Por Inambú Carrasquero- No cabe duda de que algo por el estilo debe estar pasándonos; el la única causa que puede llevarnos a esta deprimente inercia que nos impide reaccionar como debería hacerlo, una comunidad que acaba de vivir la tristísima experiencia del 21 de Marzo.
Pareciera que nos disponemos a acostumbrarnos, como si tal cosa, a seguir viviendo en una ciudad que tiene su edificio municipal destruido, su centro cívico en el mismo estado, las autoridades desperdigadas Dios sabe por donde, las calles sucias y llenas de baches y la pachorra inconcebible de funcionarios y población que amenaza con instalarse y perpetuarse entre nosotros para toda la eternidad. Me acuerdo de Macondo, la aldea de “Cien Años de Soledad”, que, de ser un poblado próspero y prometedor, terminó convirtiéndose, por la actitud errática de sus pobladores, que no dejaron macana por hacer, en un caserío triste y decadente, cuyo fin sobrevino fatalmente, desapareciendo de la faz de la tierra.
Deberíamos terminar, aunque sea, con esta actitud hipócrita, que se esta instalando a medida que pasan los días y hacernos cargo de que lo que pasó, pasó entre nosotros, pasó por algo y pasó como pasó en realidad, no como queremos contarlo y contárnoslo ahora.
A partir de la terrible circunstancia en la que perdieron la vida Juliana y Miguel, se desató una tremenda e incontrolable violencia, protagonizada por unos pocos, pero consentida, permitida y, no me atrevo a decir que avalada, por muchos. Hoy, todavía no sabemos si la muerte de los adolescentes fue un accidente o la consecuencia de una inexplicable e injustificable persecución; tampoco sabemos si los hechos de violencia se desataron espontáneamente, fruto de la indignación y la bronca o fueron propiciados y dirigidos por un grupo que aprovechó la situación para sacar rédito de ese caos, y si fue así, nadie puede asegurarnos, con que propósito.
Lo que si es claro, es que los ataques a los edificios públicos fueron presenciados por mucha gente, que si bien no participó, tampoco reaccionó tratando de impedir semejante barbarie. Yo llegué a la Plaza Mitre pasadas las 10,30 hs, y recuerdo perfectamente, porque presté especial atención, que no se escuchaba ningún comentario entre la gente, que denotara indignación o enojo; debo decir que, al contrario, el susurro general era de condena a la policía de tránsito, como generadora de lo que, atónitos, estábamos presenciando. La actitud colectiva era de desconcierto, de apabullamiento, de incredulidad, pero no del enojo y si alguna condena se escuchaba, era para las autoridades; NADIE se preguntaba en ese momento, quienes habían causado los increíbles destrozos que todos contemplábamos sin poder comprender y mucho menos, medir.
Hoy, tengamos la valentía de preguntarnos que nos pasó aquella mañana con el sentimiento de pertenencia hacia esos edificios que ardían aún ante nuestros ojos. Ahora leo y escucho numerosos comentarios que censuran y repudian aquellos hechos, por lo cual se me hace más difícil comprender aquella actitud de parálisis que impidió a los que presenciaban, reaccionar y defender, lo que claramente, es patrimonio de todos.
Me pregunto quien defendió al Dr. Maroli, que fue agredido y lastimado cuando, intentó detener a la horda destructora.
El fenómeno de las conductas colectivas es complicado, pero siempre tiene una explicación; me gustaría escuchar alguna para entender lo que vivimos aquel domingo.
El respeto al orden social nace de la concepción individual, de que ese orden no está vaciado de contenido y representa y aporta seguridad y tranquilidad para el desarrollo de la vida cotidiana; la solidaridad no surge espontáneamente, es una especie de pacto social, que también contribuye al sentimiento de seguridad de cada individuo y posiblemente, de ello dependa, el grado de compromiso que asuma con su comunidad.
La solidaridad es el primer valor social, que da paso a otros valores; sin ella, reina el individualismo, donde pierden sentido otros valores sociales y se buscan aparentes y momentáneas soluciones, en el predominio de un grupo o en la lucha estéril e interminable entre facciones, repitiendo hasta el cansancio el mecanismo de impedir la concreción de los propósitos del que, se considera rival, para terminar depositando en él, la responsabilidad y la culpa.
Sobre la piedra fundamental de la solidaridad, una comunidad edifica, construye, innova, crea y persigue logros que, innegablemente, beneficiarán al conjunto; en cambio, cuando a falta de liderazgos genuinos y positivos, una sociedad ha perdido esos valores, también pierde la capacidad de colaborar con el conjunto, entonces no sabe y no puede solidarizarse, se preocupa, lucha y defiende propósitos individuales y hasta destruye, creyendo en medio de su impotencia, que construye, aunque sin saber para quien o para que.
Hoy, 15 de Abril, seguimos debatiéndonos en la desorientación que nos impide unirnos y encolumnarnos detrás de un proyecto común, con el que podamos identificarnos y que nos coloque en un camino donde podamos sentir que avanzamos, que sumamos, que construimos y que sobretodo, nos lleve en el sentido inverso, para alejarnos definitiva y REALMENTE, del pasado 21 de Marzo.
Dónde están las autoridades, asumiendo el liderazgo que estamos esperando?
Dónde está la oposición ejerciendo el protagonismo y la responsabilidad que le corresponde?
Dónde estamos nosotros, exigiendo competencia, compromiso, verdad y justicia, pero asumiendo una actitud ciudadana responsable, madura y coherente, capaz de aportar la energía necesaria para que nuestra ciudad pueda resurgir de estas lamentables cenizas?
Inambú Carrasquero
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