La carne es tierna. La ensalada es fresca y variada. El vino es de buena calidad; el tinto es encorpado, y el blanco, seco y bien helado. Una larga mesa ha sido tendida sobre el césped, en el centro exacto del jardín frontal del chalet de la familia Palmeiras. Una docena de personas que comen y conversan animadamente, comparten el asado. A pesar del frío, el sol brilla en un cielo diáfano. Sentado a la cabecera, el Director de Seguridad Víctor Palmeiras corta la carne, pasa los platos una vez servidos y rellena continuamente su copa de merlot.

Esa mañana Víctor Palmeiras despertó con el ruido de los invitados bajo la ventana de su dormitorio. Fue al baño, buscó tres aspirinas, y las tomó con agua directamente de la canilla del lavatorio para impedir que su cabeza estallara. Unos minutos más tarde, mientras saludaba a los Kenneth y reconocía con una rápida inclinación de cabeza la presencia de Tommy, Nora y Augusto, se sirvió su primera copa de vino. Contraveneno, the hair of the dog that bit you[1], se dijo en silencio.

La villa de los ejecutivos es un complejo de quince chalets con piscinas, centrados en terrenos individuales tipo jardín, de césped cortado a la perfección. Se encuentran equidistantes y ampliamente distribuidos alrededor de un espacio comunal central [los habitantes de la villa le llaman “The Commons”], complementado con dos canchas de tenis, una de básquet, un pequeño campo de golf, una cancha de dimensiones aproximadas a las de fútbol de salón y un playground infantil.

La única entrada a la villa —una portada de funcionamiento electrónico aledaña a la cabina de seguridad— está en el lado norte, próxima al estacionamiento y garaje. Hay una alta cerca de grueso alambre tejido en dibujo intrincado. La parte superior se fortalece con una doble hilera en espiral de razor-blade wire[2]. Poderosos faroles de sodio instalados en altas torres evitan que haya “sectores ciegos”.

La entrada a los edificios de oficinas se encuentra opuesta a la de la villa, tan sólo al cruzar la calle que separa a ambas. Esta última es una faja de asfalto quebrado y bacheado por el continuo desfile de los camiones jaula que transportan las reses destinadas a las mazas de los matarifes, y los camiones de carga que traen materia prima o llevan productos elaborados. Los edificios industriales, la planta propiamente dicha y los mataderos, se extienden a ambos lados y detrás de las oficinas.

En el prado de cada chalet hay mesas ocupadas por comensales. Hasta ellas llega el aroma de la carne que se asa en las parrillas contiguas. Algunas viviendas están decoradas con escarapelas, festones y globos rojos, azules y blancos. Banderas norteamericanas y argentinas flamean en los mástiles de los frentes de cada chalet. Hay numerosos grupos de comensales sentados frente a cada casa. La mayoría ya ha terminado de almorzar.

En la mesa de Víctor Palmeiras todos comen ensalada de frutas con helado o entonces Don Pedro, y todos beben champagne. Entonces surge una discusión [que había sido evitada a toda costa a lo largo del almuerzo] sobre la situación política, en la que uno a uno se van involucrando todos los presentes. Esta charla inconveniente comienza cuando Kenneth le pregunta a Augusto si es casado. Augusto responde con amargura que no sabe si mantiene una relación amorosa con una mujer desaparecida, o si es viudo. El tema ha sido arrojado sobre la mesa y, resistiéndose a volver a dormirse, se desparrama entre los restos de la comida.

—Ya he ido a hablar con todo y cualquier funcionario o autoridad que se dignó a recibirme; he ido a todas partes. He hecho todo lo que se me ha ocurrido y absolutamente todo lo que me han sugerido para tratar de encontrarla. Nada. Es como si Alicia no hubiera existido.

—¿Por supuesto que ya habrá ido a la policía y a los hospitales, no es así? —sugiere Kenneth.

—¡Claro! Fui a cada seccional de toda la capital y ahora he estado recorriendo las comisarías del gran Buenos Aires. Voy muy a menudo a la morgue. Estuve en el Comando en Jefe del Ejército, en el Edificio Libertad, en el Cóndor. Hasta pedí una cita con el Ministro del Interior, que por supuesto no me fue concedida. Es como si a Alicia se la hubiera tragado la tierra. Si no estuviera tan desesperado, lo vería como algo surreal. Lleva tiempo hacerse cargo de que alguien muy cercano a uno ha desaparecido. Pero nadie más que uno asume la realidad de su desaparición. Me aseguran que no está detenida, que no fue arrestada, que no figura en ninguna lista. ¡Y yo lo presencié! ¡Yo vi desde mi ventana cómo se la llevaban! ¡Sucedió ante mis ojos! Di descripciones del Falcon en que la metieron; les dije todo lo que recordaba de los hombres que se la llevaron, la mejor descripción que les pude detallar. Nadie sabe nada ni del coche ni de ellos. Ni de Alicia.

