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Ricardo Villa fue la última fulgurante aparición en el Olimpo del fútbol argentino antes de la consolidación de Maradona. En Inglaterra es ídolo, aquí casi nadie lo recuerda.

(Por Fabián Mauri).- En Quilmes no usaba barba ni lo llamaban Dios. En Quilmes lo puteaban sistemáticamente. Es cierto que corría bastante menos de lo que necesitaba un equipo que siempre tuvo demasiadas urgencias, pero todo lo que no corría lo jugaba con la cabeza levantada. Tenía una habilidad excepcional, rara para un grandote de 1,85 metros y 83 kilos. No le podían sacar la pelota y le encantaba gambetear. Era bastante morfón, pero cuando la pasaba, seguro que dejaba a uno de blanco sólo con el arquero. De Quilmes, donde había debutado prematuramente durante una huelga de profesionales, se fue sin pena ni gloria. En 1974 fue transferido a Atlético de Tucumán y ahí empezó su historia.

Jugó tres torneos Nacionales y enamoró a los tucumanos que por su barba revuelta, su melena, la parsimonia de sus movimientos y su sonrisa sincera, lo apodaron Dios. Atlético Tucumán jugaba de igual a igual con los equipos de Buenos Aires y llegó a ganar su zona en el Nacional 75 -zona que integraban Boca y San Lorenzo- con un equipo que giraba alrededor de él. Menotti lo convocó a un experimento llamado la Selección del Interior y la rompió. Se ganó un lugar en la Selección Mayor y a principios de 1977 lo compró Racing, que se tiraba al campeonato después de más de 10 años de frustraciones.

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Un jugador de la calidad de Villa, puede adaptarse enseguida a cualquier tipo de planteo. Alfio Basile, el joven entrenador de La Academia pidió que lo compraran aun sabiendo que no iba a poder contar todo el tiempo con él, por los compromisos que tendría la Selección Argentina en su preparación para el Mundial 78. Fue el pase más caro de la historia del fútbol argentino: costó 6.500 millones de pesos. Debutó y con un gol suyo, Racing le ganó a Chacarita en Avellaneda en la primera fecha del Metropolitano y, una vez más, sus hinchas empezaron a ilusionarse.

La fama de Villa empezó a exceder el ambiente futbolero, tenía un perfil muy original: un grandote bonachón y sencillo, de buenos modales y pintón, que en cuanto tenía un día libre se volvía a Roque Pérez a pasársela en el campo con su familia y su novia, lejos del vértigo de Buenos Aires y la vidriera del fútbol profesional.

En la serie internacional preparatoria que la Selección Argentina jugó en cancha de Boca en 1977 fue una de las estrellas del equipo. En la goleada 5 a 1 contra Hungría, El Gráfico le puso 10 y lo sacó en la tapa. Ese día Diego Armando Maradona, que entró en el segundo tiempo, vistió por primera vez la camiseta celeste y blanca.

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A pesar de los Alonso, Bochini, Zanabria, Valencia y por supuesto Diego, que daban como para hacer dulce de diez, Villa era el dueño de la preciada camiseta y la niña de los ojos del flaco Menotti. No era goleador, pero administraba bien los recursos del equipo, tenía una gran pegada y podía jugar por izquierda y por derecha. No era deslumbrante, pero era creativo y hacía simple lo complejo. Era el jugador que mejor representaba la lírica idea futbolística del entrenador, que llegó a decir que el hombre de la barba, en algunos aspectos, le hacía acordar a Pelé. La gente de a pie estaba en la misma sintonía: una encuesta de Idem Consultores de Julio de 1977 -a un año del Mundial- indicaba que el 55% de los encuestados votaba por Villa sobre un 11% que prefería a Alonso y otro 11% que elegía a Bochini como conductor del equipo.

Sin embargo, Racing no salió campeón y Villa no llegó a prender en el corazón de sus desilusionados hinchas. Además, en el Mundial no fue titular -Mario Kempes, a último momento, se sumó a la selección y se ganó el puesto- y apenas jugó 45 minutos reemplazando a Ardiles en el segundo tiempo contra Brasil.

A la semana de terminado el Mundial, fue transferido, junto a Osvaldo Ardiles, al Tottenham Hotspur de Londres. De todos modos, a pesar de casi no haber jugado, fue uno de los pocos integrantes de aquel plantel Campeón del Mundo, junto a René Houseman y Leopoldo Luque que se acercó a solidarizarse con las Madres de Plaza de Mayo, cuando en 2008 en cancha de River, a 30 años de la final frente a Holanda se homenajeó a las víctimas de la dictadura cívico-militar.

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En Inglaterra en cambio, quedó en la historia: en la final de la Centésima Edición de la F.A.Cup, Tottenham Hotspur derrotó 3 a 2 a Manchester City y Ricky Villa marcó el gol del triunfo. Un golazo de potrero, gambeteando como un animal en el área del City. Gambeteando como gambeteaba en Quilmes cuando lo puteaban para que corriera. Un gol que fue considerado el mejor de todos los marcados en Wembley durante el siglo XX.

Fuente: Revista Un Caño.

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4 COMENTARIOS

  1. Muchas gracias por hacer conocer a la gente que fue opacada por el exitismo!

  2. Che … y de Ardiles no decís nada?

    Si Villa era Dios, Ardiles era la ética encarnada en ser humano!!

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