En el ’85, el film de Alejandro Doria fue un éxito con la fórmula de reírnos de nosotros mismos. Días antes de su reestreno, sus protagonistas recuerdan anécdotas de la filmación y cuentan cómo la historia los sigue hasta hoy.
Qué miseria, che. Qué miseria. ¿Sabés lo que tenían para comer? –Empanadas. –Tres. Me partieron el alma. Tres empanadas que le sobraron de ayer para dos personas. Dios mío, qué poco se puede hacer por la gente.
El diálogo no necesita preámbulo. Forma parte del inconsciente colectivo argentino. Los tres dedos en alto de Luis Brandoni sirven para dimensionar la vigencia de un film que logró traspasar fronteras con la fuerza del humor y alcanzó el grado de culto pese a haber sido un éxito de taquilla –en su momento fue vista por 800 mil espectadores–. Veintisiete años después, Esperando la carroza vuelve a los cines en formato digital –se estrena el 25 de octubre–. ¿Por qué es una buena noticia? Porque se trata de una de las mejores películas del cine local. Si hasta la presidenta Cristina Fernández de Kirchner manifestó su predilección por el film escrito por Jacobo Langsner y dirigido por Alejandro Doria. Un grotesco que permite identificar –aún hoy– a los diferentes personajes que habitan el suelo argentino. “Nadie tiene sospechas de que esta película haya perdido vigencia. Todos nos seguimos espejando en ella. Nació hace 27 años y estuvo viva siempre. Todavía me insisten con un entusiasmo digno de mejor causa con el tema de las tres empanadas”, asegura, entre risas, Brandoni, quien en la película personifica al inescrupuloso Antonio Musicardi, uno de los cuatro hijos de Ana María de los Dolores Buscaroli, para todos Mamá Cora –interpretada por Antonio Gasalla–. “Aún me resulta curioso cómo la gente simpatiza con un canalla de esa catadura”, sentencia.
En las boleterías del Abasto –donde se realizó un encuentro con motivo del reestreno–, Mónica Villa y Lidia Catalano deambulan juntas con su perfil bajo y repasan algunas anécdotas. A un costado, las cámaras se ocupan de Enrique Pinti. Una tras otra se ceden la posta, mientras el actor y humorista contesta –casi sin cortes– y con su típica verborragia, las mismas preguntas. “Mirá, es el gordo Piquín”, dice un turista de ocasión alienado por la metodología diaria de la tele nocturna.
Brandoni posa para algunas fotos cholulas y se excusa de dar notas en privado. “En todas partes del mundo las conferencias de prensa tienen un sentido. En la Argentina tiene que pasar lo mismo”, aduce, para salir con buen paso, antes de embarcarse en dos notas televisivas. “Le inflaron el bombo”, grita otro que pasaba por ahí con el tino de extender las vocales del caso, pero con la mala suerte de mezclar la película.
Cecilia Rossetto se ríe y se sorprende ante el pedido de nota de un periodista de Canal 13. “Hace un tiempo un colectivo de gays en Madrid me llamó para invitarme a ver la película con ellos. Se sabían todos los diálogos. Y eso que mi personaje ni existía en el texto original”, asegura la cantante y actriz que dio vida a Dominga, la vecina de enfrente. Y continúa: “El nene que cuida Mamá Cora iba a ser desarrollado por mi hija, que en ese momento tenía 3 años. Un día Gasalla me llamó para ver si se la prestaba y le dije que, mientras no la hiciera sufrir, no había problema. Durante una semana vino a mi casa para entrar en confianza. Pero él no le había dicho que se iba a disfrazar de vieja. Y cuando la llevamos para grabar, le habló con su voz normal y la nena quedó con la boca abierta durante tres días”.
Las anécdotas se suceden y Diana Frey, productora de la película, demuestra que almacena varias historias como tesoro: “Cuando a Darío Grandinetti le llevamos la camiseta de Boca no quería saber nada porque él es hincha de River. Recuerdo que le dije: ‘Darío, vas a hacer de pelotudo’. Entonces accedió”. Y se extiende: “El loro de la película no es uno sino dos. Cuando descubrimos que un vecino tenía un loro igual pero que hablaba mucho más, decidimos pedírselo. Y el señor fue muy claro: nos dijo que no tenía problema, pero que mientras tanto le demos al otro, porque no podía vivir sin un loro”.
