Por Eduardo Chaktoura | Si bien San Valentín es una de las tantas herencias culturales ajenas – en este caso, una celebración anglosajona-, no provoca demasiado debate esto de aceptar un festejo que, en definitiva, es en favor del amor.
Ahora bien, la pregunta es: ¿Está mal estar en pareja y no sentirse «enamorado» en el día de San Valentín? ¿No merece celebrar la pareja, más o menos feliz, que ya no siente los flechazos mágicos del angelito?
No estamos hablando de que, como ocurre con muchas parejas, festejemos por contagio, moda o por no quedar fuera del calendario.
Por el contrario, el objetivo de este intento de reflexión es promover la idea de que el Día de los Enamorados no debería ser entendido, exclusivamente, para aquellos a los que aún «les pica el bichito del amor» (si alguien sabe a qué bichito le han dado la difícil misión, no dejen de avisar).
El marketing rojo del amor ha dejado a muchos fuera de lo que implica celebrar el amor. Esto de idealizar y pontificar el shock hormonal como el momento sublime es dejar al amor reducido a los primeros días o meses de una relación. Es cierto que el estado de «enamoramiento» es ideal para los shoppings y poetas , pero el amor es mucho más que ese estado ideal de los primeros tiempos.
Si bien están quienes dicen «nos queremos como el primer día», lo cierto es que en nada se parece este «aquí y ahora» de la pareja con aquel entonces, donde Cupido era capaz de hacernos hacer cualquier cosa.
Reflexionemos hoy sobre cuánto hemos crecido estando juntos. Cuánto hemos evolucionado en lo personal.
Tal vez hayamos dejado de esperar que el otro sea como queremos y lo hemos aceptado, sin por eso resignarnos.
Nos hemos amado y nos seguimos amando, como podemos, cada quien con su ángel
Hemos peleado, discutido, negociado para reconciliarnos. Han llegado nuestros hijos, los seguimos esperando o hemos decidido que estamos bien solos. Nos hemos casado, somos concubinos, nos amamos cama afuera. Y tanta cosas más, a las que no estaría de más rendirle tributo y asumirlas como parte de esta y tantas otras historias de amor que supimos conseguir.
Si invertimos tanto en esto que parece ser el combustible existencial, cómo no celebrar el amor, más allá de los que aún gozan la «chispeante anestesia» (el amor también es contradicción) de la flecha angelada.
Seguramente envidiemos un poco la adrenalina y el fuego de la primera pasión, propia de los «enamorados», pero bien merecemos un San Valentín los que elegimos celebrar el compromiso de elegirnos y seguir estando juntos
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