jeanmarie

Escritores, críticos, editores y libreros cuentan qué libros les gusta leer durante el veraneo y por qué.Por: Julieta Roffo.

“Voy a llevarme libros sobre China, ya que viajo para allá en febrero; también voy a llevar Glaxo, de Hernán Ronsino, y la La Virgen Cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara”…Es un clásico: la valija veraniega no sale a la ruta sin, al menos, un libro para devorar durante los días de descanso. No importa el destino, mar o montaña: alcanza con mirar rápidamente alrededor para enseguida notar que la lectura es uno de los tantos placeres que las vacaciones exacerban.

Puede ser momento para dar con un nuevo autor, apelando a alguna recomendación o recorriendo las mesas de saldos de las librerías locales, o de volver a algún escritor conocido y ya probado, en busca de un redescubrimiento. Se puede continuar con los géneros que se eligen durante el resto del año o reservarse ciertos temas para el verano. Hay quienes prefieren libros de bolsillo, y quienes acarrean la cantidad de páginas suficientes como para que su peso no pase desapercibido en el equipaje. También, para muchos, están los recuerdos asociados a unas vacaciones en las que casi no se hizo otra cosa que leer. Imaginen: una pila de libros amorosamente reservados para un tiempo que es, por definición, un espacio de placer y libertad. Casi como estar en una ciudad o en un paisaje que no se conocen y decidir ese día, cada día de los muchos o pocos que se tienen por delante, qué itinerario se sigue, qué calles se descubren.

Aquí, les preguntamos a esos «lectores profesionales» que son escritores, críticos, libreros y editores qué les gusta llevar de vacaciones, qué prefieren no llevar y los porqués de esas preferencias.

Federico Jeanmaire. Autor de «Más liviano que el aire» (Premio Clarín Novela 2009)

Para mis vacaciones voy a llevarme libros sobre China, ya que viajo para allá en febrero; también voy a llevar Glaxo, de Hernán Ronsino y La Virgen Cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara.

Casi todos los veranos aprovecho para releer filosofía, tal vez este año elija algo de William James, el hermano de Henry.

Más allá de que las vacaciones implican tener más tiempo para leer, creo que sobre todo tiene que ver con un estado de ánimo y de concentración. Por eso no llevaría Ulises o La montaña mágica, de Mann, así como ensayos de política o de investigación, ya que requieren de una atención que no creo que pueda darse en la playa.

Un recuerdo: «Estoy sentado sobre una piedra en la playa de Ibiza, a los 20 ó 21 años, leyendo 62/Modelo para armar de Cortázar y escuchando, en un radiograbador, un casette de Bob Marley, en plenas vacaciones; es una de las imágenes más felices que tengo de mí mismo.

Juan Cruz Ruiz. Periodista y escritor español

De vacaciones leería cualquier libro de Albert Camus, de Scott Fitzgerald o de Cortázar. Nunca llevaría material de autoayuda.

Las elecciones que hago para el verano se basan en el placer de leer y en mis preferencias habituales, más que en el tiempo o la utilidad. Creo que la lectura es una necesidad del alma y por tanto siempre se basa en razones abstractas.

Un recuerdo: En 1980 estaba en la isla de Menorca, en Baleares, y me entraron unas irrefrenables ganas de leer otra vez La Náusea, de Jean Paul Sartre. En aquella isla, donde entonces había muy pocas librerías y aún menos bibliotecas, encontrar ese libro era una verdadera odisea. Y lo encontré. En una edición rarísima que conservo con muchísimo cariño.

Rosa Montero. Periodista y escritora española

En principio, detesto las playas de verano. Sólo me gustan las de invierno, mercuriales y grises para caminar, y claro, en plan paseante no se puede leer. Por cierto, tampoco creo que se pueda leer en la playa tradicional, entre la arena, el viento, el aceite pringando las páginas, el sol deslumbrándote y cociéndote la cabeza .

Pero si tengo que elegir lectura para las vacaciones, donde sean, continúo con mis elecciones habituales. Aprovecho, sí, para leer cosas más densas, como las Memorias de ultratumba de Chateaubriand que tienen miles de páginas. Y las mezclo con cosas ligeras para desengrasar, como algo de Fred Vargas, la singular escritora francesa de género negro.

