La conducta patológica de guardar objetos “por las dudas” puede ser incapacitante. Diferencias con el coleccionismo y cómo debe encararse el tratamiento.
Federica es promotora. Tiene 26 años. Llegó a Buenos Aires desde el Chaco, hace ya más de un año. Fue “traída” por sus desesperados padres con la ilusión de encontrar en la gran ciudad a alguien que se especializara en lo que su hija padecía desde la adolescencia: el síndrome de acumulación compulsiva (hoarding, en inglés), de reciente inclusión en los diagnósticos psiquiátricos y cuyo conocimiento y tratamiento eran hasta ahora casi nulos.
“Desde la adolescencia me cuesta tirar cosas. Rompí con mi novio, dejé varias carreras; me deprimí y empecé a guardar todo lo que caía en mis manos: peluches viejos, blisters de remedios, volantes que dan en la calle, boletos… Lo que más me costaba era la comida; la guardaba aunque tuviera moho. Y si me presionaban para que tirara algo, hacía miles de rituales y me quedaba la cabeza quemada”, cuenta hoy Federica (su nombre es ficticio porque pidió mantener el anonimato).
En Buenos Aires la esperaba Rafael Kichic, coordinador de la Clínica de Ansiedad y Estrés de Ineco, quien se había especializado en grupos de ayuda armados en EE.UU. por Edna Toa, considerada una autoridad mundial en este síndrome que para muchos pertenece al grupo de los trastornos obsesivos compulsivos (TOC), aunque hay polémicas abiertas.
En el origen de esta patología se esconden dos grandes emociones: el miedo y la inseguridad. “El acumulador no quiere tirar por dos razones: por temor a necesitarlos más adelante (“por las dudas”) y por apego emocional, porque cree que los objetos tienen vida”, explica Kichic. Por supuesto, el trastorno implica también un fracaso en la capacidad de tomar decisiones tan simples como “¿tiro o no tiro este boleto?” Ante la duda, el enfermo lo guarda. Y si lo tira, puede volver a buscarlo a la basura.
Psiconeurológicamente, esta patología estaría vinculada “con un neurotransmisor llamado serotonina y comprometería los ganglios base del cerebro, al igual que en la anorexia nerviosa o el TOC”, informa Eduardo Keegan, director de Carrera de Especialización en Terapia Cognitiva de la UBA y presidente de la Asociación Argentina de Terapia Cognitiva. Por eso, a nivel farmacológico se usan antidepresivos, como la sertralina y la paroxetina.
Pero coleccionar ciertos objetos puede ser un hobby muy placentero. ¿Cómo saber cuándo este coleccionismo se convierte en patológico? “El criterio de la acumulación excesiva es contextual. Si el acopio es funcional y con sentido, lo llamamos coleccionismo: hay placer en la colección, y no es compulsivo. En la acumulación patológica, en cambio, no hay valor estético ni lógico”, explica Keegan.
Abandono y rituales. Dentro de este trastorno, es frecuente que aparezca el llamado cluttering: cuando la acumulación inhabilita determinadas partes de la casa: la escalera no se puede usar porque está ocupada con trastos, por ejemplo. Si el cuadro no se revierte a tiempo, puede derivar en el síndrome de Diógenes: la casa se convierte en un basural, resultante de la descomposición de restos de comida, envases, etc., acompañados por la presencia de hediondos olores, roedores y cucarachas. “Y no es que no les molesten las cucarachas, pero más les molesta deshacerse de lo que las atrae”, puntualiza Kichic. A causa de este riesgo sanitario, estas personas son a menudo denunciadas por sus vecinos. Si los afectados viven con su familia, la acumulación suele circunscribirse a su propia habitación. En todos los casos, les da vergüenza invitar gente y así suman el aislamiento.
Delivery terapéutico. El abordaje de esta patología tiene un rasgo distintivo: hay que ir seguido a la casa del paciente. El objetivo es hacer una evaluación –que incluye fotografías– para medir qué partes están tomadas por la acumulación de objetos inservibles y compras compulsivas. Las sesiones duran casi dos horas y en ellas se ayuda al paciente a elegir qué cosas tirar, se le enseñan formas de reducir la angustia y los rituales. “Yo me tenía que cepillar los dientes en diez minutos, pero sin contar.
Lo hacia imperfectamente, pero no demoraba. Antes podía tardar una hora”, cuenta Federica, cuyo padre trajo desde su casa natal cosas para que tire en las sesiones. Al paciente se le enseña a tirar usando estrategias motivadoras. En el caso de Federica, fue decisivo el hecho de que, luego de ocho meses de terapia acompañada por sus padres, empezara a vivir sola en un departamento vacío y limpio: “No había nada tirado, era lindo, me daba ganas de vivir”.
Si bien aún no pudo deshacerse de todo lo inservible, “de a poco aprendí que es más fácil tirarlas que hacer rituales”. Según los especialistas, el síndrome se revierte entre seis meses y un año, y uno de los primeros signos de que las cosas van bien es que los pacientes quieren invitar gente a sus hogares. “Es cierto –asiente Federica–, a mi cuarto nunca entraba nadie, pero ahora aquí me gusta que vengan a mi casa mi novio, mi hermana, y cuando me dicen que todo está muy ordenado, me siento muy orgullosa de mí misma.”
De la realidad al ‘reality’. Acumuladores, una suerte de reality en capítulos del canal Discovery Home & Health, muestra casos de gente afectada por este síndrome; su entorno y el trabajo de los grupos terapéuticos. Así, puede verse cómo lo acumulado durante años termina llenando decenas de containers de basura, y su lucha para despojarse de sus objetos. Estas “fuerzas de tareas” son habituales en EE.UU., donde la enfermedad está muy extendida. Los pioneros de esta modalidad son de la Universidad de Boston, dirigidos por Randy Frost y Gail Steketee, quien se formó con Edna Foa, maestra y supervisora de los casos de hoarding del argentino Rafael Kichic.
Por Arizona Gaudino -Perfil.com
Comentarios de Facebook