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Cuba va

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04/04/2014

Categoría: internacional, xHoy2

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El parlamento cubano dio curso a la mayor reforma económica desde que Fidel Castro se alejó del poder a comienzos de 2008. Una ley de inversiones extranjeras, que garantiza no sólo el derecho de propiedad, sino la vuelta de las ganancias a sus países de origen, será la herramienta para abrir la economía del país. La educación y la salud, a resguardo.

Cuando el 24 de febrero de 2008, después de 49 años ininterrumpidos en el poder, Fidel dejó su lugar como Jefe del Consejo de Estado y Ministros a su hermano Raúl, quedaba claro que Cuba ingresaba en otra era política. El terremoto simbólico que generó el vacío del líder de la Revolución no fue reemplazado por una sustitución escénica en el cuerpo de su hermano. Raúl asumió el gobierno bajo la nueva premisa de acelerar los cambios que ya asomaban en la isla desde la apertura que, de hecho, que había siginificado la caída de la Unión Soviética en 1991.

Si la última etapa de Fidel había estado signada por la aventura de sobrevivir sin renunciar a las bases ideológicas socialistas frente a los innumerables pronósticos que le daban apenas meses de vida, el gobierno de Raúl tuvo y tiene aún por delante el desafío de volver viable en el mediano y largo plazo a la comunidad social y política que nació en 1959.

Los primeros años después del hundimiento de la URSS fueron, naturalmente, desastrosos para los niveles de vida que había conseguido la sociedad cubana. El modelo mostró todas sus falencias: dependencia externa, producción primarizada, baja productividad, aislamiento hemisférico. Habría que ponerle, de todas maneras, un marco: cuando Cuba se proclamó socialista a comienzos de los años 60, sus líderes no podían imaginar que 30 años después su revolución iba a quedar, casi literalmente, sola en el mundo.

Sin embargo, tozudamente, el sistema sobrevivió. Las causas de la supervivencia cubana hay que buscarlas en el carácter popular, microfísico y de raíz nacional como se vive el proceso revolucionario.

“Cuando comenzaron a germinar gobiernos de izquierda en América latina, Cuba presentó esa carta de supervivencia como un viejo que pide contar una historia ancestral: lo que dice ya no significa lo mismo que en sus años mozos, pero tiene el valor de crear un hilo histórico entre tiempos distantes.”

Los noventa cubanos, llamados “especiales” por el gobierno, fueron un laboratorio inédito. Tal vez de una renovación sólo comparable a la del ímpetu de los primeros años, e infinitamente más ricos que los gélidos setenta y ochenta, cuando el maná soviético se volvió un yeso que inmovilizó la creatividad política, social y económica de la isla. Los noventa pusieron en jaque las tesis marxistas, pero dejaron con vida al invento guevarista del “hombre nuevo”. Al menos en su formato más laxo, el “solidario”. La carestía generalizada se ocultó con la solidaridad interna del tejido comunitario que se había construido. Y allí radicó una apuesta arriesgada pero exitosa de los cubanos: destruida su economía (que por otro lado, después de largos años de socialismo subsidiado seguía siendo una economía pobre y endeble, como la de cualquier “vecino”) la apuesta fue la riqueza intelectual de sus habitantes.

El gobierno, en sus momentos de peor restricción, no apostó por la “materialidad” del níquel o el azúcar, sino por la formación de médicos y maestros, por un lado; y a  la estética de sus playas y el “sabor” de su gente, por el otro. Lo primero le sirvió para sostener la educación y salud de la población, lo segundo para generar masas de turistas que le aportaran los dólares que sus exportaciones esqueléticas no le daban.

La apuesta no tuvo nada de romántica, sino que se pareció más a la decisión de algún economista ortodoxo de aquella década: dime tus ventajas comparativas y te diré dónde dirigir tus recursos. La Revolución, entonces, fue muy exitosa eliminando el analfabetismo, pero también, reduciendo los daños del fracaso de su  proceso de industrialización.

Cuando comenzaron a germinar gobiernos de izquierda en América latina, Cuba presentó esa carta de supervivencia como un viejo que pide contar una historia ancestral: lo que dice ya no significa lo mismo que en sus años mozos, pero tiene el valor de crear un hilo histórico entre tiempos distantes. Fidel recibió con honores a Chávez en 1994, cuando este era visto por todos los demás como un militar, golpista y fracasado. Cuando en el 2003, Néstor Kirchner asumía como Presidente frente al descrédito generalizado por la política, y con sólo algunas ilusiones aisladas y precarias, el líder de la Revolución se subió a las escaleras de la Facultad de Derecho de Buenos Aires y sentenció: “no saben el servicio que le prestaron a América latina al hundir al símbolo del neoliberalismo”. En Brasil, cuando Lula ganó las primeras elecciones, viajó a la isla antes de cumplir un año en el poder. De golpe, Cuba pasó a estar rodeada de aliados.

Con esos nuevos apoyos comenzó a cosechar esa inversión social que había hecho durante la crisis. Para el que crea que se trató de una jugada “sentimental”, basta con mostrar algunos números: en Venezuela, desde el 2004 hasta hoy, desembarcaron unos 40.000 médicos cubanos que hicieron cientos de miles de operaciones de vista y atenciones médicas en barrios pobres. En Brasil, hace sólo un año, Dilma quiso replicar el programa de intercambio y ya se instalaron casi 10.000 médicos en las periferias de las grandes ciudades y poblados del interior. Gracias a esto, el renglón “servicios” en las expo de Cuba, suma el 65% del total.

Sin embargo, esta industria “sin chimenea” no es suficiente para darle viabilidad al sistema cubano. La incertidumbre sobre el futuro del chavismo -después de la muerte de Chávez- tal vez haya llevado a la previsora dirigencia comunista a no repetir la historia que ya recorrió con la URSS. La reforma de Raúl otorga ventajas legales e impositivas para las inversiones extranjeras. Inversiones privadas que ya están ocurriendo: la empresa Odelbrecht, de capitales brasileños, está terminando un nuevo puerto de gran calado que reemplaza al viejo de la Habana. Algunos creen que, por sus dimensiones, está pensado como plataforma para  comerciar con los mismos EEUU (en la nueva ley, se deja la puerta abierta a que los cubanos exiliados también puedan ser inversores). 

A diferencia de la apertura del turismo en los noventa, en este caso no se trata de una inversión “encapsulada”, donde la vidriera capitalista podía ser separada, en algún punto, de la vida cotidiana del resto de la población. Y al mismo tiempo, aún en el cambio más drástico de estos años, vive el instinto de supervivencia del modelo social: lo único que se deja expresamente afuera de la apertura es la educación y la salud, esas dos cosas que se volvieron a la vez valores simbólicos y materiales de la vieja revolución.

Telam

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