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Tres años de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en el poder: un artificio político que explotó por las internas palaciegas y la crisis económica

El Presidente y la Vicepresidenta diseñaron un gobierno parcelado entre los distintos referentes del Frente de Todos que la inflación en alza, la irrupción del COVID-19 y el complejo tablero internacional transformó en un caótico campo de batalla

La guerra palaciega entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner definió estos tres años de gestión del Frente de Todos en la Casa Rosada. El jefe de Estado y la vicepresidente manejaron hasta acá un Gobierno que no cumplió con las expectativas sociales y se movió al ritmo de sucesivas pujas internas que arrasaron con ministros y secretarios, iniciativas políticas y el sueño de transformar una jugada preelectoral en un proyecto de poder de largo alcance.

Alberto Fernández y CFK se conocen al mínimo detalle, pero esa información clave en la toma de decisiones le dio ventaja a la Vicepresidenta. El jefe de Estado fue sobrepasado por Cristina en situaciones clave y desaprovechó un puñado de coyunturas determinantes para lograr su independencia política en la Casa Rosada.

En plena pandemia, la imagen pública del Presidente era muy alta y su relación con Horacio Rodríguez Larreta irritaba a La Cámpora y preocupaba a Mauricio Macri. Los ministros y secretarios más cercanos a Alberto Fernández insistían en usar esa oportunidad para romper el cerco montado por Cristina y acordar una agenda bipartidista con el jefe de Gobierno porteño.

El Presidente dudó -al principio- y después enterró ese movimiento estratégico cuando estaba en la cima de la popularidad y la vicepresidente sólo recibía pésimas noticias desde Comodoro Py. CFK ganó ese round psicológico, y Alberto Fernández quebró su relación política con Rodriguez Larreta al recortar -de manera unilateral- los porcentajes de coparticipación federal que recibía la Ciudad de Buenos Aires.

Esta oportunidad perdida del jefe de Estado fortaleció la creencia peyorativa de la vicepresidenta y abrió una inevitable incertidumbre entre ciertos protagonistas del Frente de Todos que apostaban al liderazgo político de Alberto Fernández. Desde los sindicalistas más fogueados de la CGT hasta ciertos intendentes del conurbano y gobernadores del Norte Grande se preguntaron porqué el Presidente no había aprovechado esa coyuntura de poder.

A esa altura del mandato presidencial, todavía no podían discernir si lo ocurrido fue un movimiento táctico o un reflejo indubitable de temor reverencial.

Mientras confundía a sus propios aliados y CFK ya iniciaba su proceso de desconfianza sobre Martín Guzmán, el tablero internacional permitía a Alberto Fernández un juego político que no tenía en la agenda doméstica. El Presidente se reunía con Francisco, Emmanuel Macron, Ángela Merkel, Kristalina Georgieva, Pedro Sánchez y Giuseppe Conte, y todavía no se preguntaba en el exterior cómo estaba la relación política y personal con la Vicepresidenta.

En el Vaticano, Roma, París, Berlín y Madrid se asumía que la conducción bifronte funcionaba sin mayores problemas y que existía la unidad de acción para cerrar con los acreedores privados y a continuación con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Guzmán ocupaba el centro del Gabinete, y creía que el Presidente lo iba a cobijar ante la tormenta política que desataría -tiempo después- Sergio Massa, Máximo Kirchner y Cristina.

Alberto Fernández sorprendía en Balcarce 50 por su tendencia natural de fijar una acción política a la mañana y cambiar esa decisión táctica en horas de la tarde. El zigzag presidencial debilitaba los lazos de confianza con los ministros y secretarios propios y alargaba y fortalecía la influencia de Cristina en el Gabinete Nacional.

El jefe de Estado perdió amigos y contertulios que llegaban temprano a Olivos, calmaba su ansiedad con un menú excedido en calorías y tomaba una pastilla de venta libre para aplacar la acidez. Había desobediencia sistemática a las recomendaciones médicas, durante la madrugaba trataba de ganar tiempo subrayando lecturas obligatorias -papers y documentos oficiales-, y las redes sociales y WhatsApp lo mantenía despierto a deshoras.