Gasalla iba a formar parte de la conferencia, pero al final desistió de participar. Su personaje es el único que logró, en cierto modo, trascender la película con la particularidad de que en el relato original Mamá Cora –que iba a ser interpretada por Niní Marshall– era sólo una parte menor de la historia. Años antes del estreno, Doria quedó fascinado con el personaje de La Vieja de Gasalla y decidió extender los textos de la creación a la que hoy el actor se refiere como La Abuela –una persona mayor que incomoda con sus preguntas y que poco se parece a la ingenua Mamá Cora–. “Si la película la hubiese hecho una mujer mayor de verdad, no hubiera causado gracia. Todo lo que le pasa a esa mujer hubiese dolido”, asegura Frey.
Los estereotipos abundan en el film. Susana –Mónica Villa– y Jorge Musicardi –Julio de Grazia– albergan a Mamá Cora hasta que la mujer se cansa y realiza, en el comienzo de la historia, una catarsis digna de Hollywood. Villa asegura que, desde que se estrenó la película, la gente la para en la calle para decirle: “Yo soy Susana”. “Esta es la película que demuestra que el grotesco es lo que mejor nos representa. Creo que la gente se identificó con la situación de no hacernos cargo de nuestros viejos y de que siempre está esa familia que sufre y que se termina haciendo cargo de todo”, reflexiona la actriz, quien no le mostró el film a su hijo hasta que este se enteró por otra campana, ya que “en la película grito todo el tiempo”.
A diferencia de Villa, Betiana Blum –Nora, la mujer de Antonio– dice que nunca nadie le expresó que se reflejaba en su personificación. “Todos siempre me dijeron: ‘Yo tengo una hermana, una cuñada o una tía que se parece a Nora’. Nadie se quiso hacer cargo de semejante hipócrita. Porque lo que tiene de bueno la película es el libro de Jacobo, quien ve nuestras miserias con ternura y amor”. Y Villa agrega: “Alejandro Doria lo dejó en claro cuando se cumplieron los 20 años del estreno. La película triunfó porque se decidió reírnos de nosotros mismos y no de los demás”.
También hubo una Esperando la carroza 2 –se presentó en 2009–, pero de eso mejor no hablar. “Mal”, dice Brandoni cuando alguien lo consulta sobre cómo recuerda esa malograda continuación. “Al año siguiente de estrenar la película, a Alejandro le llegó el libro de la segunda parte –rememora Frey–. Aún recuerdo sus palabras: ‘No compitamos con nosotros mismos’”.
La de las tres empanadas no es la única frase que perduró. “Yo hago puchero, ella hace puchero. Yo hago ravioles, ella hace ravioles”, dice China Zorrilla en el rol de Elvira –la esposa de Sergio Musicardi, personificado por Juan Manuel Tenuta– mientras la vecina escucha todo al otro lado del teléfono. Enrique Pinti –quien interpreta a Felipe, un borracho en el fallido velatorio de Mamá Cora– evoca que “una vez, en Madrid, un barman cubano me dijo ‘No tomo más’ cuando le pedí un gin tonic. Yo no sabía qué carajo quería decir, pero después me di cuenta de que la frase también había pegado. Yo me hice actor para ser recordado para bien por los demás. Como el film es un clásico, lo logré, aunque sea diciendo ‘No tomo más’”.
Esperando la carroza no es la primera película argentina que se reestrena. En 1984, diez años después de su estreno, La Patagonia rebelde volvió a la cartelera con gran éxito. Brandoni, que también fue parte de esa película, asegura: “Cuando nos preguntan qué nos gusta más, si el cine, el teatro o la tele, todos más o menos decimos lo mismo. Que el cine te hace viajar, que la tele te da el reconocimiento popular y que el teatro genera un ida y vuelta grandioso con el público. Pero el cine tiene un plus: nos perpetúa. El poeta argentino Antonio Porchia me ayudó a comprender lo que yo quería con un aforismo de su autoría: ‘Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo’. Y con esta película, todos lo conseguimos”.
POR BRUNO LAZZARO /17.10.2012
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