La retadora que irrita a Trump

Hija de inmigrantes y actual vice, la candidata demócrata tiene experiencia para convertirse en la primera presidente mujer del país. Virtudes y contradicciones. Los cruces con el líder republicano.

En campaña. La mujer que asumió el desafío tras la declinación de Biden, en un acto en Atlanta, Georgia.

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Ricardo Gotta«Kamala no es Biden». Lo dijo un analista estadounidense. No ahora, sino el 22 de diciembre de 2020 cuando el Colegio Electoral consagró el triunfo demócrata en las presidenciales. También pronosticó que ella sería candidata en 2024: debieron pasar torrentes bajo los puentes. Hoy es la candidata del Partido Demócrata para los comicios del 5 de noviembre, a poco de confirmarse oficialmente su nominación.

«Kamala no es Biden», suspiraron aliviados millares, luego del renunciamiento del presidente, tras su estrepitosa debacle en el debate. «Kamala no es Biden», cruje en el entorno de Donald Trump, quien ahora ve empedrada su ruta de retorno. De hecho, con excusas vanas, busca evitar el debate presidencial por televisión, previsto para octubre: no enfrentará a un señor decrépito y enfermo sino a una enérgica gladiadora. La primera mujer negra y surasiática que va por la presidencia de Estados Unidos.

La campaña hasta el 5 de noviembre comenzó a recalentarse. «No sabía que era negra. Se convirtió de hindú a negra de repente», la atacó Trump al rato que Biden abdicara.

Kamala Devi Harris será proclamada en Chicago el lunes 19. Cumplirá los 60 el 20 de octubre: 18 años menor que su adversario y 22 respecto del actual mandatario. Hija de inmigrantes –su madre de India, su padre jamaiquino-, su nombre se inspira en la diosa hindú Lakshmi, significa «flor de loto», proviene de la cultura hindú y es una manera diferente de reivindicar a la diosa de la belleza, la abundancia y la prosperidad. Nació en un barrio negro, clase media baja de Oakland. Su madre Shyamala Gopalan murió en 2009: endocrinóloga, investigadora de cáncer de mama, llegó de India a los 19 y se graduó tras nacer Kamala; sus abuelos, Painganadu Gopalan (asesor del Gobierno) y Rajam militaron por la independencia india en una aldea de 350 habitantes, Thulasendrapuram.

Su padre, Donald Harris, economista jamaiquino, profesor emérito de Stanford. Los republicanos lo tildan de marxista y le adosan como ancestro a Hamilton Brown, un tatarabuelo prominente esclavista que en 1770 fundara Brown’town, donde nació Donald.

Esos padres se divorciaron cuando tenía 7. Con su madre y su hermana Maya (tres años menor) se mudaron a un dúplex en Berkeley. Fue a la primaria Thousand Oaks. Asistía tanto a una iglesia bautista negra como a un templo hindú.

Vivió su adolescencia en Montreal, Canadá, cuando Shyamala trabajó en la Universidad McGill. A los 13, Kamala y Maya lideraron una protesta frente a su edificio porque se les impedía a los niños jugar en el césped. Ambas estudiaron en Westmount High School y, al regreso, abogacía en Howard, de preeminencia negra. Especialista en ciencias políticas y en economía, militó en la hermandad de mujeres Alpha Kappa Alpha. Ingresó a la fiscalía del condado de Alameda como asistente: se centró en delitos sexuales influida por los padecimientos de Kagan, una amiga suya de Montreal.

Camino ascendente
En 1994 salió con Willie Brown, 30 años mayor, titular de la Asamblea, quien le procuró un cargo en el estado de California. Rompieron cuando él fue alcalde de San Francisco. Trabajó contra la prostitución adolescente. Se calificó «progresista» en 2003, en su primera campaña para fiscal de distrito en San Francisco: con el 65%, fue la primera de raza negra. Hizo crecer la tasa de condenas.

Pero allí comenzó un tránsito controversial, con sus posiciones ante la pena de muerte y su alineación con la policía y sus sindicatos, en tiempos de la mano dura de Bill Clinton contra pandillas y el narcotráfico. Sus detractores le achacan «oportunismo político». Como haber convertido en delito el ausentismo escolar. O protegido al OneWest Bank, de Steven Mnuchin, hoy secretario del Tesoro. O cuando, al defender el consumo de marihuana, lo relacionó con su origen jamaiquino: su propio padre le endilgó conectar a sus paisanos con «el estereotipo fraudulento del fumador de marihuana que busca la alegría».

