Los alimentos cuestan mucho. En época de la conocida como «Década Infame», tras ser sancionada la Ley Sáenz Peña del voto secreto, los conservadores decían que se trataba de enfrentar «la encrucijada tremenda del cuarto oscuro». Han transcurrido más de 100 años y el argentino de hoy se enfrenta, cada día, a la encrucijada terrible del cartelito de los precios. La gente recorre las góndolas con una expresión en el semblante que denota asombro, temor y desazón porque todo le resulta caro, no queda nada al alcannce de su bolsillo que ya fue saqueado por haber pagado las tarifas confiscatorias de los servicios públicos. Uno de los alimentos que desde siempre ayudaron a la humanidad a atenuar el hambre, ha sido la papa, tubérculo de origen americano que a lo largo de la historia atenuó la hambruna a varios países de la hoy opulenta Europa. Respetando sus antecedentes, siempre fue una salvación para la economía de la mesa familiar por su versatilidad y esencialmente, por tratarse de un alimento barato… hasta ahora. De acuerdo a consultas realizadas por El Diario, el viernes último en el mercado de Escobar, fuente de provisión de casi todas las verdulerías de nuestro medio, la bolsa de papas costaba $ 185, valor que se modificó al día siguiente cuando debió oblarse $ 280 por cada una. El martes último, pasadas unas horas, la cotización llegó a los $ 400 con lo cual la popular hortaliza comestible, una de las más consumidas en el mundo entero, se cotizará a $ 25 el Kg. y en alza cuando hace apenas un mes con $ 30 podían adquirirse 3 Kg. A menudo escuchamos por diversos medios, que nuestro país produce alimentos para 400 millones de personas, pero ¿para qué sirve tanta producción si muchos, muchísimos de quienes habitan nuestro territorio, carecen del acceso a esos alimentos? Más que enorgullecernos de semejante producción cabe avergonzarnos de los resultados concretos. GM
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