Durante cinco meses, cada sábado, los porteños de los años de 1837 y 1838 tuvieron la oportunidad de leer una revista de interés general, informándose sobre cuestiones literarias, filosóficas y estéticas, en notas llenas de humor, realismo y crítica.

Quien comandó las punzantes plumas de los 23 números de La Moda, Gacetín semanal de Música, de Poesía, de Literatura, de Costumbres, fue ni más ni menos que Juan Bautista Alberdi; y entre sus compañeros de redacción se encontraban jóvenes de la denominada Generación del 37 que concurrían asiduamente al Salón Literario de Marcos Sastre, entre ellos, Juan María Gutiérrez, Rafael Corvalán y Vicente Fidel López.

Espejada en la cultura progresista europea (combatiendo el tradicionalismo español), La Moda aspiraba a formar las costumbres porteñas, apuntando especialmente a niñas y jóvenes.

La revista ocupaba la mayor parte de sus páginas en cuestiones que entonces muchos calificaron de frívolas, pero su fin, hacia mediados de abril de 1938, tuvo tanto que ver con el escaso éxito comercial como con la desconfianza que terminó despertando el gacetín en el gobierno rosista, pues no pocos de sus intelectuales comenzaban a formar parte del bloque opositor.

Pero aunque la revista realizara ocasionales intervenciones políticas, gran parte de sus artículos ensayaban frescos de la cotidianeidad porteña. Entre ellos, uno como el que publicamos en esta gaceta. El verano porteño y sus mujeres del año 1938, descritos desde la calle del Cabildo, denominada oficialmente así hacia fines del siglo XVIII, anteriormente llamada Villota y Victoria, hasta llevar finalmente, ya en el siglo XX, el nombre del dos veces presidente radical, Hipólito Yrigoyen.

Fuente: La Moda. Gacetín semanal de música, de poesía, de literatura, de costumbres, N° 2, Buenos Aires, noviembre 25 de 1837, Editor responsable Rafael J. Corvalán, Imprenta de la Libertad; en Academia Nacional de la Historia. La Moda, Gacetín…. 1838 (reimpresión facsimilar) Buenos Aires, Guillermo Kraft LTDA, 1938, págs. 83-84. 

El verano del 38 ha sido saludado ya por las porteñas, en faz de un cielo puro, en las bellas noches de la calle del Cabildo: ¡dos horas de ilusión y de poético embargo! El continuo triscar del zapato mujeril, el hablar melódico, el sonreír armonioso de las bellas, el murmullo de los laureles retóricos que el galanteo deposita a sus plantas produce una armonía inexplicable que aturde dulcemente los sentidos. En aquellos momentos, puede uno olvidarse de que es desgraciado, aun siéndolo cuando es posible. Hemos dicho las bellas, y a propósito; porque no hay feas en la calle del Cabildo. La noche es mujer; también lo es la luz,  y parece que asociadas se ha encargado la una de alumbrar lo bello, y la otra de esconder lo feo.

No debe ir a la calle del Cabildo quien quiera vivir apasionado: perderá su fe y sacará exhausto el pecho; comúnmente es lo que se gana, desconsuelo. El corazón ha sido allí mil veces arrebatado, y otras mil abandonado. La belleza es un torrente que precipita y derroca la belleza. Las sensaciones, agolpan, se baten y perecen. ¿Qué queda en la memoria? –una música confusa de sonrisas, de palabras dulces, de nombres simpáticos, un caos de figuras angélicas, de actitudes de formas graciosas que se resuelven y cruzan en todo sentido, dejando en el alma una impresión vaga que la substrae igualmente a la desgracia y a la felicidad.

Nunca las porteñas son más graciosas; y es porque no intentan serlo; su fácil peinado, su ligero traje, su franco y noble porte, les da más que nunca aquella rara gentileza que los extranjeros las han concedido sobre todas las mujeres del mundo.

Cuando la luna, cual otra belleza argentina, asiste a estos rendez-vous de sus amigas, que nuevo encanto! Era de creerse que su luz de amor, como toda luz, marchitase sus prestigios; pero al contrario, es más completa la ilusión: la luz de la luna es como la luz de la poesía: luz de seducción y de mentira; promete la verdad y da la belleza; nos ofrece mostrar mujeres, y nos hace ver ángeles. Oh! En aquellas noches alegres, las porteñas con sus ropas iluminadas, con sus caras pálidas como la Diosa de las estrellas, no se diría sino que son ángeles escapados del cielo.

 

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

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