Conoció a los Obama al participar de la campaña 2008 de Barack. Se dijo que integraría la Corte, pero ese año logró una trascendente victoria (por solo 0,8%) en la fiscalía por sobre un prócer republicano blanco, Steve Cooley.

En 2014 se casó en Santa Bárbara con el abogado Douglas Craig Emhoff, una semana mayor: los hijos de él, Cole y Ella, la llaman Momala, fusión de mom (mami) con Kamala. En 2016 fue electa senadora: fueron notorios sus interrogatorios al entonces fiscal Jeff Sessions (affaire con funcionarios rusos) y a Brett Kavanaugh (ingreso a la Corte). Resaltó su imagen de pertinaz inquisidora.

Tuvo los primeros choques con Trump, quien la calificó de «desagradable«». Parecido a algunos demócratas como Tulsi Gabbard, que la acusó de maltratar a colaboradores de campaña y privilegiar el rol de Maya. Y de sobreactuar elogios a Biden: «Solo él puede reunificar al pueblo».

Washington. Harris camina con Joe Biden y Bill Clinton, presidente y ex presidente de EE.UU, en la Casa Blanca.

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Al frente del Senado tiene récord de desempates. Fue enfática en los derechos reproductivos de la mujer: conmovió al visitar una Clínica de interrupción del embarazo en Minessota. También votó contra el nuevo Tratado de Libre Comercio de Norteamérica: adujo que no tenía suficientes protecciones ambientales. Para JD Vance, republicano de Ohio y candidato a vicepresidente de Trump para las elecciones de noviembre, es una «impostora» porque «creció en Canadá» y su voto favoreció a ese país.

«Tengo mi propio legado», dijo contrariada ante la consulta de si seguiría el de los Obama. Dan Morain, de Los Ángeles Times, en su amable biografía –no compite con la autobiografía The Truths We Hold (Verdades que sostenemos) del New York Times– afirma que acuña un refrán reiterado por su madre: «Puedes ser el primero, pero asegúrate de no ser el último». En la web de la Casa Blanca se resalta: «Luchando por la gente y trabajando por Estados Unidos».

En busca del equilibrio
A pesar de esa descripción, la resistencia de sectores progresistas es fuerte: la aceptan, pero como el mal menor.

El martes 6 de agosto eligió a su candidato a vice. «Harris nos muestra la política de lo que se puede conseguir. Me recuerda al primer día de clase», señaló Tim Walz, gobernador de Minnesota, seis meses mayor que ella, antiguo profesor, quien suele hablar sin rodeos. De buena entrada a grupos progresistas, sindicatos y legisladores (fue 12 años congresista), titular de la Asociación de Gobernadores. Trump respondió de inmediato: «Desatará el infierno en la Tierra y abrirá nuestras fronteras a los peores criminales imaginables».

La elección de Walz califica a Harris. Apunta al ala renovadora decepcionada y a cerrar heridas en el partido, provocadas por la guerra en Gaza. No optó por Josh Shapiro, gobernador del poderoso Pensilvania, judío, de 51, estrella emergente, gran carisma, pero criticado por su posición proisraelí. Walz, como Harris, en función de los últimos episodios en Medio Oriente, lograron la aprobación del Consejo de Seguridad.

Los demócratas saben que la campaña conlleva un vértigo inusitado. Decisiones que en otras circunstancias demandarían minuciosos debates ahora son a toda prisa. «Una colonoscopia (política) practicada con un telescopio», ironizó Evan Bayh, exgobernador de Indiana. Resaltan virtudes de Harris: «La jefa que toma decisiones lo hace con incansable voluntad». En pocos meses dio varias vueltas al país. Como candidata a vice. Aunque antes de que el presidente se bajara, empezó a asumir el rol protagónico. Por eso los apoyos demócratas se multiplican y los fondos para su campaña no paran de crecer. Justifica que pregonen «Kamala no es Biden».

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