Soy voluntaria en un refugio de animales. Desde hace tiempo, mi trabajo consiste en asistirlos y atender sus necesidades. Sí, he dicho bien, es un trabajo. Un trabajo que yo elegí, con el que disfruto cada día y por el que no cobro nada. Mi recompensa es aprender cada día la verdadera bondad de un corazón puro. Desde el primer día, muchos han pasado por el refugio. La mayoría lo ha hecho sin pena ni gloria. Algunos se marcharon, pero con un buen sabor en la boca. Y otros, que empezaron con ganas de comerse al mundo, solo dejaron decepción.
Sí, los voluntarios vienen y van. Pero los refugiados son los mismos. En este tiempo, los he antepuesto a muchas cosas. Y lo sigo haciendo.
He ido a verlos días que ni podía ni debería haberlo hecho. He mentido a mi familia y amigos para acudir al refugio sin que lo supieran, para no escuchar sus protestas. He ido enferma, en pleno verano o lloviendo a cántaros. Y lo sigo haciendo.
Muchos no lo entienden, y no lo reprocho, quienes opinan de esta forma nunca les han mirado a los ojos, y han visto reflejado un profundo agradecimiento por el más mínimo gesto. Quienes opinan de este modo, no sufren sabiendo que, aunque estés enferma, si ese día no vas ellos no comerán, ni tomarán su medicación, ni nadie curará sus heridas. No entienden que no puedes permitirte el lujo de no ir.
Claro que muchas veces se hace cuesta arriba, y que terminas agotada, jurándote a vos misma que la semana que viene descansas y no vas. Pero volvés, siempre volvés. Porque el camino a casa se hace mucho más ameno llevando en la mente todas esas caras de satisfacción y alegría, simplemente por salir a jugar una hora. Y recordás a Linda con su pelota, a Sissi moviendo su rabito para todas partes, a Scary chillar porque ha vuelto a golpearse con algo, a Loba envuelta en su mantita mientras te lame la mano después de darle sus medicinas, y sabes que estás perdida, que no tenés remedio, que siempre que te necesiten volverás a anteponerlos sobre todo y todos. Porque son seres indefensos y nobles que dependen de vos para todo, que no saben de responsabilidades ni de problemas, que no entienden que no tengas tiempo, o que haya una fiesta. Cada día, ellos aguardan. Cada día, esperan pacientemente que llegues a sacarlos, limpiarles, atenderles y hacerles sentir queridos. Si no vas, ellos seguirán esperando, toda la noche, y todo el día, moviendo sus rabitos, con la esperanza de que en cualquier momento entres por la puerta.
Texto cedido a Actitud Animal
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