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A seis meses de la repentina muerte de su marido, Horacio Mazza, la periodista habló en extenso con Hola. El 22 de septiembre del año pasado, a los 47 años, su esposo murió tras sufrir un infarto mientras jugaba al fútbol con sus amigos.

Lo mío no es una postura. Yo acepté desde el primer momento que Horacio había muerto y no luché internamente con eso, entonces entré profundamente en el duelo. Me guié, sobre todo, por mi instinto materno porque quería cuidar a mis hijos, que sintieran seguridad. Pensaba todo el tiempo: ‘Si yo fuese chico, ¿qué me tranquilizaría? ’. Ellos necesitan certezas. La vida les sacó lo que más querían, y al día siguiente tenían que tener una mamá que seguía levantándose, lavándose los dientes y haciendo todo lo que hay que hacer más allá del dolor». La que habla, con honestidad y coraje, es Dolores Cahen d´Anvers (44).

Pasaron seis meses de la muerte de «Corcho», como le decían sus íntimos a su marido, y aunque el dolor le quiebre la voz una y mil veces, encuentra las palabras exactas para hilvanar sensaciones, recuerdos y emociones que hoy comparte con ¡Hola! por primera vez. Aunque no lo intenta, con cada frase da cátedra de fortaleza, y, fundamentalmente, de profundo amor por sus hijos, Simón (15), y los mellizos Isidro y Rufino (12). Es duro, pero a la vez inspirador escucharla.

Sentada en el escritorio que Horacio, un reconocido arquitecto y fundador del estudio Simple SRL, soñó para ella en la última casa que construyó para la familia (y que habían estrenado apenas cinco meses antes de su partida en un exclusivo country de Pilar), Lulu abre su corazón y aclara: «Yo no sigo con mi vida: cambió 180 grados. Estoy intentando entender y aceptar que la vida que tenía no la voy a tener más. Eso es lo más doloroso. La pérdida del amor, el dolor, la vulnerabilidad propia de estar vivo, que todo cambie de golpe y pierdas a la persona con la que habías proyectado todo y con quien compartiste veintiún años pensando cómo hacer esto o lo otro… duele. Nosotros éramos un matrimonio de muchos proyectos juntos. Crecimos juntos.

–¿Se conocieron cuando eran muy chicos?

–No tanto. Nos casamos cuando yo tenía 25. Estuvimos casi tres años de novios y al toque nos encontramos conviviendo, porque a mí se me quemó el departamento en el que vivía. Al principio decidimos no tener hijos porque queríamos disfrutarnos, viajar. Horacio era un gran soñador, pero no por eso irreal. Yo aprendí a su lado porque era más limitada: tenía que resolver todo en el momento. El me enseñó a esperar, a darles a las cosas el amor necesario para que sucedieran. En esta etapa, mi instinto fue salir a sobrevivir. Y acá estamos. Este verano, cuando volví de las vacaciones, sentí otra vez el cachetazo de realidad. El dolor está adentro y empiezan las primeras fechas sin él. Antes, yo decía: «¿En qué cambia?». Y no sabés cómo cambian la Navidad, el Año Nuevo, los cumpleaños de los chicos, el suyo, que fue en febrero, el mío.

La vuelta del verano fue brava. De pronto, tuve que salir a comerme la vida más de lo que ya me la comí, porque ahora estoy sola, con tres chicos y no es fácil. [Llora]. Es un aprendizaje diario. Mis amigas me preguntan ‘¿cómo podés?’ o ‘¿cómo hacés?’. Ni idea. Encontré en el trabajo un lugar de paz.

–A la semana de la muerte volviste a trabajar en televisión…?

–Sí, ahí tengo un espacio para conectarme con mi vida, un refugio. Mi trabajo siempre fue un lugar de placer y lo vivo como tal. Estuve contenida, muy apoyada por mis compañeros [de Red de salud, en la TV Pública). Y como toda la vida fui un poquitito impune, siento que si un día estoy a medias, así es como me muestro. No me da miedo llorar, o decir que no puedo seguir adelante porque el corazón se me sale de la boca, que son cosas que me suceden. Voy encontrando la manera de seguir adelante porque para mí no existe la opción de quedarme tirada en una cama. Gracias a eso un día me encontré riéndome otra vez con los chicos, diciéndonos: «Si papá estuviera acá, estaría diciendo…». Horacio era gracioso, un imitador nato, todas las noches me iba a dormir riéndome. Esa era la base fundacional de la familia.

