La “biografía” de La noticia rebelde del periodista Diego Igal es un viaje emotivo y conceptual al corazón de la primavera democrática. Un período que excede en su espíritu al gobierno de Alfonsín, hunde sus raíces en los estertores de la dictadura y se termina a gusto y placer de quien lo observa a la distancia: algunos ponen el límite temprano en 1985, con el rigor del ajuste de la economía de guerra; otros lo extienden a 1987 o 1988. Los orígenes del programa que brilló en la televisión pública durante tres temporadas y en especial su linaje, sus filiaciones, varían según quien lo investigue, pero hay un consenso general en que aquel cruce entre humor y periodismo –cruce que no se agota en la parodia del periodismo, la televisión y los chismes del mundo del espectáculo- tuvo referencias ineludibles en lo que había sido la revista Satiricón en los 70, la revista Humor desde 1978 como forma de resistencia a la dictadura y en particular la censura, y la anomalía absoluta que significó la aparición del programa Semanario insólito a pocos días de iniciada la guerra de Malvinas. Podría agregarse otro hito casi simultáneo a La noticia rebelde: el programa Mesa de noticias, otra sátira acerca de los medios y de sus genuflexiones ante el poder: “Benemérito director ¡Le pertenezco, le pertenezco!”, exclamaba para siempre el señor De La Nata (¡) interpretado por Gianni Lunadei a Juan Carlos Mesa.
Fueron cinco las caras más célebres de La noticia rebelde: Raúl Becerra, Adolfo Castelo, Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya y Nicolás Repetto, el joven caído del cielo que se integró al cuarteto inicial. Años después, Raúl Becerra, cerebro del asunto, recordaría esos inicios de Semanario insólito en un testimonio que fue recogido en el volumen Estamos en el aire (Carlos Ulanovsky, Silvia Itkin y Pablo Sirvén), uno de los pocos libros dedicados a la historia de la televisión argentina.
“Empezamos el 10 de abril de 1982, ocho días después que había empezado la Guerra de Malvinas, y nosotros teníamos que salir a hacernos los graciosos. Fuimos a cubrir una fiesta en New York City y el requisito era que los que participaban tenían que ir vestidos de muertos, calaveras o esqueletos. Cuando la pusimos en el aire quisimos evidenciar que Buenos Aires, salvo en los momentos en que se conmovía porque aparecía un noticiero, el resto del día estaba en otra cosa”.
Más allá de la circunstancia dramática, Semanario insólito tenía mucho del espíritu que La noticia rebelde podría explorar y hacer explotar después, ya en democracia.
Las afinidades con Mesa de noticias eran parte del clima de época: los medios empezaban a hablar de los medios , más allá de que el humor rebelde sería mucho más agresivo al calor de las temporadas, y sobre todo cuando los conductores recibieron la sugerencia de lanzarse a fondo porque la timidez o cierto pudor no garpaban en los comienzos; la prueba más concreta es que después de varios intentos, el arribo de La noticia rebelde a ATC se precipitó por las vacaciones de Mesa de noticias en enero de 1986, como si ese deslizamiento de un formato en otro fuera algo bastante natural. Y lo era. Ahí arrancó todo.
Cuenta la leyenda que hubo que vencer resquemores de autoridades e intelectuales del alfonsinismo –tildados por algunos desplazados, entre ellos Quique Dapiaggi, Sergio Velasco ferrero, Roberto Galán, como “la patota cultural”- sobre todo con Becerra, a quien consideraban, algo absurdamente, que había formado parte de la televisión de la dictadura. Como sea, ese sayo no podía caberle a quienes serían dos de los más destacados partícipes del programa como Abrevaya y Guinzburg; los dos habían pasado por el clásico ostracismo en las agencias de publicidad y en las incipientes señales que la gráfica empezaría a emitir desde Humor y otras publicaciones inmediatamente posteriores de la apertura democrática.
Entre 1986 y 1987 el programa fue tomando vuelo, temperatura, audacia. Los pilares fueron la sección “Pasando revista”, donde se pagaba tributo a cierto elitismo cultural que siempre marcó a Humor sobre todo en su mirada sobre el espectáculo, la cultura popular –TV incluida- y la farándula. Igualmente, la burla y el escarnio que se coronaba con un huevo arrojado sobre la nota denostada, solía subir la venta de la revista de turno, así como romper un disco en vivo levantaba las ventas del cantautor perseguido. Y el otro pilar: la entrevista demoledora que con su famosa primera pregunta para “romper el hielo”, se convirtió en marca registrada de Guinzburg. Pero era en otros momentos y en los exteriores donde se lucían los Repetto, Araoz y compañía, en ese borde entre periodismo y actuación filo under que derramaría poco después en uno de los hitos de la TV de los 80: Antonio Gasalla y sus sucesivos elencos, el off impactando de lleno en la televisión.
El humor era una forma de atravesar la pacatería sexual que causaba horrores en la televisión a límites hoy inconcebibles de censura y agite. Pero La noticia rebelde también fue una gran aliada en “humanizar” la figura del político/ funcionario, sobre todo el representante del pueblo, el diputado. Una anécdota imperdible recordada por Becerra refiere que el radical Marcelo Stubrin se quejó porque en un diálogo que iba a grabarse para un sketch político, el ascendente José Luis Manzano, según el guion que le pasaron, tenía más letra que él. “Yo no lo podía creer. Ok, le dije. Pero no te olvides que cuando hicimos lo de las figuritas (Manzano y Stubrin jugando a las figuritas con unas carpetas de posibles proyectos parlamentarios) vos tuviste más protagonismo. Se quedó tranquilo”.
La última temporada fue en 1989, cuando ya la primavera democrática era polvo y humo entre la hiper inflación y las elecciones adelantadas, un panorama que no dista demasiado de lo que hoy vivimos, cuando el humor televisivo es más bien involuntario. Ya el equipo se había partido y Becerra y Guinzburg habían pasado a un programa en el 13. Un poco a la manera de los partidos políticos que empezaban a estallar por entonces, los rebeldes se fraccionaban y reconfiguraban.
El legado de La noticia rebelde alcanzaría a nuevas generaciones, entre las que se suele destacar tanto la línea de Pergolini como la de Tinelli. Es asunto discutible. Pero es obvio que haber entendido que el núcleo de la propuesta era situarse en el punto de quiebre y defección del periodismo en el juego del afuera y el adentro del poder –mediático, político, del “sistema” novedoso que era el de la democracia- , ponerlo en jaque y a la vez humanizarlo, no degradarlo, aceptar la política como necesaria y con escala humana, ese sí que es un legado interesante, positivo y de rigurosa actualidad aunque alguno se ligara, ligue o ligará un huevazo de vez en cuando.
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