¿Ustedes vienen por lo mismo que yo?, preguntó un sábado por la tarde, un 30 de abril de 1977 Azucena Villaflor De Vicenti cuando se encontró con otras mujeres que buscaban a sus hijos y familiares desaparecidos por la dictadura. Desde ese día, la búsqueda solitaria de cada una de ellas – y de muchas más – se transformó en un movimiento que terminó poniendo en jaque a los dictadores

Unas se habían conocido en la puerta del Ministerio del Interior, donde esperaban vanamente ser atendidas por el general Albano Harguindeguy; otras – en algunos casos las mismas – en el hall o en la nave de la Iglesia Stella Maris, sede del Vicariato Castrense de la Armada, en sus “capillas” para hablar con el cura Emilio Graselli, secretario del vicario. Todas buscaban lo mismo: que les informaran dónde estaban sus hijos desaparecidos.

Eran catorce mujeres y es seguro que algunas no se conocían entre sí hasta ese sábado 30 de abril de 1977 cuando se reunieron todas por primera vez en la Plaza de Mayo. Lo prueba el recuerdo de una de ellas, Pepa Noia, que imaginó que esas cuatro mujeres que caminaban unos metros delante de ella por una de las veredas de la plaza estaban allí por la misma razón que ellas. Apuró el paso y les preguntó:

-¿Ustedes vienen por lo mismo que yo?

María Adela Gard de Antokoletz no dudó en contestar que sí -¿qué otra cosa podían estar haciendo ahí un sábado a la tarde – y se presentó. Estaba con sus hermanas Julia, Cándida Felicia y María Mercedes Gard.

Todas, en cambio, conocían a Azucena Villaflor de Devicenti, una mujer bajita y enérgica, que en sus encuentros en la Iglesia y en las puertas del Ministerio, les había sugerido que la Plaza de Mayo era un buen lugar para reunirse. Porque juntas quizás consiguieran algún resultado.

-Tenemos que hacer algo, juntas podemos hacer algo; pero separadas no vamos a lograr nada. Y tiene que ser en la Plaza de Mayo, donde pasaron las cosas más importantes del país – les había dicho, no siempre con las mismas palabras, a cada una de las otras para convencerlas.

Azucena venía de una familia con historia de militancia y sabía por experiencia propia que la unión y la organización daban fuerza para cualquier reclamo.

Cuando finalmente estuvieron todas no necesitaron calcular mucho para saber que sumaban catorce. Se presentaron: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa “Pepa” de Noia, Raquel Radío de Marizcurrena, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.

A esas trece mujeres se les sumaba una más, una joven militante del Partido Comunista que buscaba a un familiar desaparecidoFue la única que no dio su nombre, una práctica común entre los militantes de la época para protegerse de la brutal represión de la dictadura.

Las Madres y sus hijos

Como no todas se conocían, cada una de ellas contó a quién estaba buscando y repasó lo que había hecho hasta entonces.

Azucena, ex empleada en una fábrica y ama de casa, buscaba a su hijo Néstor De Vicenti y a su novia, Raquel Mangin, secuestrados el 30 de noviembre de 1976 de la casa en que vivían, en Agüero 4856, en Villa Domínico, a media cuadra del cementerio.

Josefa – o “Pepa”, como se presentó – tenía desaparecida a su hija Lourdes, secuestrada el 13 de octubre de 1976 junto a su marido Enrique Mezzadra. Por suerte, el grupo de tareas que se los llevó había dejado a su nieto Pablo, de 18 meses, en manos de una vecina.

Raquel les contó que la noche del 11 de octubre de 1976, cuando estaban festejando en familia el cumpleaños número 24 de su hijo Andrés, llegaron seis policías y se lo llevaron a él y a su pareja, Liliana Caími, embarazada de cinco meses. Les dijeron que los devolverían pronto, pero seguían desaparecidos.