–¿Cómo te enteraste de todo?

–Ese día tenía un evento. Como vivimos lejos de la ciudad y soy una mamá pato, quería volver a casa para buscar a los chicos en el colegio. Horacio, que estaba en el centro, se bañó en el club y fue al Ocampo con sus amigos. Hacía rato que no iba a jugar al fútbol porque sentía que no le daba el cuero y terminaban como a las diez de la noche. Pero ese día decidió ir. Apenas llegué al Sheraton me sonó el celular. Era un amigo nuestro avisándome que Horacio se había descompuesto. Yo supe enseguida que algo había pasado.

–¿Por qué?

–La palabra descompuesto me sonó rara. Podría haberme dicho se lastimó, se desmayó. Me subí al auto con este amigo, fuimos al Hospital Fernández, llamé a nuestro médico clínico y desde el auto operé con todo lo que pensaba que se podía hacer. Le pedí que llamaran a Lucio Padilla, que es nuestro amigo y cardiólogo. Después de mucho tiempo de estar en paro, Horacio volvió y se volvió a ir dos veces más, la última fue de una manera muy frágil y cuando le hicieron la última tomografía me dijeron que su cuadro neurológico era irreversible. Por esas cosas de la vida, hace seis años que estoy hiperconectada con la salud a través de mi programa, así que entendí lo que eso significaba. En ese instante empecé a despedirme, por más que todo el entorno peleaba con la esperanza de que eso fuera a cambiar naturalmente. Yo sabía que no.

–¿Con quiénes estabas?

–Con mis hermanos, mis padres, algunos amigos…

–¿Y tus hijos?

–Estaban durmiendo en casa. A las tres de la mañana vine con mi hermano a despertarlos y darles la oportunidad de que fueran a verlo. Simón fue conmigo, los mellizos, en cambio, me dijeron que los despertara para ir al colegio así no pensaban, creyendo que esto era sólo un mal momento que iba a pasar. Volví al Fernández. Simón finalmente no entró, creo que de manera sabia e instintiva los chicos saben qué es lo mejor para ellos. Todo fue un proceso largo, que incluyó la donación de órganos. Cuando tuvimos el diagnóstico definitivo, volví a casa a contarles a los más chicos.

–¿Cómo fueron las primeras horas, los primeros días?

–Estuve muy acompañada, querida, contenida. Al segundo día los miré a los chicos y les dije que la foto que teníamos de la familia que éramos ya no existía más, que teníamos que sacarnos una nueva. Necesitaba decirles que íbamos a estar bien. «Mamá les promete que vamos a estar bien», les repetí una y otra vez. [Llora]. No nos quedemos en el lamento y disfrutemos de lo que tuvimos, de la oportunidad de haber tenido un papá increíble, un marido excepcional. No muchas personas tienen esa oportunidad. Ahora hay que aprender a transitar una nueva instancia de nuestras vidas. Se va haciendo camino al andar, no hay leyes, nadie te enseña. Están los que me dicen que los chicos tienen que ir a terapia y yo debo hacer tal cosa. «¡Hago lo que puedo!», les respondo. Estoy aprendiendo a entregarme a lo que me depare la vida, sacarme el exceso de responsabilidad que naturalmente tengo.Los primeros meses fueron un maratón alienante de la cantidad de cosas que hice. Y ahora, un poquito, que sea lo que Dios quiera.

–¿Sos creyente, te apoyás en la fe?

–Me apoyo más en los afectos y en la familia. Soy creyente, pero si tengo que ser honesta, lo siento a Horacio a mi lado y me apoyo en él. Respiro profundo y le pregunto: «¿Y ahora qué?». Las cosas se van encaminando, así que algo me está ayudando, no tengo dudas. Y al ver a mis chicos pienso que su papá está con ellos: podrían estar indignados o despotricando, y no lo están. Fue muy emocionante cuando nos fuimos de vacaciones ver cómo encontraban el espacio donde creían que podían ayudar. Son lugares que antes los ocupaba naturalmente su papá.

–¿Por ejemplo?

