Este miércoles por la tarde, en la localidad de San Nicolás, donde se encontraba internado en terapia intensiva desde hace unos días por un grave problema respiratorio, falleció el querido y talentoso artista baraderense Pablo Romero.
La noticia, sorpresiva y dolorosa nos embargó de tristeza, nos preguntamos ¿por qué? sabiendo que no habría respuesta y hasta nos enojamos.
Pablo, tenía 50 años, era un verdadero artista, de muy chico lo apasionó todo lo vinculado al arte, su talento como tallador lo llevó primero a esculpir en tizas y más tarde en minas de lápices, maravillosas y microscópicas esculturas que trasladaba en pequeñas cajitas y era necesario utilizar una lupa para apreciar la belleza de esa loca obra.
Pero la vida de artista no es simple y las necesidades lo obligaron a poner ese don en el trabajo, como obrero metalúrgico pasó décadas entre el hierro, la chapa, el ruido de las maquinas, los horarios, los viajes… Vestido de grafa su figura delgada iba y venía de BS Metalúrgica Integral, una empresa que como tantas, tuvo su época de esplendor y los vaivenes de la economía la llevaron al cierre. Sin nunca abandonar el arte, trabajó como contratista un tiempo, hasta que su naturaleza lo llevó a la aventura de irse a vivir al sur.

Autodidacta, llevó su sabiduría en computación a la Patagonia, se estableció en un pequeño pueblo chubutense llamado Las Plumas, donde enseñaba informática.
Allí descubrió las piedras de ágata dispersas en la tierra patagónica y su belleza lo cautivó.
En esa permanente búsqueda de su destino pero obligado por la necesidad de trabajo para mantener a su familia debió volver al overol, aunque en su bolsillo y en su mente creativa llevaba esas piedras preciosas que serían la materia prima de su gran creación.

Conocedor del mercado de la cerámica, que es muy amplio en el mundo, supo que para dar brillo a las piezas, el arte del bruñido, se utilizaban piedras de pulir de mucha dureza, ágata en este caso, que se usaban pasándolas sobre el objeto terminado hasta obtener el brillo deseado. Este método, antiquísimo se encontraba con un problema: cuando la pieza era hueca, un jarrón por ejemplo, la mano de la persona no entraba y, si lo hacía, la calidad del trabajo con la piedra, debido a la escasez de espacio para mover la mano, no resultaba ni parecido al que se obtenía en la superficie exterior, aunque en ciertos casos también afuera se presentaba similar problema cuando, por ejemplo, se trataba de alguna pieza dotada de asa en la que el espacio debajo de ella quedaba siempre con una terminación de inferior calidad a la del resto.
Pablo, ya desempleado, se dedicó a pensar en cómo resolver ese problema para lo que inventó y fabricó los bruñidores de gemas de la Patagonia, cuya marca comercial es “Choique”, y que son piezas únicas en todo el mundo. En el ámbito del arte cerámico la invención de Pablo Romero fue una verdadera explosión, una mágica herramienta que permitiría el acabado perfecto de cada pieza.

Viajaba al sur, seleccionaba en largas caminatas las piedras de ágata, las colocaba en cajas que llegaban a su taller por encomienda. Luego con un disco de diamante las cortaba, sometiéndolas después a un curioso proceso dentro de recipientes cilíndricos, del tipo de lo que conocemos como una lata y dicho recipiente es puesto a girar de manera constante a lo largo de unos 20 días.

Las gemas con el agregado de un polvo abrasivo las va puliendo constante y lentamente durante el lapso indicado y al cabo del cual terminarán relucientes.
Finalizada esa etapa, las seleccionaba una a una y de manera manual creaba cada herramienta de acuerdo a las necesidades que observaba en los ceramistas, la piedra se iba achicando hasta lograr la forma exacta.

«A veces tengo que dejar unos días hasta que me sanan la yema de los dedos porque para hacerlo perfecto hay que agarrarlo con la mano y me pule la punta de los dedos hasta lastimarlas». nos contaba Pablo, mientras explicaba el proceso
El diseño de cada una está hecho de manera que puedan ser encabadas y ajustadas con una virola de alpaca.

El producto terminado pasó por manos de ceramistas conocidos, quienes le dieron el aval y festejaron el invento.
Para producirlos en serie necesitaba financiamiento, acudió a la entidad crediticia provincial (Bco. Pcia) y a las autoridades del área municipal de aquel momento , presentó todos los papeles que la burocracia exigía pero finalmente el préstamo le fue negado, ¿motivo?… “propuesta inviable”.
“En definitiva fue una suerte -dice Pablo- tardé quizás un poco más de tiempo, pero llegué a lo mismo y sin endeudarme con nadie”. Fue la conclusión positiva a la estupidez de muchos.

Acostumbrado a los golpes, apoyado por su enorme y bella familia, Pablo siguió adelante, en el tiempo del rolado hacia los contactos vía internet, promocionaba el producto y preparaba el embalaje de cada bruñidor.
Cargaba su mochila y emprendía largos recorridos por ferias, escuelas de cerámica, de punta a punta de la Argentina y países limítrofes.

Otros de sus sueños era crear la escuela de cerámica municipal, para lo cual generó un encuentro en el mes de febrero de este año llamado EncontrARTE.

En una de las paredes medianeras de su casa, estaba armando una gran mural con piezas de cerámica de reconocidos ceramistas que le llegaban de todas partes del país y el exterior, otra loca y hermosa idea que lo entusiasmaba y no llegó a terminar.

Varias veces pasó semanas internado por sus problemas respiratorios, los inviernos se le hacían difíciles. Esta vez se complicó y la neumonía terminó con su vida, este miércoles 27 de julio.

Quisimos recordarlo de esta manera, para que quien lea este articulo tenga al menos un pantallazo de quien fue Pablo Romero.
Hasta pronto maestro, seguí tallando el cielo con tus choiques, los artistas no mueren están siempre presentes en cada una de sus obras.

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