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Te sigo hasta el fin del mundo

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30/04/2016

Categoría: Interés general, xHoy1

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La estatua The Meeting Place, en la estación St Pancras de Londres Pixabay

La estatua The Meeting Place, en la estación St Pancras de Londres Pixabay

Está historia de amor fue publicada hoy en la sección Corazones de La Nación, además de ser una hermosa nota, los protagonistas cuyos nombres no se dan a conocer son baraderenses, por tal motivo nos parece interesante compartirla.

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Te sigo hasta el fin del mundo

Él la persiguió durante años y cuando al fin logró enamorarla, ya vivía en otro país. Pero el amor pudo más: hoy eligen estar juntos pese a que hay diez mil kilómetros de distancia entre sus vidas.

Cuando le dijo «venite a Londres conmigo», ella no le creyó. «No puede más de chamuyero», pensó entonces: todavía no se habían dado ni un beso pero Juan insistía cada vez que la veía, quería tener algo con ella y se lo hacía saber. Se conocían desde chicos, vivían los dos en Baradero hasta que fueron a estudiar a Buenos Aires. Solían verse ocasionalmente por amigos en común. Hacía años que él daba vueltas a su alrededor pero cuando más claro se manifestaba el deseo de estar con ella era cuando le hablaba en alguna fiesta, medio borracho y sin la pátina helada por la que sus amigos aún lo definen como «un chico sin corazón».

Julia no fue a ninguna de las despedidas que le hicieron. Es más, se puso de novia con Lucas, de modo que cuando él se fue de la Argentina por un trabajo en el mundo de las finanzas, ella sólo tenía la cabeza puesta en recibirse -estudiaba Ciencias Políticas- y en su nueva relación. Para no ser grosera, le mandó un mensaje privado por Facebook. Él se lo respondió cuando ya había cruzado el Atlántico. «Me hubiese gustado despedirme de otra manera, ahora ya estoy muy lejos.», fue la respuesta. Desde entonces, durante un par de años exprimieron una relación a través de likes y chats y se convencieron de que eran amigos y cada vez que él volvía para las fiestas le preguntaba si estaba sola: ella le decía que no. Cuando se recibió, Julia decidió regalarse un viaje a Europa con sus ahorros de toda la vida. Y entonces le mandó un mensaje para consultarle por un hostel. Cuando Juan supo que viajaba sin compañía no le dejó opción: «Listo, te quedás acá».

Entre ese mensaje imperativo y la partida, pasaron un par de meses. Y una vida: el contacto se intensificó, Julia cortó con Lucas y Juan le dijo que iba a estar en Madrid justo el día en que ella iba a llegar a esa ciudad, su primer destino. Le dijo, también, que para que no gastara en hospedaje, podía instalarse en el apart que la empresa alquilaba para su alojamiento. Ni bien entró, se encontró con una nota manuscrita con la clave del wifi y detalles de la comida que había en la heladera, para que se sirviera lo que le gustara. Mientras se acomodaba, recibió un mensaje en el que él le pedía que lo esperara un rato, así salían a recorrer.

La pastilla que había tomado para dormir en el avión todavía seguía ahí, en el centro de su cerebro, de modo que un par de horas más tarde se despertó en el sofá del living y con la voz de él reclamándole amorosamente si pensaba dormir toda la tarde. En cuanto se vieron, se abrazaron; la emoción era múltiple, estaba en una ciudad ajena, se reencontraba con un amigo querido y recién comenzaba su viaje soñado. Salieron con todas las ganas a recorrer Madrid, Juan era un guía de lujo, conocía muy bien la ciudad y también la oferta gastronómica: Julia comió esa tarde el mejor jamón crudo del mundo.

Se hizo la noche y decidieron seguir de largo, comida y bebida de por medio. Mientras tanto, se ponían al día con sus vidas y las horas pasaban. En la calle, buscando un lugar donde tomar un fernet, él la besó. «Fue eterno, parecía de película. Un beso perfecto, ni tan tierno ni tan apasionado, me encantó. Lo miré y me reí; me acuerdo que para distender le dije: «Ah listo, si arrancamos así.». Él se rió», recuerda Julia. Volvieron al apart y pasaron la noche juntos. En algún momento, ella pensó que a la mañana siguiente iba a arrepentirse. No sucedió.

