
Atardecía.
El cielo se pintaba de un intenso azul con manchas rosadas que aún iluminaban algunos rayos de sol en el poniente.
Yo iba en busca de música.
Llegué justo para el primer llamado de las campanas del Socorro. Mis pasos se aceleraron desde la esquina de Pellegrini e Irigoyen y el corazón me latía fuerte. No me alcanzaban los ojos para admirar la belleza del lugar enmarcada en la luz de un sábado de abril único.
Las campanas,esas que -“suenan como pocas-”,decía mamá quizás añorando un lugar que dejó a sus 23 años, llamaban a la última misa del sábado en el Socorro .Allí donde su torre curiosamente se alza detrás de la iglesia, arquitectura no muy frecuente, allí donde ella forma un triángulo con las otras dos torres emblemáticas de la ciudad.
Iglesia mayor, cabildo y palacete.
Los ojos del templo vieron mi nacimiento desde la torre, fui bautizada poco tiempo después allí y hoy me encaminaba con prisa para escuchar la Misa Criolla.
Aceleré mis pasos hacia el templo sin ignorar la fuente sedienta de la plaza y finalmente mis ojos se posaron en el frente del Socorro.
Una vez había entrado en brazos de mamá portando el pecado original. Saldría de allí bautizada a salvo de los peligros que ,decía ella, tendrían los niños si no eran bendecidos con las aguas de la pila a poco de haber nacido.
Estuve muchas veces allí, pero la belleza del lugar me sorprendió más que nunca antes.
Brillaba diferente.
El templo y yo también.

Otra mirada,otra percepción,más consciente de todo.En el aire hasta había un perfume muy especial.
Y llegaron los sones del coro entonando la Misa Criolla.
Oh maravillosa creación!
Voces e instrumentos inundaban el lugar.
El alma envuelta en melodías.
Y hasta nos regalaron más canciones una vez finalizada la celebración de la misa.
Una experiencia para poder repetir.
Volver al Socorro.
Liliana Gramaccioli Mesquida
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