
Todos quienes cotidianamente transitan las inmediaciones de la Plaza Colón lo conocían. Era casi imposible no verlo ya que el paseo público citado era el lugar que había elegido para pasar, puede sospechárselo, los últimos días de su vida.
Marcelo Domingo Orellana tenía nada más que 49 años, pero los chicos que habitualmente juegan en la plaza, lo nombraban como «el viejito» ya que su aspecto distaba mucho de representar a un hombre de la edad que tenía y se parecía mucho al de un anciano.
Alguien comentó que cuando era apenas un jovencito de 16, 17 años, descollaba en el fútbol local desempeñándose como mediocampista central y se pensaba que su carrera continuaría, brillante, en alguno de los clubes de primera división de Buenos Aires. Rápidamente toda ilusión en tal sentido resultó trunca; por entonces ya había comenzado a beber hasta el punto de la embriaguez, por lo que su carrera deportiva se vio acortada sustancialmente.
Desde hace algunas semanas se lo empezó a ver, como quedó dicho, sentado en un banco de la plaza o, cuando el sol arreciaba, a la sombra de la tribuna o de alguna planta, las más de las veces ya dormido, con la caja de vino tetra-brik vacía, a su lado.
Las ropas que vestía estaban sucias, desgreñadas, la barba crecida y el aspecto general del hombre era desaliñado, propio de quien vive casi en la calle puesto que la mayor parte del tiempo, Orellana lo pasaba a la intemperie. Un compañero de sus años de futbolista, que se halla radicado desde hace años fuera de Baradero, lo vio hace unos días y no lo reconoció, para hacerlo necesitó que otro compañero de juego le indicara de quien se trataba, a tal punto había llegado su deterioro físico.
Hay quienes creen que la sociedad lo había dejado de lado y que nadie le tendió una mano. Para evitar esos cargos de conciencia debe decirse que fueron muchas las personas que se le acercaron con las mejores intenciones, pero a todas sistemáticamente se encargó de rechazarlas. Ni sus amigos del fútbol, ni gente de las distintos credos religiosos locales lograron sacarlo del abismo en que caía. Algunas veces concurrió a oficios religiosos encendiendo las esperanzas de quienes pretendían salvarlo de su destino, pero todo resultó en vano. Tantas veces como concurrió a esos lugares terminó abandonándolos para volver a beber sin medida.
Una anécdota pinta la situación de Orellana en los últimos días: recurrió a un viejo amigo en busca de los $ 1,50 que le faltaban para comprar una caja de vino, el amigo se los negó con estas palabras: «Marcelo, ya sabés que para vino no te doy» y Orellana respondió: «No te hagas problema, en un rato los consigo». La historia se completa con Marcelo Orellana que, caja en mano, vuelve donde estaba su amigo para mostrársela diciendo: «¿Viste que la conseguí?
Muchas veces se habla de ciertas drogas señalándolas como asesinas, lo que es cierto, pero la sociedad permite las drogas legales, como el alcohol o el cigarrillo y en el primero de los casos, hasta se permite publicitarlo en busca de incentivar su consumo sabiendo las consecuencias que pueden derivarse.
El lunes último, cerca del mediodía y cuando un chico se acercó con algo de comida al banco donde Marcelo Orellana parecía estar recostado durmiendo, como tantas veces lo hacía, no respondió al llamado. Ya no podía hacerlo, la vida lo había abandonado encontrando la definitiva paz que, quizás en secreto, andaba buscando desde hace mucho. Que descanse en paz.
Gabriel Moretti
El Diario de Baradero
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