El tránsito en nuestra ciudad debe constituirse ya en un tema de estado. De una actitud rígida y permanente, se pasó, de repente, a la permisividad total. No es momento de caerle solamente a las autoridades dejando de lado las responsabilidades de toda la sociedad que se movió en el mismo sentido. Nos faltó una evaluación correcta de la situación y nos dejamos llevar por la inmediatez de los hechos.
Dicen quienes nos visitan, que manejar en nuestras calles es un verdadero infierno y razón no les falta ya que al circular por Baradero podemos ver quebrantadas todas las reglas de tránsito. Nadie cede el paso al que viene por la derecha, sino que pasa el más «guapo», el más osado. El sobrepaso, que en todo el país debe hacerse por la izquierda, en Baradero se hace por la derecha, especialmente si el que sobrepasa es un motociclista. La velocidad máxima la respetan solamente los «viejos», dicen burlonamente los jóvenes que circulan sobrepasando límites, tanto el legal como el de la razón. Se confunden calles ciudadanas con sendas de autódromos, los escapes ya no solamente se usan libres, sino que se le adicionan artefactos para que hagan más ruido y ya que de ruidos hablamos, los parlantes potenciados de ciertos rodados atruenan las calles y hacen que el sonido que emiten sea escuchado no solamente por quienes lo provocan sino por los demás, que no son consultados pero sí obligados.
Hablar del cuidado del peatón en nuestro medio parece cosa de otro planeta y quienes cruzan la calle, aún ancianos o madres con sus pequeños de la mano, deben apurar el paso ante el avance de los rodados que parecen conducidos por ciudadanos con privilegio de paso cuando la ley indica precisamente lo contrario.
Todo lo descrito conforma una sumatoria que constituye una realidad, bochornosa, apabullante y que permite definir al nuestro como un tránsito caracterizado por la absoluta falta de respeto por los demás; y si el perdido respeto no se recupera, no solo la guardia de nuestro hospital trabajará a destajo, como lo viene haciendo hasta ahora, socorriendo jóvenes accidentados cada fin de semana, sino que hechos fatales, como el de la joven Sofía Ibarra atropellada por una moto cruzando una calle a las tres de la mañana, habrán de repetirse.
Que su muerte no sea inútil; que sirva para abrir una discusión amplia de la que participen nuestros concejales y representantes del Ejecutivo, que se estudie lo ocurrido en otros lugares de nuestro suelo y, de ser necesario, se convoque a expertos, pero lo peor que podemos hacer es nada más que lamentarnos por la desgracia.
Gabriel Moretti
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