Beatriz “Ketty” Neuhaus buscaba a su hija, que también se llamaba Beatriz, y a su yerno, Francisco Martinis, desde antes del golpe. Los habían secuestrado en Ramos Mejía el 16 de mayo de 1976. Tampoco sabía nada de su nieto, que ya debía haber nacido, porque a Beatriz estaba embarazada.

Haydee buscaba a su hijo Horacio Oscar García Gastelú desde el 7 de agosto de 1976, cuando lo habían secuestrado en Banfield, en la zona sur del Gran Buenos Aires. Por entonces no sabía que ya lo habían asesinado en lo que se conocería como la Masacre de Fátima.

María Adela buscaba a su hijo Daniel, un abogado especialista en Derecho Internacional secuestrado el 10 de noviembre de 1976. Contó que se lo habían llevado con su pareja, Liliana Andrés, pero que a ella la habían liberado una semana después. Daniel, en cambio, seguía desaparecido. Las tres hermanas de María Adela no la habían dejado sola en su búsqueda.

Las otras madres contaron sus historias particulares, que las golpeaban personalmente, pero que las hermanaban con las demás en los hijos desaparecidos por la dictadura.

Recuerdos de una reunión

Haydee Gastelú de García Buela nunca olvidó cómo se había gestado aquella reunión del 30 de abril. Unos días antes estaba con otras mujeres en la Iglesia Stella Maris y Azucena propuso ir a la Plaza de Mayo para hacer visible el reclamo.

“Azucena se levantó y dijo: ‘Vamos a encontrarnos en Plaza de Mayo, pero no vamos a ir solas, vamos todas’. Y me dio un papelito que decía ‘tal día en Plaza de Mayo a las 15.30′. Siempre me preguntan si no teníamos miedo; claro que lo teníamos, pero el amor que sentíamos por nuestros hijos era más fuerte, y eso, tapaba todo”, recordaría muchos años después.

También recordó, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo en ese mismo 30 de abril con Villaflor. Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, la interrumpió de mal modo: “Pero vos quién te creés que sos que venís a dar órdenes”, la cortó y discutieron fuerte.

Más tarde, Haydee le pidió disculpas a Azucena. “Por suerte me di cuenta pronto de la calidad de mujer que era Azucena y entendí que ella conducía naturalmente porque tenía una gran capacidad para organizarnos”, le contó al historiador Enrique Arrosagaray.

Ya en esa primera reunión en la Plaza, las madres primigenias se dieron cuenta de que, si querían llamar la atención, debían cambiar el día de los encuentros. Los sábados a la tarde el microcentro porteño y la plaza estaban prácticamente vacíos. Además, en la Casa Rosada y en el Ministerio del Interior no había nadie a quién reclamarle por sus hijos desaparecidos.

El encuentro siguiente se hizo el viernes 6 de mayo y siguieron encontrándose todos los viernes. En uno de esos encuentros, Dora Penelas dijo que los viernes eran días de brujas y traían mala suerte y – aunque nadie creyera en eso – cambiaron los encuentros para los jueves, el día que todavía hoy las madres siguen marchando.

“¡Circulen!”

Con el correr de los días, otras madres se fueron sumando. Decidieron que era mejor que los padres no participaran, porque creían que los hombres corrían más riesgo. Pronto fueron veinte y después más de treinta.

La propuesta de Azucena Villaflor de que reclamaran juntas y no por separado pronto cosechó su primer éxito parcial: el 11 de julio de 1977, el ministro Harguindeguy recibió a Azucena, María del Rosario Cerruti y “Ketty” de Neuhaus. Las trató con desprecio:

-Tenemos doscientos o trescientos detenidos, nada más – les contestó cuando preguntaron por sus hijos desaparecidos.

Afuera, en la Plaza de Mayo, esperaban cerca de sesenta Madres. Su número seguía creciendo, se hacían visibles y con esa visibilidad mostraban también el salvajismo de la dictadura que hacía desaparecer a las personas.

