Pedro César Salaberry Vienny nació en Baradero como primogénito de Pedro y María Luisa. Estudió en la Escuela Nº 14 de la Colonia Suiza y la Normal, de Campana. Desempeñó tareas de maestro en el Hogar “G.Frers” y en la Escuela Nº 1 también como secretario, vicedirector y director. Siendo uno de los fundadores de la Escuela Industrial (enseñando Matemática), siempre se lo recuerda cariñosamente como “Tapita” porque “les ponía la tapa a todos”; fue elegido el Mejor Profesor en 1980 por sus últimos alumnos. Por su aporte a la educación pública, recibió la Orden Municipal, la Medalla de la Asociación Cultural Sanmartiniana y el Cóndor de Baradero, entre otras distinciones que él aceptaba a regañadientes: “Yo no hice más que tratar de cumplir con mi deber”, solía decir.

Despreciaba la demagogia y el facilismo. En épocas de intolerancia política, fue perseguido y cesanteado por su oposición al peronismo. Lideró acá, aun antes de la organización sindical, la gran huelga docente provincial de 1958. Asimismo, actuó en el comercio, como gestor administrativo, apoyando diversas entidades, cultivando varias disciplinas deportivas y como Jefe de la Asociación de Reservistas. Se caracterizaba por una templanza no carente de buen humor y capacidad organizativa. Al jubilarse, dijo: “En mi vinculación con los docentes traté siempre de obtener cordialidad, compañerismo, solidaridad y estoy contento porque en ese sentido la escuela trabajó en equipo, sin deserciones y con éxito.”

Como ciudadano informado, las crisis argentinas lo enervaban especialmente, sumándose a circunstancias familiares difíciles como la muerte de su esposa y colega, Edith Beatriz Chiappara Müller (“Luli”), para restar fuerzas en la ecuación de su fecunda vida quebrantándole salud y ánimo. Este “duro” simpático, admirador de San Martín, hincha de Sportivo y Estudiantes de La Plata, murió el 21 de abril de 2003 a los 85 años.

Fue un maestro grande en todo sentido: educador, jefe de familia, amigo leal, hombre de confianza, perfeccionista y capaz de reírse de sí mismo, severo a veces y también entusiasta de los asados con parientes y compañeros, la baraja, la ironía, la lectura, el tango, las películas de acción, el teatro… Según dos de sus ex-alumnas: “Con sus diferentes tonos de voz nos mantenía siempre atentos. No sólo lo recordamos como un ‘buen profesor’, sino por sobre todas las cosas por su calidad humana y sus sentimientos paternales“ (Sra. Nilda Melchiori de Lafratto); “Nos había enseñado la necesidad del esfuerzo diario, el sentido de la responsabilidad y el deber (…) Exigente, matemáticamente riguroso, también lo vivimos como amorosamente paternal y justo“ (Sra. Claudia Luchini de Baggio).

A un siglo de su nacimiento, fue descubierta una sencilla placa recordatoria sobre su sepulcro.

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