Entonces resulta que estoy listo para viajar a Argentina; valija hecha, mochila con la computadora apresada entre esos libros de los cuales no me puedo separar, en mi mente una lista de productos higiénicos y cosméticos que debo recoger del baño antes de partir hacia el aeropuerto, ya que necesitaré usarlos hasta ese momento; el pasaje virtual en mi iPhone con su código de ‘scanning’ para pasar por los controles de seguridad y acceder al fuelle de embarque al avión desde la sala de embarque, mi pasaporte norteamericano y mi pasaporte argentino, dólares y guita argentina, más mis tarjetas de crédito, mi licencia de conductor, mi cédula de identidad única República Argentina, la revista The New Yorker de esa semana, una carpeta con la lista de textos que probablemente acabaré no usando en el Centro Cultural Arturo Illia—ya que sé de antemano (y por eso el evento se denomina “Una conversación con Hugo Pezzini”) que la charla irreverente reemplazará cualquier insinuación de ’presentación de un libro por un escritor argentino’; en mi cabeza estas ideas, además del deseo impregnado de la descomunal ansiedad por partir hacia el aeropuerto Kennedy, pasar la noche insomne leyendo o viendo películas a  bordo, y el descenso por la mañana en el aeropuerto Pistarini de Ezeiza; ver Buenos Aires, café en el Florida Garden, correr por Puerto Madero, las librerías de Corrientes, Santa Fé, Florida; la visita impostergable a los adoquines que restan en la vieja San Telmo; la manzana de las luces, el Viejo Palermo (porque yo también cuento con muchos pirulos en mi haber me rehuso a llamarlo Soho o Hollywood, aunque a otro lugar distante acepte identificarlo como Las cañitas); el viaje a Baradero en una Traffic, mi cabaña de ensueños en la posada de Mirko; el encuentro con mi hermana Pupi, el café en el Centro de Comercio, en lo de Pelecho, por supuesto en Los Angelitos; el Centro Cultural por fin, el sábado a la noche… entonces me llama mi primo Pepito y me avisa que Argentina ha cerrado la frontera a los residentes de Estados Unidos (como lo acaba de hacer antes de ayer la Unión Europea, causando la terrible situación de tener que meterme en el orto ahora ya dos pasajes aéreos dos: el a Buenos Aires, y en este preciso instante, también el a París); así anda la cosa en este momento, cuando me siento a escribir esta realidad absurda e inconcebible en la que el planeta se ha sumergido —porque el problema no es personal; esta no es la tragedia de un boludo que sufre porque no pudo ir a su tierra natal y ahora se entera que tampoco puede viajar a uno de sus lugares de adopción y residencia en Europa; no, flaco; vos también sufris de lo mismo y por lo mismo; nos están haciendo mierda: se hunde la economía, la política, la salud pública, la vida humana y la misma realidad no virtual; prohibido todo contacto físico, en algunos lugares toda circulación externa; se extinguen los restaurantes, los bares, las manicuras, las pedicuras, los peluqueros y peluqueras, la hoteleria, la industria del turismo, las empresas de aviación, le Cirque du Soleil, La Biela, Los restaurantes de Grammercy Park; la concha de la lora y su mismísima madre, la reputación de los políticos, la resurrección de los santos, la vida perdurable, la imaginación de los científicos, algunos amigos y conocidos, mis clases en la universidad, mi salud mental y física, la tuya, loco; la tuya; la alegría de los encuentros, las fiestas de fin de semana, los asados en cualquier momento, el desconocimiento del miedo y el nacimiento de la amenaza permanente y constante, la incerteza con respecto a la longitud de la vida y de la salud, la inseguridad no policiable ni punible, el asesino por doquier; ese fuera de la ley y de la razón, las teorías conspiratorias, el optimismo obstinado de los gobernantes fascistas; la explotación de ese miedo o entonces su negación maníaca, la paranoia colectiva, el fetiche del papel higiénico, la controversia de la máscara barbijo, el cruce a la vereda de enfrente ante cualquier ser humano—potencialmente asesino—que se atreva a acercarse a uno pisando las mismas baldosas; la cuenta creciente constante u oscilante de los cuerpos a internar, a no sanar y a  enterrar; las seis cifras, flaco, las seis cifras que como el reloj de la inflación nunca dejan de tictaquear; las escapadas al super, el descontrol de los cuerpos, el pucho fruiciente, el trago desmesurado, la droga intestina, el desequilibrio mental, el fin de las predicciones, el desacierto de los pronósticos, las soluciones contradictorias, nocivas o claudicantes, la prensa amarilla, la rosa y la negra; los cancelamientos y postergaciones, la vida persistente frente al monitor ventanas al mundo; pero, tal vez, también la esperanza.

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Pleasantville, New York. Domingo 5 de julio de 2020

Ilustración: Billie Eilish Pirate Baird O’Connell, la primera cantante que usó barbijo sobre un escenario como «fashion accessory»

 

 

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