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Luis Almirón es un empleado municipal que, desde su santafesina Reconquista natal, luego de recorrer varios puntos de nuestra geografía terminó afincándose en Baradero donde es un vecino más. Pero Luis tiene una interesante historia que contar y que no es para nada común.

Cuando contaba con solamente 23 años de edad, una relación amistosa le ofreció un contrato para realizar un trabajo especial en un lugar más especial todavía. Luis tenía que viajar a la Base Vicecomodoro Marambio, en la Antártida Argentina, para realizar un trabajo meteorológico que consistía en la observación y el control de la radiación solar a lo largo de todo el día, que en la Antártida tiene sus particularidades ya que durante el verano el sol está sobre el horizonte durante casi 24 horas y lo contrario sucede en el invierno. La tarea se hacía habitualmente en el continente, pero jamás en la Antártida y el año 1976 fue el primero.

Almirón evaluó los pro y los contra de lo ofrecido: un año fuera de su casa, sin posibilidades de ver a su familia, a sus afectos y en un clima hostil. A cambio había un buen sueldo y la posibilidad de pasar por una experiencia única vivida por muy pocos, su juventud posiblemente inclinó la balanza hacia el lado de la aceptación y así fue que partió hacia el continente blanco.

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Vivir con el hielo

En la Antártida, se sabe, siempre hace frío y una anécdota lo pinta: cuenta Luis que el 21 de septiembre del año 1976 se registraron 10°C y, con tal motivo, se organizó un asado en los galpones de la base del que participaron todos los efectivos festejando la llegada de un día «cálido».

El trabajo de Almirón consistía en colocar, en un aparato especialmente diseñado para la tarea, diversos filtros de distintos colores los que eran controlados durante la jornada. Si bien no aparece como un trabajo difícil, para hacerlo había que salir al exterior lo que en una base antártica constituye todo un tema ya que hay que colocarse el equipo especial que permite salir a la intemperie y para hacerlo hay que cumplir todo un protocolo consistente en la forma de ponerse y, sobretodo, quitarse la ropa. Cuando se regresa, los ámbitos en los cuales se desarrolla la vida antártica poseen una especie de antecámara en la que los hombres antárticos se despojan de sus ropas, generalmente cagradas de hielo, y hacerlo lleva varios minutos puesto que no resulta fácil despojarse de todo en poco tiempo. Supone Almirón que hoy las cosas habrán cambiado, pero él relata lo que le tocó vivir personalmente.

En la base había un avión Twin Otter, encargado de volar de una base a otra y, para asegurarlo al suelo, se le ataba a la trompa, a la altura de las alas y cerca de la cola, una soga que a su vez era amarrada a dos tanques de combustible repletos, uno a cada lado del eje longitudinal del aparato, y además se le colocaban los frenos de los que la máquina viene dotada. El viento era de tanta fuerza que terminaba moviendo el avión.

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La nieve bajo la cama

Una noche de invierno riguroso, el viento soplaba con mucha intensidad haciendo que la sensación térmica descendiera hasta los -70°C. Luis se acostó en el dormitorio, que tenía una estufa eléctrica encendida en cada una de las cuatro paredes, con la ropa de abrigo puesta, se colocó encima toda la ropa de cama que tenía a mano y hasta un colchón que estaba suelto tratando de dormir un poco, pero no le resultaba fácil, el frío lo perturbaba. En un momento alcanzó a ver que bajo la cama en la que se encontraba acostado, había hielo. Es que el frío era tan intenso que pasaba la aislación de la casa y afloraba por los pisos del lugar.

Casi trece meses permaneció trabajando en el inhóspito lugar, pero hoy, pese a tantas peripecias, se muestra feliz de haber vivido la experiencia que, de no ser porque la edad no se lo permite, estaría dispuesto a repetir.

El Diario de Baradero

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