Claudia Piñeiro. Escritora, autora de «Las viudas de los jueves»

Siempre me llevo de vacaciones más libros de los que puedo leer. Lo único que no llevo son textos que sean incómodos, demasiado grandes o con papel tipo Biblia.

Este año creo que voy a llevar Sobre el estilo tardío, de Edward Said. También Los libros que nunca he escrito, de Steiner, algo de Romina Paula, cuentos de Jorge Consiglio y alguna novela.

Un recuerdo: Hace dos años estaba en Cariló, en la playa, terminando Brooklyn Follies, de Paul Auster. Cuando estaba llegando al final, me di cuenta de que al libro le faltaba un cuadernillo, así que les avisé a todos que ya volvía, ni dije por qué me iba, y con 35 grados salí a recorrer el centro y no paré hasta que lo encontré y pude ver cómo seguía la historia.

Daniel Divinsky. Director de Ediciones De la Flor

Para dos semanas de vacaciones puedo acarrear 20 libros, de los cuales finalmente mi mujer leerá casi todos y yo unos diez. Llevaría a la playa el primero de la trilogía de Larsson. Pero también autores argentinos nuevos, para ir probando «qué se lleva». Así leí Open Door (Iosi Havilio), Glaxo (Hernán Ronsino) y a Pablo Ramos, Fabián Casas, Martín Kohan.

No llevaría ensayos porque requieren una atención más concentrada, ni humor gráfico porque es lo que sí leo casi como obligación (y simultáneo placer) profesional.

Un recuerdo: mi compañera disfruta del casino, pero a mí me aburre y aprovecho para leer en el bar que habitualmente está adosado a las salas de juego. Un día, como no funcionaba el aire acondicionado del bar, me instalé con mi librito en un sillón dentro de las salas. Al verme concentrado en mi lectura un apostador me preguntó, casi afirmando: «Son instrucciones para ganar en el casino, ¿no?». Lamenté no tener una cámara a mano para registrar su gesto cuando le dije que estaba leyendo una novela …

Ana María Shua. Escritora

Siempre priorizo libros de bajo peso específico, por eso en general apelo a colecciones de bolsillo. Hace poco encontré textos de un chileno, Germán Marín, que editan en España. De él ya leí Cartago, y voy a leer El palacio de la risa. En contrapartida, nunca elegiría esos novelones pesados que aparecen en las listas de best-sellers.

A veces aprovecho el verano para releer cosas que me gustaron mucho, este año probablemente elija algo de Stevenson. Otra cosa a la que vuelvo siempre en vacaciones es a la ciencia ficción, un género al que le perdono cuestiones narrativas que no podría perdonarle a otros estilos.

Santiago Roncagliolo. Escritor y periodista peruano

Para el verano recomendaría a Martin Amis. Nadie tiene un vocabulario tan amplio como él para hablar de penes, polvos y pechos, que son las cosas que uno suele tener en la cabeza en la playa.

Pero hay que tener cuidado: no equivocarse y escoger sus textos políticos, que si llegas a ser de izquierda, te pueden provocar un infarto de miocardio.

Jorge Lafforgue. Crítico

«Cuando me voy de vacaciones procuro no llevar libros de lectura ardua: esos que leo subrayando y sacando notas, por ejemplo un tratado de filosofía. Me inclino más bien por la narrativa. Si hoy partiera, es probable que me llevase Balas plateadas, del mexicano Elmer Mendoza, o alguna de la serie del escritor griego Petros Márkaris protagonizada por el comisario Kostas Jaritos, o insistiría con la francesa Fred Vargas. Tal vez, esta vuelta personal al género policial tenga que ver con los homenajes que se hicieron durante 2009 a Juan Carlos Onetti, quien en sus relatos supo como nadie en la orilla oriental del Plata (como Borges entre nosotros) asimilar las tensiones del policial a una literatura fuera de serie.

