A los 37 años, habla de los privilegios del ambiente pero también de las presiones. «Te sentís un pelotudo diciendo ‘por más que tengo un montón de facilidades la estoy pasando como el culo’.

Ahí donde ahora está su camioneta, Darío Cvitanich llegaba corriendo. Metía un pique a toda velocidad desde el Cruce de Lomas. Y entraba con una torta que había preparado María, su mamá, en Baradero.

Es el mismo lugar. Pero ya dio la vuelta completa. Donde hay portones, una cancha con el pasto prolijo, un complejo con habitaciones cómodas y lo espera un almuerzo saludable, antes eran cientos de pibes dispuestos a meterse en el embudo, a entrar al filtro sin saber cuántos podrían pasarlo. Solo esperaban el día que sobraban 10 centavos para comprarse una hamburguesa.

El repaso es el de un hombre de 37 que supo resignificar lo que le iba pasando. Pudo frenar la cinta y cambiar su propia historia. Por eso ahora, 20 años después de aquel primer día en el predio de Luis Guillón, saluda a los mismos empleados y pone el foco en todo lo que no se ve cuando solo se persigue a la pelota.

—¿Qué cosas que ocurrían en la pensión y se naturalizaban no estaban buenas?

—Un montón. Cuando yo estaba viviendo acá en el club era 2000, 2001, en plena crisis del país. Y era otro mundo, nada que ver a cómo está ahora el predio. La pensión fue linda y difícil a la vez. No es que no había comida, pero era arroz día y noche. Al mediodía con salsa y a la noche como venga. Muy de vez en cuando se conseguía algo de carne. Y laburábamos acá. Pintábamos los árboles, manteníamos el parque… Nos pagaban $20 y con eso yo podía ir y venir a Baradero. Si sobraba algo, comprábamos una hamburguesa que salía 10 centavos en el Carrefour de al lado. Eramos 70 pibes y cada uno con su historia. En mi caso, tenía la suerte de estar a 150 kilómetros. podía irme el fin de semana a Baradero y ver a mi familia. Me acuerdo que volvía de Retiro en el bondi, me bajaba en el Cruce de Lomas, ya a la medianoche, y corría hasta el predio. Venía con una torta que mandaba mi mamá. ¿Sabés cuánto duraba la torta? Diez segundos. Son cosas que te marcan, pero yo no quiero que pasen eso los chicos.

—Las relaciones también evolucionaron. Antes a los pibes se les hacía pagar cierto derecho de piso.

—Totalmente. Por eso ahora que yo soy el grande tengo un vínculo completamente distinto. A nosotros cuando nos mandaban a hacer fútbol al estadio, teníamos que ir con la utilería. Salíamos desde Guillón a las 6.30 de la mañana, cargábamos todo, nos subíamos atrás de la chata, llegábamos a Banfield 7.30, repartíamos la ropa y nos quedábamos ahí, esperando a los de Primera que llegaban a las 10. Éramos jugadores eh. Pero recién cuando llegaban los grandes sentíamos que nos podíamos sentar y cambiar. En ese momento creíamos que era lo correcto. Hoy yo trato de tener mucha más empatía. El contexto es diferente y tenés que llegarles a los chicos desde otro lado.

—Y en medio de todo eso, en la cabeza da vueltas la presión de llegar, el sueño familiar…

Cvitanich, en el predio de Banfield en Luis Guillón, el mismo lugar en el que vivió en la pensión hace 20 años. Foto: Guillermo Rodriguez Adami

—Cuando firmé el primer contrato, empecé a vivir una vida diferente a las de mis amigos. Esa es la primera gran diferencia que marcás. Y la vida diferente no es que porque yo cambiaba mi forma de ser: seguíamos yendo al departamento, poníamos cinco pesos cada uno para la pizza. La diferencia era que ellos arrancaban su carrera como estudiantes y yo sentía la presión de llegar, de jugar, tener que rendir. Y eso era para poder ayudar a la familia. Después también empezás a ver la diferencia con tu propia familia: tus hermanos que alquilan y se esfuerzan para juntar el mango… Entonces, la presión por dentro es: me gustaría regalarles una casa a mis hermanos. Mi zanahoria fue eso. Y al mismo tiempo empecé a sentir culpa. Digo “la puta madre, yo estoy jugando, gano guita, pero no lo termino de disfrutar”.

—¿Te dabas cuenta que no disfrutabas?

