
El vecino pasa por una gomería. Ve que quien maneja una de las máquinas está sentado, ocioso y recuerda haberlo visto en igual situación en varias oportunidades anteriores. El conocimiento y trato casi cotidiano que posee con el hombre hace que se permita preguntarle, a manera de chanza, cómo hacía para atender tanta clientela en razón de que en el negocio, como en casi todos, no había nadie.
El trabajador responde que desde el 26 de diciembre, fecha en que se averió la maquinaria, está sin hacer su tarea ya que, por lo que presume, los dueños del local no piensan repararla. No necesita ser muy perspicaz para entender que sus días como empleado están contados y, si careciera de esa cualidad el alejamiento «voluntario», pocas horas atrás, del encargado del lugar, lo pone en alerta.
El negocio tiene dos empleados de los cuatro que había hace unos meses, en realidad hay solamente uno que es el que se encarga de todo en su función de «hombre orquesta» como en «El Organito», memorable grotesco teatral de los hermanos Discépolo que aún pasados tantos años se sigue representando en nuestro territorio en clara muestra de que el tiempo pasa pero las historias se repiten. Atiende clientes, repara, cobra como si fuese dueño único pues el otro empleado, su compañero, está para hacer una tarea que le impide desarrollar, como se ha dicho, la rotura «eterna» de la máquina que inexorablemente necesita para poder cumplirla.
El vecino se aleja apesadumbrado y recuerda la frase de una canción de don Atahualpa Yupanqui: «Malaya triste destino los obreros argentinos» en la que intencionadamente cambia la palabra “caballos” por “obreros”.
Metros más adelante se encuentra con un amigo a quien saluda, cambia algunas palabras de rigor y, durante la charla que sigue narra lo acontecido minutos antes en el comercio. Lo hace con la preocupación lógica de quien ve como día tras día, en Baradero se van perdiendo fuentes de trabajo. Su interlocutor aporta lo suyo. Su mujer está empleada en una especie de «consultora», la que carece de trabajo desde hace meses. Un empleado de mayor jerarquía, quien supervisaba la oficina de Baradero, fue despedido hace unos días, el hombre «todo terreno» que tenían contratado acá, siguió el mismo camino. Solamente permanece trabajando una persona, precisamente la esposa del amigo del vecino que inició este relato. Tanto la mujer como el hombre protagonistas de esta historia, saben que más temprano que tarde, llegará el telegrama que anunciará el fin de la relación laboral.
Nuestro medio padece desde hace tres años una permanente sangría de puestos laborales. El grueso de la población se entera cuando los despidos son notorios, tales los casos de Atanor, Germaíz, Donto y demás. Pero como si se tratara de un sistema de riego por goteo, cada día, poco a poco, pero sin detenerse, los despedidos en nuestra ciudad siguen sumándose. Nadie sabe, tampoco, cuánto tiempo más continuará esta situación y mucho menos qué lapso será el que transcurra hasta que, hastiados, los ciudadanos hagan saber su descontento de manera que se note.
El vecino que nos aportó este relato, finalizó diciendo que, ya de retorno a su hogar volvió a recordar a nuevamente las palabras de don Ata: «Malaya triste destino los obreros argentinos».
El Diario de Baradero
Comentarios de Facebook