El 25 de enero de 2021, Marcela vivió la tragedia en carne propia. Luego de una explosión, de la cual nadie sabe el origen, el fuego arrasó con la mayor parte de su casa. De un momento al otro, perdió casi todo lo que había logrado con tanto esfuerzo.

Su vocación siempre fue la de enseñar, pero con el afán de sobrevivir, Marcela tenía un almacén que también quedó reducido a escombros. Hoy por hoy, vive en un espacio que representaba el diez porciento de la totalidad de la vivienda, lugar que hace las veces de hogar y salón de clases para sus alumnos particulares.

Al llegar a su casa, en Rafael Castillo, la imagen es de una ciudad ucraniana luego de un bombardeo ruso. Partes de la edificación tienen peligro de derrumbe, los escombros lucen en el piso tal cual quedaron, y las ventanas fueron tapiadas para que no le usurpen lo que quedó de su hogar.

“Es muy triste. Ver todo esto es volver a recordar ese momento”, explicó Marcela al observar las ruinas de lo que fue su hogar. Para ella es imposible escaparle al recuerdo de ese día. La paradoja es que esta maestra que da clases de apoyo, no recibió ninguna clase de apoyo. El municipio no se dignó a levantar un solo ladrillo.

Madre e hija estaban dentro de su casa cuando sucedió el incidente. La menor salió ilesa, ya que estaba en el comedor, pero su mamá se vio gravemente afectada: cayó al suelo y el fuego la alcanzó en toda la parte de atrás de su cuerpoEstuvo internada un mes en terapia intensiva y sobrevivió. Lo primero que hizo cuando despertó fue preguntar por su hija. “Cuando me dijeron que estaba bien, me puse muy contenta. Yo pensé que me iba a morir. ¿Y qué iba a ser de ella?”, recordó entre lágrimas.

Marcela explicó a la perfección cómo se siente la calma antes de la tormenta. Ella y su hija pasaron un domingo hermoso en familia, en la casa de la madrina el domingo previo a la explosión. “La pasamos inmensamente feliz ese día, parecía que ya se sabía. Y al otro día nos pasó esto”, relató.

Este tipo de tragedias suelen dejar una huella en la mente de las personas, y este caso no fue la excepción. Su hija, cada vez que están pasando un momento lindo, tiene miedo. En su cabeza asocia que esos momentos de felicidad son predecesores a la desgracia.

Para esta madre soltera sobrevivir una vez no fue suficiente. Ahora, y más aún con la pérdida de su comercio, tiene que hacerlo todos los días. Si bien hay algunas veces en las que cree que ya no le quedan fuerzas, se vuelve a levantar. Cobra trescientos pesos por sus clases de apoyo, pone un plato de comida en su mesa haciendo lo que ama y, de a poco, busca recuperar lo perdido.

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