–Cargar las valijas, chequear si estaban los pasajes, consultar si necesitaba esto o aquello. Han crecido mis chicos. La vida les dio un cachetazo y ellos crecieron. Y como dije yo el día que volví al programa: «A todo el mundo le pasan cosas, ¿por qué no habrían de pasarnos a nosotros?». Recibimos el año en la casa de Alejandro [Gravier] y Valeria [Mazza] y estaban todos los matrimonios con los que naturalmente nos íbamos de vacaciones. Para los chicos fue muy importante porque les confirmó que la vida que armaron por su padre seguía adelante, aunque él no estuviera. No puedo sentirme más agradecida con nuestros amigos: son robles. Muchas veces pienso si nos merecemos todo este amor, es impactante. Pero sola no se puede. En estos meses tuve que tomar muchas decisiones, como hacerme cargo del estudio de Horacio, que tampoco fue nada fácil, con trabajos que estaban desarrollándose. Y se pudo, se logró.

–¿Qué te impulsó a seguir con su estudio?

–Sentí que Horacio había creado Simple durante veinte años con muchísimo esfuerzo y ese proyecto tenía que seguir adelante en su honor, que era un profesional que se entregaba entero. Era un ser puro. El soñaba con «estudiar» arquitectura con Isidro, que es un arquitecto nato, se la pasa dibujando. Un amigo en común me dijo: «Lulu, dale para adelante, esto es un espacio para tus hijos». ¿Y por qué no? Acabamos de entregar un proyecto inmobiliario enorme, con un equipo de trabajo increíble que lo acompañó por años a Horacio. Las arquitectas pensaron que yo no iba a subirme, pero acá estoy.

–¿De qué te ocupás?

–De la administración, primero. Salgo del canal y me voy a Simple. También estoy intentando meterme en el ida y vuelta, porque para las chicas es mucho. Lo necesito como parte de mi sustento familiar, así que estoy apostando a esto. Me siento capaz de hacer ambas cosas a la vez y, además, hay una empresa en marcha que responde. Busco generar espacios de trabajo para que el estudio se siga desarrollando. En enero escribí una carta a todos los clientes comunicando que el estudio seguía firme. Ojalá que nos acompañen

–¿Qué es lo más difícil de intentar ser madre y padre de tres varones?

–Me estoy encontrando, no es fácil. A veces me levanto y me pregunto qué habrán recibido de manera natural y ahora les estará faltando. Es un gran signo de interrogación que tengo. Son tres varones en edades de mucha identificación con su papá. Los mellizos estaban cortando el cordón umbilical conmigo para conectarse con su papá, aunque Horacio era muy maternal, muy amoroso y protector, tanto que muchas veces las peleas eran para que no los sobreprotegiera tanto. Para los chicos su papá era todo. Ahora, naturalmente, están saliendo a buscar, no un papá, pero sí referentes, como algún tío, al hermano de Horacio. Se ve que han sido muy bien amados por su papá. Estoy muy orgullosa de mis hijos.

–¿Se animan a contarte lo que sienten?

–Les cuesta, porque son adolescentes, entonces encontramos en las redes sociales una manera de hacerlo. Ellos se expresan sin necesidad de mirarme a los ojos. Ponen: «Papá, te quiero», «papá te extraño». [Piensa]. Yo fui muy feliz, esa es la verdad, y eso es un handicap muy grande. Tengo el vaso lleno y eso me permite dar otro sorbo para dar el próximo paso. En mi matrimonio tuve problemas como todos, pero siempre estuvimos convencidos, y tuvimos conciencia de que estábamos juntos porque nos amábamos y teníamos una familia increíble que queríamos sostener. Me siento una privilegiada, en un punto. Ahora me tocó vivir esta. Y no descarto volver a sentirme bien. Mi amor hacia Horacio no pasará jamás, pero sí el dolor más animal. Estoy segura.

Ya es de noche. Entre tantas anécdotas, la periodista cuenta que su cuarto está intacto, con todas las medallitas que guardaba su marido. También reconoce que el ropero lo dejó igual porque Horacio era un gran esteta y siempre le decía que un día toda su ropa sería para sus varones. «Simón, el día del entierro, fue vestido entero de su papá. Los tres van al ropero y se ríen de la cantidad de calzoncillos que tenía. Sacan su raqueta, sus muñequeras… Así como tuve precaución con algunas cosas, esto me di cuenta de que tenía que quedar al alcance de ellos, les gusta», dice. En la planta baja la esperan para comer sus hijos y su madre, María Tezanos Pinto.

Lulu se seca las lágrimas, suspira profundo y baja las escaleras. Lo decidió el primer día que su corazón voló en pedazos: rendirse, nunca jamás. Así será. 

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