Esa rutina afectó su salud, elevó el tono de su voz y lo transformó en un presidente solo acompañado por cuatro funcionarios con piel dura y eterna confianza personal: Vilma Ibarra, Julio Vitobello, Santiago Cafiero y Juan Pablo Biondi. Semejante soledad en el poder fue detectada por CFK, que la aprovechó tiempo más tarde para infringir un daño político que derritió el círculo más estrecho del jefe de Estado.

El malestar creciente de la vicepresidenta se podía medir en la cantidad de interlocutores que escuchaban sus críticas constantes al Presidente, Cafiero, Ibarra, Vitobello y Biondi. Al principio, CFK limitaba sus cuestionamientos al circulo cerrado que integran Axel Kicillof, Oscar Parrilli y Máximo Kirchner. Pero a medida que transcurrieron los meses, Cristina repitió los mismos adjetivos ante un anillo mas amplio de interlocutores que llegaban a su despacho del Senado.

A mayor numero de testigos peronistas que escuchaban las quejas de Cristina, mayor cantidad de chismes caían sin eufemismos en la intimidad de Olivos y de la Casa Rosada. La vicepresidenta se manejaba con los Cánones de Florencia y los rumores acechaban a toda hora y en todo lugar.

Alberto Fernández estaba irritado y molesto, pero otra vez optó por una conciliación unilateral para evitar una supuesta implosión del Frente de Todos.

En este escenario, con la inflación que no cedía y la pandemia que mataba sin piedad, Fabiola Yañez organizó su fiesta de cumpleaños en Olivos. Alberto Fernández había prohibido por decreto presidencial las reuniones masivas para evitar que el COVID-19 continuara su expansión, y sin embargo no dudó en permitir una cena en Olivos para Yañez y sus amigos.

La fiesta en la quinta hizo papilla la autoridad presidencial. Y el círculo se completó con el Vacunatorio VIP. Desde ese momento, la imagen de Alberto Fernández cayó en picada, mientras Cristina Fernández de Kirchner se preparaba a lanzar una nueva guerra de guerrillas para condicionar -aun más- la toma de decisiones en Balcarce 50.

Ella iba por el último anillo de confianza del Presidente: buscaba la caída de Ibarra, Cafiero y Biondi. CFK pensaba que la renuncia de estos funcionarios colocaba a Alberto Fernández a su merced. Y la derrota en las PASO de 2021, le permitió lanzar una nueva estocada en el flanco más cercano al jefe de Estado.

-Alberto, yo tuve problemas con La Cámpora. Se querían quedar con el territorio. Y yo no los dejé-, recordó el intendente de José C. Paz, Mario Ischii, mientras servía un asado peronista en su quincho personal.

En ese momento, Alberto Fernández enfrentaba una renuncia masiva de los ministros que jugaban al lado de Cristina, y el Presidente aún no sabía qué camino tomar.

Biondi estaba en el almuerzo junto al jefe de Estado y escuchaba con atención al barón del conurbano.

-¿Y que hiciste?-, le preguntó el entonces vocero presidencial al inoxidable intendente de Jose C. Paz.

-Fumigué-, respondió Ischii.

Cuando abandonó Jose C. Paz, Alberto Fernández se enfrentó con el mismo dilema que ya era su sombra desde la llegada al poder: se plantaba ante la Vicepresidenta o aceptaba su nuevo y demoledor ultimátum palaciego.

Las renuncias de los ministros kirchneristas eran un bluff político. Por ejemplo: Eduardo “Wado” de Pedro renunció al Ministerio del Interior en una hoja sin membrete con la intención de provocar una corrida en todo el Gabinete Nacional. Y lo logró.

Alberto Fernández reunió a sus leales en el despacho presidencial para fijar una posición política. Era romper con Cristina o conciliar posiciones. El jefe de Estado -otra vez- tomó por la vía de la conciliación. Un gesto interno que la vicepresidente entendió como una manifiesta señal de debilidad personal.

Y no tuvo piedad.

El secretario Biondi renunció por presión de CFK, y Cafiero abandonó la jefatura de Gabinete para desembarcar en la Cancillería, otro cambio forzado por la vicepresidenta. El daño a la estructura presidencial fue distópico. Alberto Fernández no respaldó a los suyos y Cristina volvió a imponer su mirada.

