“Cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra, igual que sobreviviente que vuelve de la guerra. Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui sola y llorando. Hice un nudo en el pañuelo pero me olvidé después que no era la única vez, y volví cantando”, María Elena Walsh.

No dejará de cantar nunca. Tampoco su público, ilimitado en edad, género y clase social. María Elena Walsh es de todos. Y para siempre. Un día como hoy, pero del 2011, murió a los 80 años, tras padecer una larga enfermedad. Escritora, poetisa, música, cantaautora, dramaturga y compositora. Todas esas facetas fue capaz de realizar a lo grande pero por una será recordada por siempre: la literatura infantil.

Walsh fue quien educó a una generación interminable de chicos desde la música y las letras de sus canciones. El sentido del mundo para arriba y abajo, al revés y derecho. De todas las formas. Sus disparates aún se transmiten de abuelos a nietos, de tíos a sobrinos, de boca en boca, de amiga a amigo.

Donde no hay libros hace frío. Vale para las casas, las ciudades, los países. Un frío cataclismo, un páramo de amnesia”, dijo Walsh, amante de la literatura, pensante. Nunca tuvo miedo de dar a conocer su opinión ante fuertes procesos político-sociales, como la Dictadura militar. Su pluma fue respetada por grandes escritores. Otoño imperdonable, por ejemplo, llegó a ser elogiado por Borges, Juan Ramón Jiménez o Silvina Ocampo, entre otros.

Con su muerte, ninguno de sus inolvidables personajes dejaron de existir. Las princesas, los caballeros, las estatuas, Manuelita o el  Brujito de Gulubú vuelan en la imaginación de una nueva generación, recorren los sueños de los menores y revolotean en la nostalgia de los grandes.

Resaltando el humor y la paradoja, se convirtió con el paso del tiempo en un verdadero clásico. Sus ritmos y canciones todavía suenan. Ella es, en realidad, la cigarra que nunca dejará de cantar.

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