La ciudad de San Pedro, ubicada a orillas del río Paraná, a unas dos horas de la ciudad de Buenos Aires, se erige como un destino verdaderamente excepcional. Más allá de su paseo costero, que se extiende por cerca de un kilómetro, esta ciudad se distingue por sus encantadores espacios verdes y por su fascinante casco histórico. En las pocas manzanas que rodean la calle principal, la avenida Mitre, se despliega un conjunto de edificios que invitan a una exploración a pie, y que sin duda merecen una visita tanto por su importancia histórica como por su impresionante arquitectura. Uno de estos tesoros es “El Castillo”, una construcción que inmediatamente evoca la imagen de un palacio señorial, con sus ventanales y una torre que parece sacada de un cuento de hadas.

La historia de esta singular edificación se remonta al final del siglo XIX, cuando un agrónomo francés llamado Henry Garret arribó a San Pedro en 1891 como empleado de una fábrica de alcohol. Tras el cierre de la fábrica, Garret se adentró en la fruticultura, importando y adaptando yemas de árboles frutales de su país a las condiciones locales. Su éxito transformó la industria del durazno en San Pedro, adelantando la temporada de maduración de marzo a noviembre, inspirando a otros locales a unirse a esta próspera empresa. Las ganancias de su negocio le permitieron encargar la construcción de esta impresionante mansión al arquitecto García Pagano. Al estilo Art Nouveau, se trajeron vitrales importados desde Francia para decorar los ventanales, así como otros materiales de alta calidad, y su característica torre le valió el apodo de “El castillo” entre los habitantes de San Pedro.

El resultado final fue una casa de dos niveles con una terraza. En el primer piso, se ubicaron dos habitaciones de dimensiones reducidas, mientras que en la planta baja se dispuso un amplio vestíbulo central, una acogedora sala de estar con chimenea y seis habitaciones, junto a una cocina de tamaño compacto. La construcción se finalizó en 1914 y, posteriormente, en la década de los años 50, la propiedad cambió de manos al ser adquirida por Mariano y Olga Veiga. Luego de estar varios años deshabitada, la edificación se encontraba en un estado de deterioro considerable. Entre 1959 y 1961 se llevaron a cabo varias mejoras y obras de restauración para que “El castillo” volviera a ser un lugar habitable para esta familia. Durante esta etapa, se modernizaron las instalaciones de agua, electricidad y gas en la cocina, se hicieron mejoras en la fachada y se restauraron la torre y los pisos, utilizando materiales disponibles en ese momento.

A lo largo de los años en que la familia Veiga hizo de “El castillo” su hogar, la casa parecía siempre estar habitada. Olga, una querida profesora de San Pedro, solía celebrar las graduaciones de sus alumnos en el espacioso vestíbulo central de la casa. Este mismo lugar también se convirtió en testigo de innumerables bodas de amigos y familiares.

Tras enfrentar la pérdida de su esposo a una edad temprana, Olga optó por permanecer en “El castillo”, incluso después de que sus hijos se independizaran. Dado el gran tamaño de la residencia y su vida en solitario durante mucho tiempo, Olga decidió limitarse a vivir en una parte de la casa. Sus hijos instalaron mirillas en las puertas para permitirle verificar si había algún ruido o algo inusual sin necesidad de abrirlas. Después de su fallecimiento en 2014, la casa quedó nuevamente abandonada, marcando así la segunda vez en su historia que quedaba en desuso.

Cómo fue su segunda remodelación

Afortunadamente, este no fue el fin de “El castillo”. El año pasado, esta joya histórica encontró una nueva vida gracias a Bohemia, una casa de té sampedrina que había estado operando desde 2016 a solo unas cuadras de distancia. Este emprendimiento, liderado por Natalia Tronconi y Agustin Paoloni, enfrentó importantes desafíos cuando en 2021 el dueño del local donde funcionaba Bohemia decidió no renovar el contrato. Esto desencadenó en una búsqueda que duró tres meses, desesperados por encontrar un nuevo lugar. “Mantener la ubicación en el casco histórico, cerca de la costa y lejos del bullicio del centro, se convirtió en una prioridad para conservar la esencia de Bohemia”, cuenta Tronconi, mientras que cerrar se volvía cada vez más la única opción viable.

Un día, en una charla con un colega, su marido recibió una sugerencia: alquilar “El castillo” de los Veiga. “Sorprendentemente, nunca habíamos considerado esta opción, quizás porque el lugar estaba cerrado y cubierto de vegetación, y desconocíamos su historia”, explica la dueña de Bohemia, y que lo poco que sabían era que los más chicos lo consideraban un edificio embrujado.

