La ciencia aplicada fue noticia la última semana. Un probiótico que actúa sobre los genes de la longevidad y un nuevo sistema para detectar el virus del papiloma humano (HPV) estuvieron en radio, televisión y diarios locales y nacionales. En el Conicet de Rosario, surgen investigaciones de gran relieve. Los últimos datos dan cuenta de más de 300 publicaciones de nivel internacional

Un artículo publicado por Laura Hintze en La Capital, sostiene que los descubrimientos no vinieron de ninguna universidad o instituto estadounidense o europeo, sino que son de acá, del barrio La Sexta, del Conicet Rosario. Mientras se procesan los datos del año pasado, cabe destacar que las últimas estadísticas indican que en 2015 salieron de allí 361 publicaciones, de las cuales casi el 90 por ciento fueron en revistas internacionales.

Los científicos rosarinos, además, escribieron 62 libros y 243 capítulos de libros. En este momento, son 1.075 personas, entre científicos, becarios, técnicos de apoyo y administrativos, que trabajan en Rosario, para y en la ciencia.

Conicet Rosario está formado por 13 institutos en los que trabajan 1.075 personas: 420 investigadores, 504 becarios, 101 profesionales y técnicos de apoyo y 50 administrativos. Esa gran masa de becarios está conformada por jóvenes que tienen entre 23 y 30 años, y en algunos casos, hasta menos. La gran mayoría transita por su beca doctoral.

El área de las Ciencias Biológicas y de la Salud tiene la mayor cantidad de investigadores (37 por ciento) y becarios (29 por ciento). Todos esos números toman otra forma cuando se vuelven concretos.

Las últimas estadísticas que existen son de 2015 (las del año pasado todavía se están procesando) e indican que ese año y desde Rosario se realizaron 361 publicaciones científicas: 42 fueron en revistas nacionales y 319 internacionales. A eso hay que sumarle la publicación de 62 libros y 243 capítulos de libros que aportan al conocimiento local, nacional e internacional.

«La gente suele preguntarse para qué sirve la ciencia, a dónde va la plata de sus impuestos. No es fácil de responder. Lo cierto es que todo se mueve por un incentivo fundamental: aprender», señala Roberto Rivarola, director del Conicet Rosario y del Instituto de Física (Ifir). Habla con tranquilidad: sabe que lo que hace es distinto, que tiene que explicarse y que eso puede llevar horas.

Remarca, desde un principio, una diferencia sustancial entre la ciencia básica, la ciencia aplicada y la tecnología. La primera es la que más defiende: la ciencia básica es la de años, decenas de años, de investigación sin resultados. Hasta que aparezca uno y hace que el resto sea posible. «Da la sensación de que tenemos que ajustar los tornillos, que sólo hay que hacer cosas prácticas y no. Todo forma parte de un mismo espectro».

El abanico de descubrimientos, preguntas y respuestas roza lo incalculable. Entre los resultados y los que investigan están los historiadores y filósofos, los licenciados en letras, los físicos y los ingenieros agrónomos.

«Son todos experimentos e investigaciones básicas que a la larga aportan muchísimo», apunta Fernando Soncini, vicedirector del IBR. El director del mismo instituto, Alejandro Vila, se suma: «Todo tiene que ver con entender cómo funciona el mundo».

Vila defendió el trabajo que en Rosario y todo el país se hace en ciencia básica. «En Argentina se puede trabajar a niveles muy competitivos. Si nosotros dejamos de tener gente que haga preguntas de ciencia básica, nunca vamos a tener la posibilidad de generar aplicaciones innovadoras».

Rendirse, jamás

Fernando Soncini tiene 55 años y habla de las bacterias y de la salmonella en especial con un tono de voz que es mezcla de complicidad y pasión. «En nuestra carrera sabemos que el 90 por ciento del tiempo estamos trabajando en resultados negativos. El otro diez por ciento es lo que pone a uno en estado de alegría, entusiasmo. Ese es el momento que recordamos», asegura.

Es bioquímico y cuenta que eligió la carrera por una inquietud: entender cómo funciona la vida. «Todavía me sigo haciendo esa pregunta»,admite.

Nunca está de más recorrer el Conicet Rosario y charlar con los científicos y científicas. Acercarse y preguntar es el primer paso para entender que la ciencia está muy cerca de ser un trabajo y muy lejos de plantarse solemne, aburrida y lejana sobre el resto de los seres humanos.

«Nosotros nos estresamos y todo, pero acá también nos divertimos», asegura Vila y agrega: «Siempre tiene que estar presente esa pulsión por lo nuevo, la curiosidad y el asombro. Nuestro trabajo consiste en eso: hacernos preguntas. Las ciencias tienen un montón de metodologías, estrategias, herramientas para buscar respuestas; y a la vez, para seguir sumando preguntas en esa búsqueda».

Vila tiene 54 años. Cuando era chico quería ser escritor o músico. No hizo ninguna de las dos cosas, sino que terminó en la Facultad de Bioquímica y lidiando todos los días con bacterias. «Después me di cuenta que son distintas formas de hacer lo mismo», asegura. Y sí, sin dudas hay que creerle. (InfoGEI)Jd

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