Después de un par de días de convertirse en amigos con muchos derechos, ella siguió viaje hacia otras ciudades, sabía que iban a reencontrarse en Londres. El día antes de llegar a la ciudad donde él vivía, Juan le avisó que iba a ir a buscarla a la estación de tren. Ella trató de estar hermosa pese a las horas de viaje. Espió por la ventanilla y lo vio muy guapo, vestido de traje. Cuando bajó del tren él se acercó y arrimó la boca para besarla pero Julia, por los nervios, corrió la cara y ofreció la mejilla. Él volvió a seducirla con sus cuidados: la llevó a un bar y le dio las llaves de su casa, un mapa de la ciudad, un celular para estar conectados, una tarjeta para viajar ya cargada y unas libras para lo urgente porque sabía que ella solo tenía euros. Tenía que volver a su trabajo y la dejó en la puerta del subte: entonces sí volvieron a besarse.

Siguieron cinco días románticos y hermosos, con salidas solos y también con amigos. Disfrutaron la ciudad y se disfrutaron entre ellos. La despedida fue triste; era octubre y faltaban más de dos meses para que él volviera a la Argentina, como todos los años. A su regreso, ella no les contó a sus amigas (que eran también amigas de Juan) nada de lo que habían vivido juntos. Esas Navidades se vieron poco y estuvieron solos una sola vez, en el departamento de Julia. Cuando él regresó a Europa, le tocó a ella quedar profundamente enganchada con él, quien parecía no estar en la misma frecuencia.

Sus mensajes eran más espaciados, llegaban cada dos o tres semanas y Julia los esperaba con ansiedad. Una noche, mientras chateaban, tomó impulso y se animó, le dijo que no podía dejar de pensar en él. Que al principio había creído que era por la efervescencia de lo que habían vivido en Europa pero que luego se dio cuenta de que no tenía que ver con la magia de aquellas vacaciones. La respuesta de Juan no fue la esperada: «Mirá, no te voy a negar que pienso en vos, pero vivimos en distintos países y las cosas a distancia no funcionan». Y casi enseguida, cortó toda posibilidad de discurso amoroso: «Me voy a dormir, acá es tarde y mañana trabajo». Esa noche Julia lloró. Las noches y los días siguientes, también.

Se decidió a cortar por lo sano y lo eliminó de todas las redes sociales, no quería seguirlo a través de fotos ni relatos y les prohibió a sus amigas que le cuenten cosas sobre él. Necesitaba ponerle fin a su frustración. Duró poco: a los dos meses ya estaban de nuevo likeando cada uno momentos de la vida del otro. Se reanudaron los mensajes, se incorporaron los audios. Ella le mandó un mensaje de voz para su cumpleaños, él la llamó una madrugada para avisarle que en tres semanas iba a estar llegando a Buenos Aires, como todos los años.

En Navidad, ella viajó a Baradero y los diez mil kilómetros de distancia se convirtieron en diez cuadras, las que van de la casa de los padres de Juan a la de los padres de Julia, quien todo el tiempo pensaba cómo iba a ser volver a verlo. Mientras iba con sus amigas al encuentro del grupo de amigos de él, comenzaron a temblarle las piernas. No llegó a decirle nada porque cuando estuvieron cerca, él la tomó por la cintura y le dio un beso adelante de todos y desde entonces no se separaron. Dos días después, la invitó a irse con él al sur, junto con otras parejas de amigos. Julia dice que por esos días rankeaba como uno de los seres más felices de la tierra. La felicidad llegaba para quedarse.

Al regreso del sur, Juan habló con su jefe y extendió su estadía en Buenos Aires por dos semanas que fueron mágicas para la pareja. La mañana en que él regresaba a Europa no fue una más. «Confiá en mí, esto va a funcionar», le dijo él para calmar su tristeza y esta vez le creyó. Desde entonces, hablan todos los días. Ella cambió su proyecto de una maestría en una universidad privada argentina por un curso de posgrado de seis meses en Madrid, donde él vive ahora. Viaja en un par de meses; mientras tanto, el desafío es que pasen los días pronto. Programan cosas en común a la distancia, a veces son comidas (ella merienda mientras él cena), otras son series que planean ver juntos pero separados y otras veces son carreras (se desafían a ver quién hace el mejor tiempo en 10 km). Eso sí, todos los domingos se miran y se desean a través de Skype: se mueren de ganas de volver a abrazarse.

Señorita Heart
PARA LA NACION
www.lanacion.com.ar

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