—Sí. Yo ya jugaba en Primera, llegó la oferta del Ajax pero no terminaba de pasarla bien por la exigencia. Y ves el sueño. Decís “che, yo me tengo que ir, porque ahí en Europa está la casa de mis hermanos”. Pero al mismo tiempo no la pasaba bien en las reuniones sociales. Mis amigos se cagaban de risa después de comer las pizzas y en mi cabeza tenía que había jugado mal el partido anterior o que tenía que jugar bien el partido siguiente. Iba a mi casa y decía “la puta madre, me compré un auto pero no llegué todavía a la casa”. Hasta que en un momento frené. Me dije “che, pará, te están pasando un montón de cosas buenas pero no las sabés aprovechar”. Y le dije a mi mamá que no quería jugar más al fútbol. Necesitaba salir del sistema. Me sentía diferente dentro de mi mismo grupo.

—¿Lograbas exteriorizarlo?

—No, me hacía el boludo. Eso es lo que nos pasa a los jugadores. A veces te sentís un pelotudo diciendo “por más que tengo un montón de facilidades la estoy pasando como el culo”. Porque pareciera que no la podemos pasar mal. Y yo lo entiendo, eh. Vengo de familia de laburantes. El que te ve de afuera cree que el jugador no la puede pasar mal… Hoy se habla mucho más. Lamentablemente fueron necesarios varios casos trágicos. Hay que entender que, más arriba o más abajo, somos como cualquier hijo de vecino. En ese momento yo me hacía el boludo y pensaba “ya se me pasará”. Pero no sabía manejarlo. No tenía un psicólogo en el club ni un grande que me aconsejara, que venga y me dijera “tranquilo, Darío, paciencia, ocupá la cabeza, estudiá, preparate…”.

—¿Y cómo saliste?

—Lo trabajé con un psicólogo. Y cuando llegó el despegue de mi carrera y pude cumplir el sueño de comprarles la casa a mis hermanos, ahí ya está. Con eso, en 2008, para mí el fútbol ya me había dado lo que yo quería. De ahí en más era todo de arriba, todo regalo.

—Solemos destacar a los jugadores que se dedican a jugar al fútbol y nada más. ¿Es contraproducente pensar 100 por ciento en el fútbol?

—Sin dudas, es contraproducente. Y sobre todo cuando se termina. Y el tema es que no sabés cuándo se termina. Y si no te preparás antes, es terriblemente peor. Yo pude darme cuenta de que esto termina y queda una vida por delante. No se trata de si hiciste diferencia económica o no. El tema es qué hacés. Pasás a ser una persona anónima y tenés que resolver cosas que antes no hacías, no tenés más la rutina del entrenamiento, de la cancha; estás las 24 horas en tu casa, tus hijas te ven todo el día… Si no entendés que esto se termina en algún momento, es bravo. Por eso quiero que los chicos se den cuenta cuanto antes de eso. Y no se trata de que vayas a laburar, eh. Dedicate al fútbol, cuidate, descansá, comé bien, pero también ocupá la cabeza en otra cosa. Nosotros tenemos tres horas de entrenamiento y en algún momento de las otras 21 horas tenemos que darle un tiempo a la cabeza. Cuanto más abrís la cabeza, mejores decisiones también vas a tomar en el campo de juego. No podemos desconectarnos: no es que entra a la cancha el jugador y la persona se queda afuera.

—El propio sistema debe llevarlos a que no salgan de la burbuja del fútbol.

—Yo creo que a los futbolistas nos hacen inútiles. Nos facilitan todo. Obvio que no le va a pasar al cien por ciento de los jugadores, pero es así, a mí me pasó: llegás acá, te dan los botines, tenés la ropita doblada, la frutita cortada, tenés que viajar y te llenan el formulario, tenés que ir al banco y te abren una cuenta, tenés que hacer un trámite y levantás un teléfono, tenés que comprar un auto y te lo traen a la puerta del predio… Lo que quieras. Siempre hay alguien en este ambiente que está dispuesto a hacerlo por vos.

—Las fichas se terminan acomodando con las reglas establecidas.

—Lo que pasa es que no hay interés, no hay mucha conciencia. A veces tiene que ver con el qué dirán. Somos muy crueles en este país. Y le damos mucha bola a esas cosas, a lo que dicen de nosotros. Por ejemplo, hoy viene un técnico que no es del ambiente del fútbol y lo siguen mirando de reojo. ¿Por qué? Si quizás se preparó mucho más que otros. Yo voy a tener más oportunidades que ellos solo por tener un nombre. Me puede dar un mes, un año, dos, tres clubes de ventaja con esa persona. Pero si a la larga no mostrás una preparación se termina.