Casualmente, esa misma noche, la hija de los Veiga, una de las dueñas del lugar, visitó la misma parrilla donde se encontraba este amigo y compartió la idea de alquilar la casa con los propietarios de Bohemia, quienes estaban ansiosos por encontrar un nuevo local. Los contactos se establecieron, y como caído del cielo, se les brindó la oportunidad de alquilar “El castillo”.

“Terminamos coordinando una visita a la propiedad con mi papá, quien tiene experiencia en construcción, y así poder saber qué gastos e inversión iban a ser necesarios para adaptar la casa, incluyendo la renovación de instalaciones eléctricas y de gas”, recuerda Tronconi. Finalmente, hicieron una propuesta económica y cerraron el trato. Terminaron ocupando solo unas secciones de “El castillo”, mientras que tres habitaciones quedaron cerradas: dos en la planta baja y una de menor tamaño en el primer piso. “El 1 de marzo de 2022 nos entregaron la casa y un mes y medio más tarde logramos abrir Bohemia”, recuerda con orgullo Tronconi.

A pesar de haber estado cerrada durante aproximadamente nueve años, la estructura se encontraba en buenas condiciones, por lo que apenas recibieron las llaves, se pusieron manos a la obra. Durante esas semanas, trabajaron día y noche. “Primero tuvimos que limpiar todo el lugar, pensar cómo íbamos a acomodar la sala y redistribuir funcionalmente el negocio”, menciona la dueña. Decidieron utilizar la pequeña cocina original de la casa, aunque los productos congelados se almacenan en otra habitación debido a las restricciones de espacio. Un detalle encantador de la cocina es que todos los muebles se hicieron a partir de antiguas mesas de luz, las cuales habían sido personalmente encargadas por Olga.

En cuanto a los elementos más antiguos, Tronconi lamenta no haber podido restaurar completamente el vitral, aunque asegura haber dejado el resto de la casa tal como estaba. “Conservamos los techos originales, numerosas lámparas y candelabros antiguos, espejos y mesitas de luz. Siempre cumplimos con el requisito fundamental de los dueños de no modificar la estructura, sino de mejorarla y restaurarla”, explica la fanática de las antigüedades. “Siempre me fascinaron, de hecho yo misma vivo en una casa restaurada en el casco histórico”, menciona la emprendedora, que también disfruta de restaurar muebles antiguos con su papá. Durante la restauración, descubrieron algunos tesoros que lograron preservar y que ahora adornan Bohemia, como unos sillones Luis XV que actualmente decoran el vestíbulo central.

Tronconi asegura que el valor de la casa se concentra en el hall y en la recepción, que es el salón con la chimenea y la impresionante araña de cristal que lo adorna. Sin embargo, menciona que existe una parte de “El castillo” que todos desean visitar, pero lamentablemente no es accesible debido a cuestiones de seguridad. La torre, un elemento icónico del edificio, permanece cerrada al público, aunque se está restaurando para preservarla. Un dato curioso es que una peculiar familia de búhos blancos la habita desde hace años.

“En la actualidad, disponemos de un amplio espacio exterior en un jardín lateral y en el frente que rodea toda la casa, con capacidad para entre 40 y 50 personas. Además, en el interior, podemos atender a otros 60 comensales, casi la misma cantidad que podíamos acomodar en nuestro antiguo local”, explica la dueña de Bohemia. Lo que no esperaban fue la gran expectativa que se generó los días previos a la inauguración. “No éramos conscientes de que muchas personas de San Pedro conocían ´El castillo´ solo desde el exterior y tenían una gran curiosidad de recorrerlo por dentro. A medida que abrimos nuestras puertas, muchas personas acudieron inicialmente para descubrir cómo habíamos restaurado el lugar”, recuerda Tronconi. Con el tiempo, Bohemia volvió a recibir a su clientela habitual. “En términos turísticos, la mudanza definitivamente añadió un toque distintivo y hoy en día atrae a quienes visitan la ciudad”, comparte la dueña.

Entre sus primeros clientes, recibieron a una mujer que se había casado en el mismo salón donde ahora funciona la casa de té. Otros visitantes recordaban haber celebrado sus graduaciones en “El castillo” debido a la relación con Olga, quien había sido su profesora.

Bohemia abre sus puertas de martes a domingo de 8 de la mañana a 9 de la noche, y a pesar de que nunca cierran el lugar para eventos privados, sus salones son lo suficientemente amplios para acomodar celebraciones especiales. En definitiva, “El castillo” de los Veiga y Bohemia han fusionado la historia, la arquitectura y la tradición en un rincón único de San Pedro, que sigue encantando tanto a los locales como a los turistas. Este lugar icónico, que se mantuvo latente durante décadas, hoy resplandece como un ejemplo de restauración y preservación del patrimonio histórico.

lanacion

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