en poblar calles de la ciudad formando guirnaldas de un rosa intenso cuando setiembre estalla en colores.

El mayor de todos vive en el jardín de una casa de la calle principal. Es el más grande de la ciudad. Hoy la tercera generación de esa familia puede disfrutar de sus flores y su sombra.La familia Asprella.


Y llegó el día de completar su misión.

Lo plantaron en una vereda céntrica. Sólo había que ser paciente y esperar su crecimiento, sus flores, su sombra y el canto de los pájaros que lo poblarían un día.

Y el Lapacho se sintió feliz.Creció,floreció,proyectó su sombra aún no muy grande sobre la vereda y más allá.

Crecería aún más en próximas temporadas. Nadie ni nada crece de la noche a la mañana.
Las hojas de los almanaques caían una tras otra.

Él esperaba setiembre.

Ya era más grande y hasta podría competir en belleza con sus hermanos del pueblo.
Pero un inolvidable domingo 18 de setiembre de 2022…entre las 10 de la mañana y las 5 de la tarde manos asesinas lo mutilaron impunemente.

No pudo recibir a la primavera engalanado. El 21 de setiembre se avergonzaba de su deplorable aspecto. Se sentía un paria, aunque era inocente.
Habrá sido la sombra que proyectaría la causa de semejante injusticia?
Le molestaría a alguien?
Incógnita.

Quedaron en pie sólo troncos doloridos y sufrientes sin comprender por qué.
El infortunado lapacho sufría porque sabía que este año no se cubriría de ese bello rosado que atrapa los ojos de quienes saben mirar.

Que emociona las lentes de cámaras y los celulares se enloquecen por capturar sus imágenes.

Sin embargo los duelos tienen fin y se revierten.

Un día las hojas volvieron a asomar por los troncos heridos y crecieron y crecieron para alcanzar a sus hermanos.


Y pudo ofrecer su sombra y albergar pájaros.
El lapacho resiliente dio su gran lección.
Resistir y volver a crecer.

Cuando caigan las hojas de agosto en los almanaques, esperaremos las flores rosadas del lapacho resiliente.

Liliana Gramaccioli

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