Todavía no marchaban, se reunían, discutían, tomaban decisiones y planificaban sus próximos pasos en un sector de la plaza. Eso cambió en agosto, cuando llegó a la Argentina el secretario de Estado norteamericano Terence Todman y se reunió con el dictador Videla.

“No pasaron inadvertidas para los periodistas extranjeros que estaban allí, ni para los policías. Una reportera de la radio NBC se interesó por las mujeres que gritaban y pedían por un minuto del funcionario estadounidense. Mientras las entrevistaba, se acercó un hombre de traje y le pidió ver su pasaporte. Cuando ella se lo mostró, se lo sacó. Las Madres se lanzaron contra el policía, lo tironearon, casi lo asfixiaron y lograron recuperar el documento y el material”, cuenta la periodista Victoria Ginzberg en Mujeres de rondas y pañuelos.

Después de eso, la policía quiso sacarlas de la Plaza.

“¡Circulen!”, les ordenó uno, creyendo que se irían. Las Madres obedecieron, pero en lugar de irse comenzaron a caminar alrededor de la Pirámide de Mayo, una y otra vez, para no detenerse nunca.

Los pañuelos blancos

Para octubre de 1977, las Madres eran más de doscientas. Su presencia en la Plaza de Mayo – ya muy notoria – preocupaba a la dictadura, que comenzó a llamarlas “las locas de la Plaza”.

Ese mes lograron publicar la primera solicitada, con la firma de 237 Madres y otros familiares de desaparecidos en el diario La Prensa, que aceptó difundirla a pesar de las presiones que recibió por parte de los militares.

Hasta ese momento, para reconocerse porque cada vez eran más, utilizaban como distintivo un clavo en las solapas o en el pecho de sus vestidos, pero cuando decidieron participar de la peregrinación a Luján pensaron que debían utilizar algo que fuera más visible.

Ese día empezaron a utilizar los pañuelos, que las primeras veces fueron pañales blancos. “Como cada una se sumaba en distintos lugares, decidimos que para reconocernos nos pondríamos un pañuelo blanco en la cabeza. Pero nos hacíamos un mundo de todo y pensar en ir a comprar el pañuelo ya nos complicaba. Entonces como todas teníamos nietos decidimos ponernos un pañal en la cabeza”, contó Nora Cortiñas.

Volvieron a utilizar los pañales el Día de la Madre, cuando se propusieron, con otros organismos de Derechos Humanos, entregar un petitorio en el Congreso Nacional para reclamar a la dictadura – que lo utilizaba para el funcionamiento de la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL) – reclamaba la investigación de desapariciones, la inmediata libertad de los detenidos ilegalmente, la liberación de los detenidos sin proceso y el traslado de los procesados a tribunales ordinarios.

Estaba firmado por 24 mil personas e incluía el nombre de 61 presos a disposición del Poder Ejecutivo y 571 secuestrados. Una delegación compuesta por dos Madres, dos familiares, dos religiosos y el periodista francés Jean Pierre Bousquet (autor del libro Las Locas de la Plaza de Mayo), entró al Congreso para entregar el documento. No los recibieron, apenas si lograron dejar el documento y que les entregaran a cambio un recibo oficial.

Pero frente al edificio, en la Plaza Congreso, los acompañó una multitud que fue dispersada por la policía. Entre los detenidos estaban Azucena Villaflor, Nora Cortiñas y Hebe de Bonafini.

Los secuestros de diciembre

Las Madres de Plaza de Mayo ya eran un verdadero dolor de cabeza para los dictadores, que asistían incrédulos a su crecimiento y al impacto que comenzaban a tener sus reclamos. La Armada envío al represor Alfredo Astiz a que se infiltrara, con la falsa identidad de Gustavo Niño, un joven que buscaba a un hermano desaparecido.

