Muchos días sin ver a gente querida, las emociones que colapsan y se acomodan sin mucha explicación, la información que desborda y hace falta desbrozar. Narraciones de lo íntimo inundan las redes. Y una noticia publicada por este diario , la de una pareja de ancianos que fue hallada muerta en su departamento, despierta enseguida la memoria de una novela perturbadora, cuya lectura provoca una pregunta sobre el sentido de la existencia.

Las madres no les decimos esas cosas a las hijas, de Federico Jeanmairerecrea las voces de María Emilia, una mujer de más de 70 años que no puede caminar desde hace una década y su esposo, Juan Ignacio. Sobre todo, es ella la que habla frente a una computadora que tiene como salvapantalla la foto de su hija, Carolina, con Francisco, su pequeño hijo, en brazos.

Durante el soliloquio -apenas mechado con algunas intervenciones del esposo- la protagonista relata su vida, devela secretos, expresa miedos y arrepentimientos. La voz de María Emilia se escucha, cristalina. Esa mujer que ha sabido ocultarle al mundo su mayor anhelo, la que aprendió a adaptarse, a sostener a quienes la rodeaban, se encuentra ante una decisión inevitable. Una mujer que muy pocas veces salió de su pueblo, intenta hacerse oír más allá del océano, en una Madrid inalcanzable.

La desolación de la vejez, lo insoportable de la enfermedad, el desvalimiento, son algunos de los temas que aparecen, en forma de vivencias cotidianas. Lo coloquial va desplegando las capas del dolor contenido, la alegría, la felicidad soñada o postergada. María Emilia quiere dejar un legado a su hija y lo hace como una conversación, mientras espera que sea también un puente.

En cada página, la protagonista cuenta lo que siempre quiso, y no pudo. Lo que más le cuesta es hablarle del futuro. «Un plan, Carolina, cualquier plan, por más insignificante que ese plan sea, constituye un intento personal de diseñar lo porvenir. Un imposible. La verdad es que somos nada, que las cosas suceden cuando se les ocurre suceder y que los planes que trabajosamente armamos, por lo general, se convierten sólo en simpáticas maneras de mentirnos durante algún tiempo cierta omnipotencia», dice el personaje cuando quien lee recién empieza a conocerla.

La trama aparentemente sencilla se hace telaraña, teje amores, dolores, opacidades de los vínculos. En cada reclamo de la mujer, en cada rezongo del hombre, la lengua atrapa una forma de estar en el mundo. Y la libertad de elegir cómo, hasta cuándo.

Las madres no les decimos esas cosas a las hijas, de Federico Jeanmaire, Editorial Seix Barral, 2012. 

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