La renuncia de Biondi y el movimiento forzado de Cafiero deterioró -una vez más- la confianza política que los sindicalistas de la CGT, los gobernadores afines, los ministros que escapan al influjo de CFK y ciertos intendentes del conurbano tenían a Alberto Fernández.

Cristina era consciente del daño cometido a la credibilidad presidencial y no dudó en exhibir su poder interno en cada iniciativa clave que Alberto Fernández proponía al Congreso. La muestra evidente fue la nominación del Procurador Nacional: los senadores oficialistas no movieron un centímetro el pliego de Daniel Rafecas, un juez federal con prestigio académico que tenía el aval personal del jefe de Estado.

Martín Guzmán se asumía como un blanco móvil. Sergio Massa y Máximo Kirchner habían cuestionado su negociación con los acreedores privados y criticaban su estrategia de negociación con Kristalina Georgieva. El ministro de Economía siempre informó a Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, que era asistida por Kicillof.

No es cierto que Guzmán haya engañado a CFK como asegura un vacunado VIP a instancias de Ginés González García. El ministro abrió su información y siempre sostuvo que se trataba de refinanciar la deuda de 45.000 millones de dólares que este gobierno heredó de Mauricio Macri. Cristina y Alberto Fernández sabían -saben- que el Fondo no reestructura su deuda con los estados soberanos.

A fines de junio de 2022, Guzmán comprendió que sus horas estaban contadas. Se reunió con el Presidente y le pidió su apoyo para enfrentar una conjura política que se diseñó en la Cámara de Senadores. Alberto Fernández jura que ese encuentro nunca existió y que el ministro de Economía lo traicionó posteando un tuit que lo dejó en una situación de grave desamparo político.

Hubo un sábado de julio de 2022 en Olivos que Alberto Fernández amagó con renunciar, mientras CFK no contestaba sus mensajes de Telegram y analizaba los nombres de los eventuales reemplazantes de Guzmán. Fueron horas de vacío de poder que se llenaron con un nombramiento efímero: Silvina Batakis a cargo del Palacio de Hacienda.

Batakis duró veinticuatro días, y por primera vez en muchísimo tiempo, Alberto Fernández y CFK coincidieron en una decisión política. Massa debía jurar como ministro de Economía para frenar la corrida en los mercados y diseñar un plan de estabilización. Batakis se transformó en titular del Banco Nación.

Massa exhibió sus contactos con la administración de Joseph Biden y su capacidad para lograr consenso con todos los protagonistas del poder real en la Argentina. Esa capacidad fue elogiada por Cristina y provocó celos y conspiraciones en las cercanías del jefe de Estado. Massa tiene agenda propia y eso preocupa al entorno presidencial.

Alberto Fernández y el ministro de Economía se conocen desde hace décadas y cada uno sabe ejecutar su guión. Reconocen el rol de CFK y saben que su capacidad de daño se puede multiplicar como un juego de espejos. Los dos sufrieron cuando la vicepresidente marcaba el paso en Balcarce 50 y ellos eran parte de la oposición peronista.

Cristina concedió un waiver a Massa y no le da respiro a Alberto Fernández. Hace dos meses, el Presidente envió al Senado el ascenso de coronel a general a su jefe de la Casa Militar, encargado de proteger su seguridad y la seguridad de su familia.

CFK congeló ese ascenso como muestra de poder interno, y por ahora no piensa respetar la voluntad de Alberto Fernández, que por la Constitucional Nacional “es comandante en jefe de todas las fuerzas armadas de la Nación” (artículo 99, inciso 12).

El enfrentamiento perpetuo de Alberto Fernández con Cristina Kirchner afectó su agenda global. En cada viaje al exterior debía explicar su relación institucional con la Vicepresidente, y en Washington, Madrid, El Vaticano, Berlín y París ya sabían que el control de la Casa Rosada era una batalla caótica y sin posibilidad de frenar con una tregua política.

Durante sus giras por Estados Unidos y Europa, Alberto Fernández tenía que mimetizar sus internas en Palacio y corregir hacia adelante opiniones geopolíticas que encendieron muchísimas luces rojas. En apenas once meses, el jefe de Estado se puso a disposición de la estrategia regional de Putin, elogió al Partido Comunista de China, evitó condenar las violaciones a los derechos humanos en Venezuela y Cuba, y cuestionó la agenda de Biden para América Latina.