—¿No es posible que haya sido el trabajo de algún otro grupo? ¿Por qué la policía o la fuerzas armadas? ¿Por qué el gobierno arrestaría a una profesora de filosofía? ¡Es absurdo! —dice Kenneth.

—¡Justamente por eso, por ser profesora! —contesta rápidamente Augusto—. Alicia había organizado un grupo de estudio y análisis, y estaban viendo El capital de Marx. Eso es lo que Alicia estaba haciendo en esos días. Es decir, eso era lo que estaba enseñando cuando se la llevaron. Ese es un motivo; esa es una razón. Y todavía hay una más: está afiliada al Partido Revolucionario de los Trabajadores. Es miiembro de un partido político proscripto, ilegal. Por último, Alicia es una marxista declarada, hasta por opción profesional:  es su foco académico especializado —su “area of expertise”, como dicen en inglés. Ella es el enemigo natural cualquier gobierno nacionalista de ultraderecha, Kenneth!

—¡Qué ridiculez! —dice con énfasis Magdalena—. Conozco a Alicia super bien. ¡Qué enemigo ni qué nada! Alicia es la persona más dulce, más delicada, más íntegra, la persona más sensible que he conocido. Y tiene la reputación de ser una de las profesoras más brillantes de la cátedra de filosofía política. ¿De qué enemigo me estás hablando, Augusto?—. Augusto fija la mirada en su hermana Magdalena, los ojos brillantes de tanta ternura.

Aunque hirviendo por dentro, hasta ese momento Víctor Palmeiras ha permanecido en silencio. No soporta a Augusto ni a sus estúpidos mamarrachos de artista plástico. Odia a los artistas. Odia a los intelectuales. Le revienta Alicia, su actitud superior, su esnobismo académico, su jerga ininteligible, su postura política, principalmente eso: su  p o s t u r a  política. Además, le asquea la manera de vestir de esos dos hippies.

 Víctor Palmeiras explota:

—¡¿Quién sabe qué pasó, después de todo?! ¡¿De qué carajo están hablando?!

¿Por qué culpar al gobierno? ¡No se arresta gente sin motivo ni desaparece gente por arte de magia! ¿Qué sabe uno? ¿Qué sabemos? Si es que realmente existen, ¿quiénes eran los tipos del Falcon? ¿Por qué inmediatamente suponer que es la policía o las fuerzas armadas? ¿Por qué el gobierno? Podrían ser gangsters, violadores, chorros, traficantes de esclavas blancas, traficantes de drogas, ¡SUBVERSIVOS!, ¡GUERRILLEROS!, ¡TERRORISTAS! ¿Por qué el gobierno? ¡Estoy podrido de oír siempre las mismas pelotudeces!

Augusto lo escucha impertérrito; nunca le ha gustado Víctor Palmeiras y tiene oscuras sospechas sobre sus actividades. Si las circunstancias fueran diferentes, interrumpiría de inmediato su diatriba, pero hoy no. Hoy está sentado a esa mesa frente a Víctor Palmeiras, con un objetivo que lo obliga a permanecer impasible.

—¿Cómo podés seguir negando lo que todos saben, Víctor? —se levanta Magdalena de súbito —. ¡Cómo podés usar esas palabras gastadas que todos repiten, no porque las crean sino porque están aterrorizados! ¡Las dicen para distanciarse de los que desaparecen, como si fueran a contagiarlos! ¡Tratan de escaparse de ese horror repitiendo exactamente lo que vos decís, Víctor! Yo vivo en un mundo mínimo, lo sé muy bien. Pensaba que fuese un mundo tranquilo, seguro, mi pequeño mundo, pero la horrible realidad que se vive en este país nos ha alcanzado, Víctor. Mi cuñada era… ES… ¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo, Víctor? ¡Alicia ES! ¡Ella ES parte también de tu familia, y ahora no sabemos dónde está! ¿No te das cuenta? ¡El mecánico que arreglaba nuestro coche también desapareció; vos sabés muy bien eso, Víctor! ¿Y Gómez, el contador?, ¡también desapareció! ¡Hasta el obispo de Neuquén ¡un obispo!, fue asesinado en su iglesia! Casi todas las noches vemos en el noticiero de la tele a los subversivos baleados a muerte por el ejército y la policía “en enfrentamientos armados”. O entonces dicen que fue una “confrontación” entre entre terroristas, una batalla intestina entre subversivos. ¿Quiénes son esos “subversivos”? ¿Dónde están? ¿Por qué en la costa uruguaya hallan tantos cuerpos que han flotado a la deriva? ¿Y por qué tenemos que enterarnos de esto escuchando Radio Colonia, una radio del Uruguay? ¿Por qué las radios argentinas dan cifras oficiales de muertes, pero no dicen ni una palabra sobre cadáveres que aparecen en cuanto baldío y charco existe, y cada vez son más? ¿Por qué tengo que sintonizar una radio extranjera para saberlo? ¿Qué está pasando acá? ¿Cuándo va a acabarse todo esto? ¿Quién va a pararlo? ¿Quién va a terminar con todo esto? ¿Cuándo va a terminar esta pesadilla? ¡¿Cómo se puede vivir de esta manera?!— dice frenética Magdalena, pasándose nerviosamente las manos por el cabello.

