Lo que se comenta a continuación no es nuevo; lamentablemente es de vieja data y también lo es, consecuentemente, el desamparo que sufre un grupo de vecinos de nuestra ciudad que viven en las inmediaciones del cruce de las calles Sáenz y Santa María de Oro. En dicha intersección se erige lo que la sociedad llama hoy «boliche» en el que, obviamente, se pasa música, se bebe y se baila. Las tres acciones de por sí no significan un problema, salvo las circunstancias que las rodeen y les den significado.
Este boliche tiene una particularidad, es fundamentalmente un patio rodeado de las paredes externas y las actividades de diversión se desarrollan en ese patio, cosa que en pleno verano resulta muy satisfactoria para quienes asisten al lugar, pero de un enorme perjuicio para los vecinos que por causa del elevado volumen de la música que se propala, literalmente, no pueden conciliar el sueño desde cerca de las 21 del viernes hasta las 7 de la mañana del sábado y otro tanto sucede al día siguiente. Se agregan, también, los feriados durante los que la modalidad se repite.
Puede que los lectores estén pensando que a las siete todo se termina, pero no es así ya que las rencillas que probablemente se iniciaron adentro, al cierre del local se trasladan a la calle, escenario en el cual vuelan botellas que se hacen añicos contra el piso y a veces contra la humanidad de alguien; se arrancan de las veredas baldosas que se transforman en objetos voladores y contundentes, todo en medio de un griterío casi siempre soez, que empareja el altísimo volumen de la música. Todo esto ha conseguido que sean muchos los vecinos que han terminado mudándose a otro sitio, ya que al haber niños pequeños integrando la familia se busca preservarlos de semejante caos.
Desde temprana edad se nos enseña que «los derechos de uno terminan donde comienzan los derechos de los demás», frase muy adecuada para regir las conductas sociales siempre y cuando se la aplique. No es éste el caso ya que el derecho de quienes explotan comercialmente el negocio, pasan por encima del derecho a descansar que tienen los vecinos. Este tipo de conflicto se plantea de manera frecuente y, como por lo general no existe acuerdo, debe intervenir la sociedad mediante su representación política, para lograr que no sean avasallados los derechos de nadie.
Los concejales tienen la obligación de intervenir para que esto no continúe. No se trata de perjudicar los intereses de nadie, sino de proteger los de todos con justicia, cosa que se logrará mediante el consenso, la mediación, el diálogo y, más que nada, con dedicación y solidaridad.
El Diario de Baradero
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