El presidente tardó en condenar la invasión de Rusia a Ucrania, y nunca hizo una crítica directa a Vladimir Putin por su decisión geopolítica de iniciar una guerra en Europa. Pero a su vez presentó una propuesta novedosa para aprovechar las consecuencias de la avanzada del Ejército Rojo sobre Kiev: planteó a Estados Unidos y Europa que Argentina y América Latina podían proveer los alimentos y la energía que estaban faltando por el inesperado conflicto.

Esa iniciativa fue descripta durante sus discursos en la Cumbre de las Américas, el G7, la Asamblea General de las Naciones Unidas y el Foro de la Paz en París. Alberto Fernández pensaba reiterar esa mirada global durante el G20 de Bali, pero su salud personal estalló cuando se aprestaba a participar de la primera jornada de deliberaciones.

“En el día de la fecha -15 de noviembre de 2022- el señor Presidente de la Nación, Dr Alberto Ángel Fernández fue evaluado medicamente, se diagnóstico una gastritis erosiva con signos de sangrado, recibió el tratamiento médico adecuado encontrándose en buen estado de salud y reanudando sus actividades con control médico”, informó la Unidad Médica Presidencial.

Alberto Fernández pagó en Bali su falta de sueño, su dieta atípica y la tensión constante de saber que todos los días conspiraban en su contra. No se trataba de una intuición personal, alcanzaba con mirar alrededor: sólo Cafiero, Ibarra y Vitobello quedaron pie tras la sucesivas batallas con la vicepresidente y sus aliados del Frente de Todos.

CFK llamó a Bali cuando el Presidente ya había regresado de su cónclave con Xi Jinping. Alberto Fernández no quería perder ese encuentro con el líder comunista y exigió a los médicos que hicieran lo indispensable para llegar en condiciones estables a la cita. Esa tarde, maquillado y dolorido, logró que China habilitara un swap de 5.000 millones de dólares con libre disponibilidad.

Desde su despacho en el Parlamento, la vicepresidenta escuchó al jefe de Estado con atención y le pidió que se cuidara. Fue una tregua, un instante efímero entre dos combates. Otra evidencia que probaba la relación entre ambos: ella dictaba el sesgo de la relación política, acorde a sus necesidades internas o sus instintos personales.

La pax armada duró escasos días.

Ya en Buenos Aires, Cristina impuso su posición en una asunto de relaciones exteriores que Alberto Fernández tenía congelado hasta nuevo aviso. El Presidente no tenía intenciones de conceder asilo político a María de los Ángeles Duarte Pesantes, exministra de Obras Públicas y Transportes de Rafael Correa, exmandatario de Ecuador.

Duarte Pesantes -como Correa- fue condenada por sobornos y se refugió en la embajada argentina en Quito para evitar su orden de captura y prisión efectiva. Correa pidió el asilo para Duarte Pesantes durante su último encuentro con CFK, y la vicepresidenta ejerció su poder interno para satisfacer el pedido de su compañero de ruta.

Alberto Fernández ahora protagoniza un incidente diplomático con su colega Guillermo Lasso que no tiene intenciones de conceder un salvoconducto a favor de Duarte Pesantes. Lasso considera que la exministra de Correa no es una refugiada política y que debe abandonar la sede diplomática de Argentina para ponerse a disposición de la justicia que dictó su condena efectiva de ocho años.

La solidaridad política y personal de Alberto Fernández fue infinita cuando sucedió el intento de asesinato contra Cristina Fernández de Kirchner y semanas más tarde fue condenada a 6 años de prisión e inhabilitación especial perpetua para ejercer cargos públicos por administración fraudulenta.

En ambos casos, el jefe de Estado utilizó la cadena nacional y actuó sin cálculos palaciegos. Alberto Fernández considera que no hay evidencias contra CFK en la Causa Vialidad y que todo es una conspiración del establishment nacional para lapidar a la Vicepresidenta.

Cristina agradeció la posición pública del presidente y desde hace tres días está en Calafate para diseñar sus próximos pasos. Ya anunció que no será candidata el año próximo y rechaza que Alberto Fernández busque la reelección.

Se trata de una obsesión personal: asume que su artificio político fracasó y prepara su decreto final para el 10 de diciembre de 2023.

Infobae

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