—¡Cayyyate, idiota! —grita Víctor Palmeiras, casi rugiendo.

De pie, mientras se balancea por efecto del odio y el alcohol, empuja con sus pantorrillas la silla al levantarse, y ésta cae hacia atrás. Víctor Palmeiras grita: —¡Estoy con las bolas yyyenas de tu estupidez! ¡Pará de decir pelotudeces! —Golpea una y otra vez la mesa con el puño—. ¡Vos no sabés un carajo, porque para mí se la llevaron y la reventaron los mismos comunistas con que ella andaba! Y si es que se la llevaron las fuerzas de seguridad, lo que dudo —lo que dudo, dije—, ¡por algo debe haber sido!, ¡algo debe haber hecho! ¿Te creés que los tipos que andan en los Falcon son estúpidos? ¿Te pensás que no saben lo que hacen? ¡Alicia no es ninguna santa!, la muy mosquita muerta… ¡No hay ningún santo entre los que se llevan los Falcon! ¡Estamos en guerra!; ¿entendés?, ¡en guerra! ¡Así que cayate, Magdalena!; “¡cayyate esa boca de mierda! ¡Cayyyate de una vez por todas, carajo! —Víctor Palmeiras escupe estas últimas palabras junto con un poco de su propia saliva violácea de malbec. Se seca la boca en la manga de la camisa mientras percibe que quienes lo rodean lo miran en silencio. Se ve a sí mismo en la cabecera de la mesa. Ve el odiado rostro de Magdalena. Ve los incrédulos y avergonzados ojos de sus hijos.

Ve la noche anterior: el cuerpo perfumado, transpirado y jadeante de Silvio bajo el suyo, en el asiento trasero de la pick-up.

En ese momento las alarmas descerrajan sus agudos y desconcertantes aullidos de metal. Víctor Palmeiras se vuelve hacia la entrada del complejo residencial. El doble portón está abierto de par en par. Ve que varios grupos de hombres corren y se abren en abanico frente al complejo, mientras otros ya se despliegan dentro del mismo. Reconoce las armas que todos llevan, son FAL 7.62mm, fusiles estándar de las fuerzas armadas. Armas robadas; es un comando guerrillero. Victor Palmeiras ve también que, cruzando la calle, en el portal del sector de los edificios de oficinas, sucede lo mismo: más hombres armados se despliegan en abanico. Ve aun más hombres que bajan rápido y en orden de dos kombis que obstruyen las entradas y salidas.

Su estrategia de vigilancia ha fallado.

Como un rayo, Víctor Palmeiras desenfunda de su sobaquera su arma estándar de las fuerzas armadas, una Ballester-Molina 11.25mm de industria argentina.

Apoya el arma en el rostro de Magdalena, y hace fuego. 

_____________________    FIN   ______________________

¿Qué es un desaparecido? En cuanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido. Si reapareciera tendría un tratamiento X, y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tendría un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo; está desaparecido.

General Jorge Rafael Videla, para el diario Clarín, 14 de diciembre de 1979

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[1] The hair of the dog that bit you:  «El pelo del perro que te mordió”. De acuerdo a antiguas creencias folklóricas, si a uno lo ha mordido un perro, comer un poco del pelo de ese animal constituye un antídoto contra la rabia.

[2] “Alambre hecho de hojas [o láminas] de afeitar”

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1 COMENTARIO

  1. uno de tus mejores relatos. que argumento bueno para un filme. felicitaciones Dear Hugo.

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