—Cada vez hay más jugadores mayores de 35 años en el fútbol argentino. ¿Cuánto hay de mente y cuánto de cuerpo para mantenerse?

—Tenés que tener bien el motor de acá arriba. Un jugador que está mal mentalmente no puede jugar. Por más que tenga velocidad, que vuele, que los test los haga impresionante, si no anda de arriba es imposible. Si no se convence, no va a poder. Por eso hoy los técnicos tienen un rol fundamental, no solo para lo que pasa dentro de la cancha, sino en la docencia, en la parte mental. Hoy es tan importante enseñarle a un chico cómo perfilarse que darle un abrazo. Agarrarlo y decirle “vení, hoy no entrenás, vamos a charlar, ¿qué es lo que pasa?”. Si vos tenés un cuerpo técnico que se da cuenta de eso es mucho más importante que enseñarle a desmarcarse. Y va a ser más fácil después convencer a ese chico, que se la juegue por vos.

—¿Y cómo te sentís cerrando tu historia en el fútbol?

—Me voy a ir súper feliz. Voy a dejar el fútbol cuando yo quiera y eso ya es mucho. Viste que están los que te dicen “seguí hasta cuando no puedas más”. No, flaco, no. Ya está. Quiero hacer otras cosas con mi vida. Yo le agradezco al fútbol, fui feliz, pero ya está. ¿Podría seguir? Y, sí: vengo, me entreno, jugaré un ratito cada partido. Ahora, ¿quiero hacerlo? Imaginate que como soy yo de autoexigente no tomo mate en todo el viaje de Tigre a Luis Guillón porque cuando llegamos nos pesan. ¿Te pensás que alguien me diría algo? Pero soy así. Y capaz después juego 15 minutos. Un amigo en el verano me cargaba: “podés ser tan pelotudo de comer ensalada”. Ya después no quiero más eso. O íbamos a un hotel con mi familia y me comía un yogurt, me tomaba un juguito de manzana. Y decís “loco, mirá las medialunas que hay ahí”.

—¿Es difícil no marearse en Boca?

Cvitanich, en un entrenamiento de Boca: jugó en la temporada 2011/2012. FOTO:DYN/LUCIANO THIEBERGER

—Hay mucha más exposición que en cualquier otro club. Pero pasan las mismas cosas que en todos los clubes: hay peleas, hay jugadores que no se llevan bien, hay jugadores que salen de joda… Como pasa en Banfield, en Patronato, en Lanús, donde sea. Pero en Boca te tenés que cuidar de lo que decís y de lo que hacés. Y vende. Vos en el diario podés poner el mismo título de un jugador de Boca y de uno de Godoy Cruz y no va a ser lo mismo. Yo siempre me río cuando ponen «exjugador de Boca». ¡Pasó por 10 clubes! Pero nunca van a poner “un exjugador de Patronato dio positivo de alcoholemia”. Y dar positivo de alcoholemia está mal hayas jugado en Patronato, en Boca o donde sea. Lo peor es que capaz que el pibe pasó seis meses por Boca y ni los hinchas se acuerdan.

—¿Lo disfrutaste o lo sufriste?

—Yo lo disfruté mucho. Pero porque tenía 27 años y me ocupé de no darle bola a lo que se decía. Si le das bola, en un momento te sentís omnipotente y en otro momento querés estar como el avestruz con la cabeza bajo tierra.

—¿Te pasaba que tu familia te llamara para preguntarte si algo de lo que se decía era cierto?

—Todo el tiempo. Y no solo acá, sino en mi pueblo. Iban a la pescadería de mi vieja y decían “che, escuché esto”. O mis hermanos lo mismo. ¡Y llamame a mí en lugar de escuchar! Está todo bien, pero vení a la fuente directa. O incluso iban a la pescadería a preguntar “che, Darío no querrá comprar un teléfono, sabés si Darío querrá comprar una casa…”. Parece que tenés que hacer lo que la gente proyecta. Una vez me crucé a un vecino que vivía enfrente de mi casa. Y me dice “Darío, ¿te acordás de mí?”. ¡Hace 27 años que vivís a lado de la casa de mi vieja! Cómo no me voy a acordar. O compañeros de colegio que te ven andando en bici en el pueblo y te miran raro. ¿No se puede andar en bici si jugás en Boca?

clarin.com

Comentarios de Facebook