«Estamos en la tierra de todos, en la mía. Los inocentes son los culpables dice su señoría, el rey de espadas.»
No quiero escuchar a los que dicen que no puedo. No quiero no puedo, no quiero no poder. Dónde está el poder. Dónde está la calle. A dónde está el espíritu huérfano -miserable ruin- de quien le quita a los que menos tienen, como siempre, y riega el camino de aquéllos que no volverán a dormir con el alma tranquila. O tal vez sí: los imagino sonrientes, satisfechos, limpios, olorosamente bien olidos, ricachones y maniosos, occidentales, aplacados, aburridos, tensos, nulos, blancos.
Demasiada poética esta nota periodística. Tanto para decir que a esa gente de bolivia los embromaron, les dieron un terreno y despues se lo quitaron, dos veces por si con una no alcanzaba, los amenazaron, se les rieron, los chantajearon de la manera más humillante que pudieron encontrar, y después se los denunció como si los peligrosos fueran ellos. ¿Qué? Disculpe, cierto que hay que cuidar la diplomacia; cierto que hay que ser hipócrita para triunfar en la vida. Si el triunfo consiste en arruinar la vida de otras personas… no gracias, paso. ¿Esa gente?. Seguro que no son Baradero, ay sí, seguro que vinieron acá de otro lugar y hasta mirá no sé si no son chorros… que se vuelvan a su casa, a su país, esta tierra es mía la compré yo lo dice este papel y toda una cola de firmas que respaldan mi hermosa actitud de usurparle el terreno a una pobre familia con corazón de oro que de traiciones no entiende un jopo. Pero pará, volvamos para atrás y pongamos las cosas un poco más en claro:
Hace quince años que Efraín vino a vivir a Baradero. Él ahora tiene treinta. Formó familia con Virginia que tiene veintiún años y tienen cuatro hijitos, el mayor de ellos sólo tiene seis años. Los niños van a la escuela o jardín. Efraín nació en Bolivia. Sus cuatro hijos nacieron en Baradero. Armó toda su vida acá y acá se va a quedar porque en su país no permiten el ingreso de personas nacidas en Argentina. Efraín compró un terreno hace unos años a un tal Luciano, lo pagó, tiene un papel de compra-venta en sus manos, y en SU terreno había comenzado a construir SU casa. Hasta que llegó una gente de Quilmes y sin mucha explicación les dijeron que ahora el terreno era de ellos y que se vayan. No hubo lugar para diálogo. Cuando Efraín se acercó a reclamar lo que es suyo el educado hombre de Quilmes lo corrió con un machete.
Efraín tiene chagas. Tiene miedo. Tiene nervios. Tiene una mujer y cuatro hijos chiquititos. Efraín tiene dignidad, respeto, honestidad, valores, tiene humanidad. Efraín se pone muy nervioso y se desmaya cuando está al sol. Efraín no puede trabajar. Efraín tiene tristeza para repartir; que vayan a robarle un poco de eso también los que lo estafaron de tal manera.
Después que sucede esto, el joven boliviano se acerca a la municipalidad, día a día, todos los días sin faltar uno, hasta que le recomiendan meterse en un terreno, típicos consejos del gobierno de turno. Vaya y métase, no sea estúpido, ese terreno es municipal. Y así fue. «Yo nunca haría eso, nunca usurparía, a mi Olinda me dijo que vaya y me meta, y ahora me dice que me va a mandar la máquina para sacarme, que el terreno no es municipal y que ya está hecha la denuncia». ¿Denuncia? No sé la veracidad de esa amenaza, pero sí la gravedad. Sí sé cómo la gente que está en el gobierno de Baradero utiliza estos métodos: la humillación, la hipocresía, la amenaza, el robo, la mentira. Se aprovechan del más débil y se sientan a comer el chancho gordo de navidad con los más temibles y poderosos mientras sus casas huelen a capullos de algodón; mientras que Efraín lleva a sus niños al baño que es un pozo en la tierra y cuatro palos sosteniendo un plástico como pared. Un río de cabezas aplastadas por el mismo pié.
«Yo quiero ver cómo voy a pasar este invierno, porque no tengo nada, una cocinita nomás que ahí ves y un colchón. Me hice este cuartito y acá vivimos todos; no tenemos luz ni agua ni gas. A la vecina no más le pido agua, es lo único que le pido. Y yo no puedo trabajar porque estoy enfermo y me desmayo. La familia nomás hace changas pero son $50 o $90, que no alcanza para nada, para comer unos días«. El cuartito que nombra Efraín y su señora es así: piso de tierra, unas chapas, un colchón, un anafe, una frazada. Hoy llueve y yo en vez de dormir pienso en esa gente, en cómo se hace para soportar tanta injusticia. Yo en vez de dormir hoy pienso en ellos y lloro, me duele, me da rabia, impotencia, me dan ganas de transformar la letra en puñal y salir a clavarle una palabra a quien en verdad se lo merece.
«El intendente pasa todos los días por acá, todos los días. Yo quiero decirle a él que dé la cara, porque seguro que fue él quien puso la denuncia. Yo de acá no me voy a ir porque ellos me dijeron que me venga a este terreno, a dónde voy a vivir sino». Que dé la cara. Que den la cara. Que dé la cara. Que den la cara. Que den la cara. Que la den. Qué cara pueden dar, si no tienen.
V. Moretti
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