Enrique Sacheri. Autor de «La pregunta de sus ojos»

En vacaciones suelo inclinarme por los mismos géneros que durante el año, siempre prefiriendo la narrativa de ficción; pero como tengo más tiempo, leo más. Siempre priorizo que haya una trama, personajes dinámicos y una forma literaria cuidada, un trabajo sobre la palabra; por eso no elijo ni libros muy reflexivos o vueltos sobre sí mismos, ni textos en los que las páginas se incendian a medida que las vas pasando, como los de Dan Brown.

Este año probablemente lea Más liviano que el aire, de Jeanmaire, algo de Murakami -quizá Kafka en la orilla-, Las grietas de Jara, de Claudia Piñeiro. Siempre, en verano, vuelvo a Cortázar, especialmente a sus cuentos. Anárquicamente elijo alguno y lo leo, ya se convirtió en una costumbre.

Otro hábito que tenemos mi mujer y yo es compartir una novela, leernos en voz alta, alternándonos. La primera vez que lo hicimos fue en nuestra luna de miel, en 1991, con Sobre héroes y tumbas, de Sábato. Así leímos Tuya.

 

Angela Pradelli. Escritora

Ultimamente me inclino cada vez más por leer ensayos. Cuando son buenos, se produce una operación que es como entrar en la cabeza de los autores, seguirlos en sus vericuetos mentales. Me voy de viaje en unos días, y me llevo De la emoción a las palabras, del poeta Seamus Heany. También llevo dos libros de George Steiner: Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, que ya leí y releí, y La idea de Europa.

No me pongo muchos límites a la hora de elegir los textos que llevo de viaje, sólo no me llevo lo que tampoco leo cuando estoy en casa.

Un recuerdo: Hace unos meses estuve en Salta. Me senté a una de las mesas de la vereda de un bar sobre la plaza principal. Cuando el mozo se llevó los restos de la consumición del cliente anterior descubrimos que había quedado un libro. El mozo no quiso llevarlo. «No es mío», le dije. «Mío menos», me contestó. Era un libro de poemas y mientras tomaba una cerveza helada leí la dedicatoria: «Para tí mujer, por la vida y por nosotros». Leí los poemas preguntándome si meterme en esas vidas no era perpetrar algún tipo de robo. ¿Se lo había olvidado él, o ella? Y si era ella, ¿lo había olvidado o lo había dejado deliberadamente allí para desprenderse del libro, de la dedicatoria, de ese hombre? Cuando el mozo vino a cobrarme dijo que me llevara el libro. «No es mío», repetí. «Pero ahora ya lo leyó», me dijo. «Sí, ¿y?» «Entonces es suyo».

Natu Poblet. Librera.

 

Las vacaciones, para mí, implican estar leyendo todo el tiempo, más de lo que leo durante el año, que ya es mucho; ese es mi concepto de «irse de vacaciones».

Yo recomendaría Antártida de Claire Keegan, una autora irlandesa que recién descubrí y que tiene el estilo de Raymond Carver, a la alemana Julia Franck, que en La mujer del mediodía relata una saga familiar a lo largo del siglo XX, Indignación, de Philip Roth, algo de Henning Mankell, especialmente la saga del Inspector Wallander, y el libro De A para X, de John Berger».

También me gusta la relectura durante las vacaciones, y creo que este año será tiempo de volver a Felisberto Hernández, a Pedro Páramo de Rulfo y a Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, que leeré por cuarta vez y que recomiendo al que no lo haya leído.

No llevaría textos de política o ensayos, porque no los elijo habitualmente y mucho menos en vacaciones.

Tengo listos para meter en la valija textos de John Banville, La hija del sepulturero de Joyce Carol Oates y Al pie de la escalera, de Lorrie Moore, autora a la que quiero seguir conociendo.

 

Clarin.com

 

Comentarios de Facebook

1 COMENTARIO

  1. me pareció estupendo la publicación de esta nota, me gusto conocer un poco de lo que leen los grandes de la literatura , los criticos literarios y que pueden de alguna manera coincidir ademas con nuestros gustos. felicitaciones por la publicación de esta nota.

Los comentarios están cerrados.