Lo recibieron solidariamente y durante más de un mes, Astiz asistió a las reuniones, detectó a las líderes naturales y a sus colaboradores más notorios.

El 8 de diciembre, en la Iglesia de la Santa Cruz, Astiz señaló a un grupo de tareas los “blancos” a secuestrar. Se llevaron a las madres Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce, junto a Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon.

Les faltaba llevarse al principal motor de las Madres, Azucena Villaflor de De Vicenti, que ese día no pudo asistir a la reunión en la Iglesia. La secuestraron dos días después.

El 10 de diciembre a la mañana, Azucena salió de su casa para hacer las compras y buscar el diario La Nación, para ver si había salido una solicitada de Madres. Una patota de la ESMA la secuestró en plena calle, a la luz del día.

Una semana después, los marinos subieron a las tres madres secuestradas a un “vuelo de la muerte” y las arrojaron vivas al mar.

Pero ni así pudieron detenerlas.

El Mundial de las Madres

Puede fijarse con precisión el día que el reclamo de las Madres de Plaza de Mayo por la aparición con vida de sus hijos desaparecidos recorrió todo el planeta y el mundo entero supo de su existencia: el 1° de junio de 1978.

Paradójicamente, la dictadura había previsto que ese día se concretara uno de sus mayores logros: la ceremonia inaugural del Mundial de Fútbol, que mostraría a la Argentina como un país pacífico y pujante.

Cayó un jueves, día de la ronda alrededor de la Pirámide, y las Madres decidieron hacerla igual aunque a esa hora todo el país estaría prendido a la pantalla del televisor.

“Habíamos quedado en ir a la Plaza como todos los jueves. Tomé un taxi y vi que la calle era un desierto, no había nadie. Íbamos por la 9 de Julio y pensé que tal vez estábamos verdaderamente locas”, recordaría muchos años después una de ellas, Martha Vásquez.

Al reunirse, vieron que la Plaza estaba vacía… o casi, porque había un equipo periodístico con una cámara. La televisión holandesa había tomado una decisión editorial que pasaría a la historia y que también marcaría un antes y un después en el reconocimiento internacional de la existencia de las Madres de Plaza de Mayo. Los holandeses transmitieron por satélite, simultáneamente, la ceremonia inaugural en el Monumental y la ronda de las Madres. A pantalla partida… y esa imagen llegó primero a Holanda y luego al resto del mundo.

El jueves siguiente, decenas de periodistas extranjeros se acercaron a la Plaza para cubrir la ronda. De todas esas entrevistas, hay una que –si utilizáramos los términos de hoy – se hizo viral. Una madre dice frente a las cámaras:

-Hace dos años que estamos así. No quiero un hijo sólo, no quiero que aparezca sólo mi hijo. Queremos que aparezcan todos.

-¿Cuántos son? – le pregunta un periodista.

-¡Miles! Miles en todo el país – responde.

Y otra madre, con una claridad impresionante, cuenta lo que sucede en el país del Mundial;

Nosotras queremos saber dónde están nuestros hijos. Vivos o muertos. Dicen que los argentinos que están en el exterior dan una imagen falsa del país. Nosotras que somos argentinas, que vivimos en Argentina, le podemos asegurar que hay miles y miles de hogares sufriendo mucho dolor, mucha angustia, mucha desesperación y tristeza. Porque no nos dicen dónde están nuestros hijos, no sabemos nada de ellos. Nos han quitado lo más preciado. Angustia porque no sabemos si están enfermos, si tienen hambre, si tienen frío. Y desesperación porque no sabemos a quién recurrir. Por eso les rogamos a ustedes. Son nuestra última esperanza. Por favor. ¡Ayúdennos! ¡Ayúdennos, por favor!

A partir de ese momento, el mundo entero supo de la existencia de las Madres de Plaza de Mayo lo que sucedía en la Argentina.

Había pasado poco más de un año de aquella primera reunión de catorce mujeres desesperadas en una plaza.

Infobae

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